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Por Santa Petronila y Santa Ángela de Merici, el Undécimo Mandamiento tomó a llamar al tío Ratero:

– ¿Has reflexionado, Ratero? -le dijo al verle.

– El Nini es mío -dijo el Ratero hoscamente.

– Escucha -agregó el Undécimo Mandamiento-. Yo no trato de quitarte al Nini sino de hacerlo un hombre. Doña Resu sólo pretende que el chico se labre un porvenir. Así, el día de mañana tendrá el «don» y ganará mucho dinero y se comprará un automóvil y podrá pasearte a ti por todo el pueblo. ¿No te gustaría, Ratero, pasearte en automóvil por todo el pueblo?

– No -dijo secamente el tío Ratero.

– Está bien. Pero sí te agradaría dejar un día la cueva y levantarte una casa propia con azotea y bodega sobre la Cotarra Donalcio, que gloria haya, ¿verdad que sí?

– No -dijo el Ratero-. La cueva es mía.

Doña Resu se llevó las dos manos a la cabeza y se la sujetó como si temiera que echase a volar.

– Está bien -repitió-. Está visto que lo único que a ti te divierte, Ratero, es que a doña Resu le pille el toro. Pero antes debes saber que con un poco de voluntad el Nini podría aprender muchas cosas, tantas cosas como pueda saber un ingeniero. ¿Te das cuenta?

El Ratero se rascó ásperamente bajo la boina:

– ¿Ésos saben? -preguntó.

– ¡Qué cosas! Cualquier problema que le sometas a un ingeniero te lo resolverá en cinco minutos.

El Ratero dejó de rascarse y levantó la cabeza de golpe:

– ¿Y los pinos? -dijo de pronto.

– ¿Los pinos? Mira, Ratero, ningún hombre por inteligente que sea puede nada contra la voluntad del Señor. El Señor ha dispuesto que las cuestas de Castilla sean yermas y contra eso nada valen todos los esfuerzos de los hombres. ¿Te das cuenta?

El Ratero asintió. Doña Resu pareció animarse. Ablandó la voz para seguir:

– Tu chico es inteligente, Ratero, pero es lo mismo que un campo sin sembrar. El chico podría ir a la escuela de Torrecillórigo y el día de mañana ya nos apañaríamos para que estudiara una carrera. Tú, Ratero, únicamente tienes que decirme sí o no. Si tú dices sí, yo me cojo al chico…

– El Nini es mío -dijo el Ratero, enfurruñado.

La voz de doña Resu se destempló:

– Está bien, Ratero, guárdatele. No quisiese que el día de mañana te arrepintieras de esto.

Al atardecer, cuando en el pueblo se encendieron las primeras luces y los vencejos se recogían, chillando excitadamente, en los aleros del campanario, doña Resu se llegó al Ayuntamiento:

– Esta gente -le dijo al Justito malhumorada- mataría por mejorar de condición, pero si les ofreces regalada una oportunidad, te matarían porque no les obligasen a aceptarla, ¿te das cuenta, Justo?

El Justito, el Alcalde, se golpeó tres veces la frente con un dedo y dijo:

– Al Ratero le falta de aquí. Si no rebuzna es porque no le enseñaron.

El José Luis terció:

– ¿Y por qué no le hacemos un test? -¿Un test? -dijo doña Resu.

– A ver. Esas cosas que se preguntan. Si hay un médico que dice que está chaveta o que es un retrasado se le encierra y en paz.

Al Justito se le iluminó la cara:

– ¿Como al Peatón? -preguntó.

– Tal cual.

Dos meses atrás, al regresar un domingo de Torrecillórigo, el Agapito, el Peatón, atropelló a un niño con la bicicleta y para dictaminar sobre su responsabilidad se le sometió en la capital a un cuestionario y los doctores llegaron a la conclusión de que la inteligencia del Peatón era pareja a la de una criatura de ocho años. Al Agapito le divirtió mucho la prueba y desde entonces se volvió un poco más locuaz y, a cada paso, utilizaba las preguntas en la cantina como acertijos. «¿Te hago un "test"?», decía. Otras veces se ufanaba de su actuación y decía: «Y el doctor me dijo: "Si en los accidentes de ferrocarril el vagón de cola es el que da más muertos y heridos, ¿qué se le ocurriría a usted para evitarlo?". Y yo le dije: "Si no es más que eso, doctor, bien sencillo es: quitarlo". La gente de la capital se piensa que los de los pueblos somos tontos».

– Si el Jefe lo autoriza, un test podría ser la solución -dijo el Justito.

Doña Resu bajó los ojos y dijo:

– Al fin y al cabo si nos tomarnos estas molestias es por su bien. El Ratero tiene el caletre de un niño y no adelantaremos nada tratándole como a un hombre.

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