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VII

Molinos rompe-cielos

mis ojos no los quieren.

El maizal no aman

y su harina no muelen:

no come grano santo

la hiperbórea gente.

Cuando mecen sus hijos

de otra mecida mecen,

en vez de los niveles

de balanceadas frentes.

Acostas del maíz

mejor que no naveguen:

maíz de nuestra boca

lo coma quien lo rece.

El cuerno mexicano

de maizal se vierte

yasí tiemblan los pulsos

en trance de cogerle

yasí canta la sangre

con el arcángel verde,

porque el mágico Anáhuac

se ama perdidamente…

IX

Hace años que el maíz

no me canta en las sienes

ni corre por mis ojos

su crinada serpiente.

Me faltan los maíces

y me sobran las mieses.

Y al sueño, en vez de Anáhuac,

le dejo que me suelte

su mazorca infinita

que me aplaca y me duerme.

Y grano rojo y negro [23]

y dorado y en cierne,

el sueño sin Anáhuac

me cuenta hasta mi muerte.

MAR CARIBE

A E. Ribera Chevremont.

Isla de Puerto Rico,

isla de palmas,

apenas cuerpo, apenas,

como la Santa,

apenas posadura

sobre las aguas;

del millar de palmeras

como más alta,

y en las dos mil colinas

como llamada.

La que como María

funde al nombrarla

y que, como paloma,

vuela nombrada.

Isla en amaneceres

de mí gozada,

sin cuerpo acongojado,

trémula de alma;

de sus constelaciones

amamantada,

en la siesta de fuego

punzada de hablas,

y otra vez en el alba,

adoncellada.

Isla en caña y cafés

apasionada;

tan dulce de decir

como una infancia;

bendita de cantar

como un ¡hosanna!

sirena sin canción

sobre las aguas,

ofendida de mar

en marejada:

¡Cordelia de las olas,

Cordelia amarga!

Seas salvada como

la corza blanca

y como el llama nuevo

del Pachacámac [24],

y como el huevo de oro

de la nidada,

y como la Ifigenia,

viva en la llama.

Te salven los Arcángeles

de nuestra raza:

Miguel castigador,

Rafael que marcha,

y Gabriel que conduce

la hora colmada.

Antes que en mí se acaben

marcha y mirada;

antes de que mi carne

sea una fábula

y antes que mis rodillas

vuelen en ráfagas…

Día de la liberación de Filipinas.

Saudade

PAÍS DE LA AUSENCIA

A Ribeiro Couto

País de la ausencia

extraño país,

más ligero que ángel

y seña sutil,

color de alga muerta,

color de neblí,

con edad de siempre,

sin edad feliz.

No echa granada,

no cría jazmín,

y no tiene cielos

ni mares de añil.

Nombre suyo, nombre,

nunca se lo oí,

y en país sin nombre

me voy a morir.

Ni puente ni barca

me trajo hasta aquí,

no me lo contaron

por isla o país.

Yo no lo buscaba

ni lo descubrí.

Parece una fábula

que yo me aprendí,

sueñode tomar

y de desasir.

Y es mi patria donde

vivir y morir.

Me nació de cosas

que no son país;

de patrias y patrias

que tuve y perdí;

de las criaturas

que yo vi morir;

de lo que era mío

y se fue de mí.

Perdí cordilleras

en donde dormí;

perdí huertos de oro

dulces de vivir;

perdí yo las islas

de caña y añil,

y las sombras de ellos

me las vi ceñir

y juntas y amantes

hacerse país.

Guedejas de nieblas

sin dorso y cerviz,

alientos dormidos

me los vi seguir,

y en años errantes

volverse país,

y en país sin nombre

me voy a morir.

LA EXTRANJERA

A Francis de Miomandre.

– “Habla con dejo de sus mares bárbaros,

con no sé qué algas y no sé qué arenas;

reza oración a dios sin bulto y peso,

envejecida como si muriera.

Ese huerto nuestro que nos hizo extraño,

ha puesto cactus y zarpadas hierbas.

Alienta del resuello del desierto

y ha amado con pasión de que blanquea,

que nunca cuenta y que si nos contase

sería como el mapa de otra estrella.

Vivirá entre nosotros ochenta años,

pero siempre será como si llega,

hablando lengua que jadea y gime

y que le entienden sólo bestezuelas.

Y va a morirse en medio de nosotros,

en una noche en la que más padezca,

con sólo su destino por almohada,

de una muerte callada y extranjera.

BEBER [25]

Al doctor Pedro de Alba

Recuerdo gestos de criaturas

y son gestos de darme el agua.

En el valle de Río Blanco,

en donde nace el Aconcagua,

llegué a beber, salté a beber

en el fuete [26] de una cascada,

que caía crinada y dura

y se rompía yerta y blanca.

Pegué mi boca al hervidero,

y me quemaba el agua santa,

y tres días sangró mi boca

de aquel sorbo del Aconcagua.

En el campo de Mitla, un día

de cigarras, de sol, de marcha,

me doblé a un pozo y vino un indio

a sostenerme sobre el agua,

y mi cabeza, como un fruto,

estaba dentro de sus palmas.

Bebía yo lo que bebía,

que era su cara con mi cara,

y en un relámpago yo supe

carne de Mitla ser mi casta.

En la Isla de Puerto Rico,

a la siesta de azul colmada,

mi cuerpo quieto, las olas locas,

y como cien madres las palmas,

rompió una niña por donaire

junto a mi boca un coco de agua,

y yo bebí, como una hija,

agua de madre, agua de palma.

Y más dulzura no he bebido

con el cuerpo ni con el alma.

A la casa de mis niñeces

mi madre me llevaba el agua.

Entre un sorbo y el otro sorbo

la veía sobre la jarra.

La cabeza más se subía

y la jarra más se abajaba.

Todavía yo tengo el valle,

tengo mi sed y su mirada.

Será esto la eternidad

que aún estamos como estábamos.

Recuerdos gestos de criaturas

y son gestos de darme el agua.

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