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III AGUA

Hay países que yo recuerdo

como recuerdo mis infancias.

Son países de mar o río,

de pastales, de vegas y aguas.

Aldea mía sobre el Ródano,

rendida en río y en cigarras;

Antilla en palmas verdi-negras

que a medio mar está y me llama;

¡roca ligure de Portofino:

mar italiana, mar italiana!

Me han traído a país sin río,

tierras-Agar, tierras sin agua;

Saras blancas y Saras rojas,

donde pecaron otras razas,

de pecado rojo de atridas

que cuentan gredas tajeadas;

que no nacieron como un niño

con unas carnazones grasas,

cuando las oigo, sin un silbo,

cuando las cruzo, sin mirada.

Quiero volver a tierras niñas;

llévenme a un blando país de aguas.

En grandes pastos envejezca

y haga al río fábula y fábula.

Tenga una fuente por mi madre

y en la siesta salga a buscarla,

y en jarras baje de una peña

un agua dulce, aguda y áspera.

Me venza y pare los alientos

el agua acérrima y helada.

¡Rompa mi vaso y al beberla

me vuelva niñas las entrañas!

IV CASCADA EN SEQUEDAL

Ganas tengo de cantar,

sin.razón de mi algarada:

nivivo en la tierra

de donde es la palma,

Ni la madre mía

entra por mi casa,

ni regreso a ella

gritando en la barca…

Ganas de cantar

partiendo tres ráfagas,

sin poder cantar

de lo alborotada,

Por la luz devuelta

que anduvo trocada;

por sierras que paso

con su tribu de hayas

Y un ruido que suena,

no sé dónde, de aguas,

que me viene al pecho

y que es de cascada.

Cae donde cae

y ayer no rodaba;

cerca de mi cuerpo

se despeña y llama.

Me paro y escucho,

sin ir a buscarla:

¡agua, madre mía,

e hija mía, el agua!

¡Yo la quiero ver

y no puedo, de ansia,

y sigue cayendo,

l'agua palmoteada!

V EL AIRE

A José Mª Quiroga Plá.

En el llano y la llanada

de salvia y menta salvaje,

encuentro como esperándome

el Aire.

Giran redondo, en un niño

desnudo y voltijeante,

y me toma y arrebata

por su madre.

Mis costados coge enteros,

por cosa de su donaire,

y mis ropas entregadas

por casales…

Silba en áspid de las ramas

o empina los matorrales;

o me para los alientos

como un Ángel.

Pasa y repasa en helechos

y pechugas inefables,

que son gaviotas y aletas

de Aire.

Lo tomo en una brazada;

cazo y pesco, palpitante,

ciega de plumas y anguilas

del Aire…

A lo que hiero no hiero

o lo tomo sin lograrlo,

aventando y cazando

en burlas de Aire…

Cuando camino de vuelta,

por encinas y pinares,

todavía me persigue

el Aire.

Entro en mi casa de piedra

con los cabellos jadeantes,

ebrios, ajenos y duros

del Aire.

En la almohada, revueltos,

no saben apaciguarse,

y es cosa, para dormirme,

de atarles…

Hasta que él allá se cansa

como un albatros gigante,

o una vela que rasgaron

parte a parte.

Al amanecer, me duermo

– cuando mis cabellos caen-

como la madre del hijo,

rota del Aire…

América

Dos Himnos

A don Eduardo Santos.

I SOL DEL TRÓPICO

Sol de los Incas, sol de los Mayas,

maduro sol americano,

sol en que mayas y quichés

reconocieron y adoraron,

y en el que viejos aimaraes

como el ámbar fueron quemados.

Faisán rojo cuando levantas

y cuando medias, faisán blanco,

sol pintador y tatuador

de casta de hombre y de leopardo.

Sol de montañas y de valles,

de los abismos y los llanos,

Rafael de las marchas nuestras,

lebrel de oro de nuestros pasos,

por toda tierra y todo mar

santo y seña de mis hermanos.

Si nos perdemos, que nos busquen

en unos limos abrasados,

donde existe el árbol del pan

y padece el árbol del bálsamo [10].

Sol del Cuzco, blanco en la puna,

Sol de México, canto dorado,

canto rodado sobre el Mayab [11],

maíz de fuego no comulgado,

por el que gimen las gargantas

levantadas a tu viático;

corriendo vas por los azules

estrictos o jesucristianos,

ciervo blanco o enrojecido,

siempre herido, nunca cazado…

Sol de los Andes, cifra nuestra,

veedor de hombres americanos,

pastor ardiendo de grey ardiendo

y tierra ardiendo en su milagro,

que ni se funde ni nos funde,

que no devora ni es devorado;

quetzal de fuego emblanquecido

que cría y nutre pueblos mágicos;

llama pasmado en rutas blancas

guiando llamas alucinados…

Raíz del cielo, curador

de los indios alanceados;

brazo santo cuando los salvas,

cuando los matas, amor santo.

Quetzalcóatl, padre de oficios

de la casta de ojo almendrado,

el moledor de los añiles,

el tejedor de algodón cándido.

Los telares indios enhebras

con colibríes alocados

y das las grecas pintureadas

al mujerío de Tacámbaro.

¡Pájaro Roc [12], plumón que empolla

dos orientes desenfrenados!

Llegas piadoso y absoluto

según los dioses no llegaron,

tórtolas blancas en bandada,

maná que baja sin doblarnos.

No sabemos qué es lo que hicimos

para vivir transfigurados.

En especies solares nuestros

Viracochas se confesaron,

y sus cuerpos los recogimos

en sacramento calcinado.

A tu llama fié a los míos,

en parva de ascuas acostados.

Sobre tendal de salamandras

duermen y sueñan sus cuerpos santos.

O caminan contra el crepúsculo,

encendidos como retamos,

azafranes sobre el poniente,

medio Adanes, medio topacios…

Desnuda mírame y reconóceme,

si no me viste en cuarenta años,

con Pirámide de tu nombre [13],

con pitahayas y con mangos,

con los flamencos de la aurora

y los lagartos tornasolados.

¡Como el maguey, como la yuca,

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