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Recado para las Antillas

I

La isla celebra fiesta de la niña.

El Trópico es como Dios absoluto

y en esos soles se muere o se salva.

Anda el café como un alma vehemente;

en venas anda, de valle o montaña

y punza el sueño de niños oscuros:

hierve en el pan y sosiega en el agua.

De leño tiene su casa la niña

y llega el viento del mar a su cama;

llega en truhán con olor de plantíos

y entran en él toronjales y cañas.

La niña lee un poema de Blake

y de San Juan de la Cruz una estancia;

cuenta sus años y saltan los veinte

como polluelos que están en nidada…

Se los sabía y no los sabía;

en huevos de oro le colman la falda:

cuando pasea son veinte flamencos;

cuando conversa son veinte calandrias.

Ella se acuerda de Cuba y Castilla;

de adolescencias de ayer y de infancias.

Niña jugó bajo un árbol del pan

y amó de amor en las Córdobas blancas.

Cantan sus muros de fábulas locas;

cuando se duerme, más alto le cantan;

toda canción que cantaron los hombres

ellos las tienen, las silban, las danzan;

Van por los muros en aves o víboras

cuando ella duerme a la cara le bajan:

el Siboney y la india Guarina,

el Mar Sargasso y el Barco Fantasma.

La negra sirve un café subterráneo,

denso en el vértigo, casto en la nata.

Entra partida de su delantal,

de risa grande y bandeja de plata.

Yo, que no estoy, yo le digo que llegue

tosca y divina como es una fábula,

y mientras bebe la niña su néctar,

la negra dice su ensalmo de magia.

Sale corriendo a encontrar sus amigas,

grita sus nombres de tierras cristianas.

Se llaman dulce, modoso o agudo:

Águeda, Juana, Clarisa, Esperanza.

Y entre ellas cruzan revoloteando

locas palomas pardi-jaspeadas.

Los mozos llegan a la hora de siesta,

son del color de la piña y el ámbar.

Cuando la miran la mientan «su sangre»,

cuando consiente, la dicen «la Patria.»

En medio de ellos parece la piña,

entre su mata ceñida de espadas.

En medio de ellas será flambuayana,

fuego que el viento tajea en mil llamas.

La aman diversa y nacida de ellos,

como los lagos se gozan sus garzas.

Y otra vez caen y vuelan sesgueando

palomas rojas y amoratadas.

II

Ahora duerme en cardumen de oro

del cielo tórrido, junto a las palmas,

adormecida en su Isla de fuego,

pura en su tierra y en su agua antillana.

Duerme su noche de aromas y duerme

sus mocedades que aún son infancias.

¡Duerme su patria que son tres Antillas

y los destinos que están en su raza!

RECADO PARA LA "RESIDENCIA DE PEDRALBES", EN CATALUÑA

La casa blanca de cien puertas

brilla como ascua a mediodía.

Me la topé como a la Gracia,

me saltó al cuello como niña.

La patria no me preguntaron,

la cara no me la sabían.

Me señalaron con la mano

lecho tendido, mesa tendida,

y la fiebre me conocieron

en la cabeza de ceniza.

La palma entra por las ventanas,

el pinar viene de las colinas,

el mar llega de todas partes,

regalándole Epifanía.

La tierra es fuerte como Ulises,

el mar es fiel como Nausica.

Me miran blando las que miran;

blando hablan, recto caminan.

No pesa el techo a mis espaldas,

no cae el muro a las rodillas.

El umbral fresco como el agua

y cada sala como madrina;

la hora quieta, el muro fiel,

la loza blanca, la cama pía.

Y en silla dulce descansando

las Noemíes y las Marías.

De Cataluña es la aceituna

y el frenesí del malvasía;

de Mallorca son las naranjas;

de las Provenzas, el habla fina.

Unas manos que no se ven

traen el pan de gruesa miga

y esto pasa donde se acaba

Francia y es Francia todavía…

Los días son fieles y francos

y más prieta la noche fija.

Por los patios corre, en espejos

y en regatos, la mocería.

El silencio después se raya

de unos ángeles sin mejillas,

y en el lecho la medianoche,

como un guijarro, mi cuerpo afila.

Hacía años que no paraba,

y hacía más que no dormía.

Casas en valles y en mesetas

no se llamaron casas mías.

El sueño era como las fábulas,

la posada como el Escita;

mi sosiego la presa de agua

y misgozos la dura mina.

Pulpa de sombra de la casa

tome mi máscara en carne viva.

La pasión mía me recuerden,

la espalda mía me la sigan.

Pene en los largos corredores

un caminar de cierva herida,

y la oración, que es la Verónica,

tenga mi faz cuando la digan.

¡Volteo el ámbito que dejo,

miento el techo que me tenía,

marco escalera, beso puerta

y doy la cara a mi agonía!

RECADO A VICTORIA OCAMPO EN LA ARGENTINA

Victoria, la costa a que me trajiste,

tiene dulces los pastos y salobre el viento,

el mar Atlántico como crin de potros

y los ganados como el mar Atlántico.

Y tu casa, Victoria, tiene alhucemas,

y verídicos tiene hierro y maderas,

conversación, lealtad y muros.

Albañil, plomero, vidriero,

midieron sin compases, midieron mirándote,

midieron, midieron…

Y la casa, que es tu vaina,

medio es tu madre, medio tu hija…

Industria te hicieron de paz y sueño;

puertas dieron para tu antojo;

umbral tendieron a tus pies…

Yo no sé si es mejor fruta que pan

y es el vino mejor que la leche en tu mesa.

Tú decidiste ser "la terrestre",

y te sirve la Tierra de la mano a la mano,

con espiga y horno, cepa y lagar.

La casa y el jardín cruzan los niños;

ellos parten tus ojos yendo y viniendo;

sus siete nombres llenan tu boca,

los siete donaires sueltan tu risa

y te enredas con ellos en hierbas locas

o te caes con ellos pasando médanos.

Gracias por el sueño que me dio tu casa,

que fue de vellón de lana merino;

por cada copo de tu árbol de ceibo,

por la mañana en que oí las torcazas;

por tu ocurrencia de "fuente de pájaros" [32],

por tanto verde en mis ojos heridos,

y bocanada de sal en mi aliento:

por tu paciencia para poetas

de los cuarenta puntos cardinales…

Te quiero porque eres vasca

y eres terca y apuntas lejos,

a lo que viene y aún no llega;

y porque te pareces a bultos naturales:

a maíz que rebosa la América

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