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A

como el cántaro del peruano,

como la jícara de Uruápan,

como la quena de mil años,

a ti me vuelvo, a ti me entrego,

en ti me abro, en ti me baño!

Tómame como los tomaste,

el poro al poro, el gajo al gajo,

y ponme entre ellos a vivir,

pasmada dentro de tu pasmo.

Pisé los cuarzos extranjeros,

comí sus frutos mercenarios;

en mesa dura y vaso sordo

bebí hidromieles que eran lánguidos;

recé oraciones mortecinas

y me canté los himnos bárbaros [14],

y dormí donde son dragones

rotos y muertos los Zodíacos.

Te devuelvo por mis mayores

formas y bulto en que me alzaron.

Riégame así con rojo riego;

dame el hervir vuelta tu caldo.

Emblanquéceme u oscuréceme

en tus lejías y tus cáusticos.

¡Quémame tú los torpes miedos,

sécame lodos, avienta engaños;

tuéstame habla, árdeme ojos,

sollama boca, resuello y canto,

límpiame oídos, lávame vistas,

purifica manos y tactos!

Hazme las sangres y las leches,

y los tuétanos, y los llantos.

Mis sudores y mis heridas

sécame en lomos y en costados.

Y otra vez íntegra incorpórame

a los coros que te danzaron,

los coros mágicos, mecidos

sobre Palenque y Tihuanaco.

Gentes quechuas y gentes mayas

te juramos lo que jurábamos.

De ti rodamos hacia el Tiempo

y subiremos a tu regazo;

de ti caímos en grumos de oro,

en vellón de oro desgajado,

y a ti entraremos rectamente

según dijeron Incas Magos.

¡Como racimos al lagar

volveremos los que bajamos,

como el cardumen de oro sube

a flor de mar arrebatado

y van las grandes anacondas

subiendo al silbo del llamado!

II CORDILLERA

¡Cordillera de los Andes,

Madre yacente y Madre que anda,

que de niños nos enloquece

y hace morir cuando nos falta;

que en los metales y el amianto

nos aupaste las entrañas;

hallazgo de los primogénitos,

de Mama Ocllo y Manco Cápac,

tremendo amor y alzado cuerno

del hidromiel de la esperanza!

Jadeadora del Zodíaco,

sobre la esfera galopada;

corredora de meridianos,

piedra Mazzepa que no se cansa,

Atalanta que en la carrera

es el camino y es la marcha,

y nos lleva, pecho con pecho,

a lo madre y lo marejada,

a maná blanco y peán rojo

de nuestra bienaventuranza.

Caminas, madre, sin rodillas,

dura de ímpetu y confianza;

con tus siete pueblos caminas

en tus faldas acigüeñadas;

caminas la noche y el día,

desde mi Estrecho a Santa Marta,

y subes de las aguas últimas

la cornamenta del Aconcagua.

Pasas el valle de mis leches,

amoratando la higuerada;

cruzas el cíngulo de fuego

y los ríos Dioscuros lanzas [15];

pruebas Sargassos de salmuera

y desciendes alucinada…

Viboreas de las señales

del camino del Inca Huayna,

veteada de ingenierías

y tropeles de alpaca y llama,

de la hebra del indio atónito

y del ¡ay! de la quena mágica.

Donde son valles, son dulzuras;

donde repechas, das el ansia;

donde azurea el altiplano

es la anchura de la alabanza.

Extendida como una amante

y en los soles reverberada,

punzas al indio y al venado

con el jengibre y con la salvia;

en las carnes vivas te oyes

lento hormiguero, sorda vizcacha;

oyes al puma ayuntamiento

y a la nevera, despeñada,

y te escuchas el propio amor

en tumbo y tumbo de tu lava.

Bajan de ti, bajan cantando,

como de nupcias consumadas,

tumbadores de las caobas

y rompedor de araucarias.

Aleluya por el tenerte

para cosecha de las fábulas,

alto ciervo que vio San Jorge

de cornamenta aureolada

y el fantasma del Viracocha,

vaho de niebla y vaho de habla.

¡Por las noches nos acordamos

de bestia negra y plateada,

leona que era nuestra madre

y de pie nos amamantaba!

En los umbrales de mis casas,

tengo tu sombra amoratada.

Hago, sonámbulo, mis rutas,

en seguimiento de tu espalda,

o devanándome en tu niebla,

o tanteando un flanco de arca;

y la tarde me cae al pecho

en una madre desollada.

¡Ancha pasión, por la pasión

de hombros de hijos jadeada!

¡Carne de piedra de la América,

halalí de piedras rodadas,

sueño de piedra que soñamos,

piedras del mundo pastoreadas;

enderezarse de las piedras

para juntarse con sus almas!

¡En el cerco del valle de Elqui

bajo la luna de fantasma,

no sabemos si somos hombres

o somos peñas aprobadas

Vuelven los tiempos en sordo río

y se les oye la arribada

a la meseta de los Cuzcos

que es la peana de la gracia.

Silbaste el silbo subterráneo

a la gente color del ámbar;

no desatamos el mensaje

enrollado de salamandra;

y de tus tajos recogemos

nuestro destino en bocanada.

¡Anduvimos como los hijos

que perdieron signo y palabra,

como beduino o ismaelita,

como las peñas hondeadas,

vagabundos envilecidos,

gajos pisados de vid santa,

vagabundos envilecidos,

como amantes que se encontraran!

Otra vez somos los que fuimos,

cinta de hombres, anillo que anda,

viejo tropel, larga costumbre

en derechura a la peana,

donde quedó la madre augur

que desde cuatro siglos llama,

en toda noche de los Andes

y con el grito que es lanzada.

Otra vez suben nuestros coros

y el roto anillo de la danza,

por caminos que eran de chasquis [16]

y en pespunte de llamaradas.

Son otra vez adoratorios

jaloneando la montaña

y la espiral en que columpian

mirra-copal, mirra-copaiba,

¡para tu gozo y nuestro gozo

balsámica y embalsamada!

El fueguino sube al Caribe

por tus punas espejeadas;

a criaturas de salares

y de pinar lleva a las palmas.

Nos devuelves al Quetzalcóatl

acarreándonos al maya,

y en las mesetas cansa-cielos,

donde es la luz transfigurada,

braceadora, ata tus pueblos

como juncales de sabana.

¡Suelde el caldo de tus metales

los pueblos rotos de tus abras;

cose tus ríos vagabundos,

tus vertientes acainadas.

Puño de hielo, palma de fuego,

a hielo y fuego purifícanos!

Te llamemos en aleluya

y en letanía arrebatada.

¡Especie eterna y suspendida,

Alta-ciudad -Torres-doradas,

Pascual Arribo de tu gente,

Arca tendida de tu Alianza!

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