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A
A

en un despeño de sonda,

y arribo a mi derrotero

de las Divinas Personas.

En tres cuajos de cristales

o tres grandes velas solas,

me encontré y revoloteo,

en torno de las Gloriosas.

Cubren sin sombra los cielos,

como la piedra preciosa,

y yo sin mi sombra bailo

los cielos como mis bodas…

IV EL FANTASMA

En la dura noche cerrada

o en la húmeda mañana tierna,

sea invierno, sea verano,

esté dormida, esté despierta.

Aquí estoy si acaso me ven,

y lo mismo si no me vieran,

queriendo que abra aquel umbral

y me conozca aquella puerta.

En un turno de mando y ruego,

y sin irme, porque volviera,

con mis sentidos que tantean

sólo este leño de una puerta,

Aquí me ven si es que ellos ven,

y aquí estoy aunque no supieran,

queriendo haber lo que yo había,

que como sangre me sustenta;

En país que no es mi país,

en ciudad que ninguno mienta,

junto a casa que no es mi casa,

pero siendo mía una puerta,

Detrás la cual yo puse todo,

yo dejé todo como ciega,

sin traer llave que me conozca

y candado que me obedezca.

Aquí me estoy, y yo no supe

que volvería a esta puerta

sin brazo válido, sin mano dura

y sin la voz que mi voz era;

Que guardianes no me verían

ni oiría su oreja sierva,

y sus ojos no entenderían

que soy íntegra y verdadera;

Que anduve lejos y que vuelvo

y que yo soy, si hallé la senda,

me sé sus nombres con mi nombre

y entre puertas hallé la puerta,

¡A buscar lo que les dejé

que es mi ración sobre la tierra,

de mí respira y a mí salta,

como un regato, si me encuentra!

A menos que él también olvide

y que tampoco entienda y vea

mi marcha de alga lamentable

que se retuerce contra su puerta.

Si sus ojos también son esos

que ven sólo las formas ciertas,

que ven vides y ven olivos

y criaturas verdaderas;

Y de verdad yo soy la Larva

desgajada de otra ribera,

que resbala país de hombres

con el silencio de la niebla;

¡Que no raya su pobre llano,

y no lo arruga de su huella,

y que no echa vaho de jadeo

sobre el aljibe de una puerta!

¡Que dormida dejó su carne,

como el árabe deja la tienda,

y por la noche, sin soslayo,

llegó a caer sobre su puerta!;

Materias

I PAN

A Teresa y Enrique Díez-Canedo.

Dejaron un pan en la mesa,

mitad quemado, mitad blanco,

pellizcado encima y abierto

en unos migajones de ampo.

Me parece nuevo o como no visto,

y otra cosa que él no me ha alimentado,

pero volteando su miga, sonámbula,

tacto y olor se me olvidaron.

Huele a mi madre cuando dio su leche,

huele a tres valles por donde he pasado:

a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,

y a mis entrañas cuando yo canto.

Otros olores no hay en la estancia

y por eso él así me ha llamado;

y no hay nadie tampoco en la casa

sino este pan abierto en un plato,

que con su cuerpo me reconoce

y con el mío yo reconozco.

Se ha comido en todos los climas

el mismo pan en cien hermanos:

pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,

pan de Santa Ana y de Santiago.

En mis infancias yo le sabía

forma de sol, de pez o de halo,

y sabía mi mano su miga

y el calor de pichón emplumado…

Después le olvidé, hasta este día

en que los dos nos encontramos,

yo con mi cuerpo de Sara vieja

y él con el suyo de cinco años.

Amigos muertos con que comíalo

en otros valles sientan el vaho

de un pan en septiembre molido

y en agosto en Castilla segado.

Es otro y es el que comimos

en tierras donde se acostaron.

Abro la miga y les doy su calor;

lo volteo y les pongo su hálito.

La mano tengo de él rebosada

y la mirada puesta en mi mano;

entrego un llanto arrepentido

por el olvido de tantos años,

y la cara se me envejece

o me renace en este hallazgo.

Como se halla vacía la casa,

estemos juntos los reencontrados,

sobre esta mesa sin carne y fruta,

los dos en este silencio humano,

hasta que seamos otra vez uno

y nuestro día haya acabado…

II SAL

La sal cogida de la duna,

gaviota viva de ala fresca,

desde su cuenco de blancura,

me busca y vuelve su cabeza.

Yo voy y vengo por la casa

y parece que no la viera

y que tampoco ella me viese,

Santa Lucía blanca y ciega.

Pero la Santa de la sal,

que nos conforta y nos penetra,

con la mirada enjuta y blanca,

alancea, mira y gobierna

a la mujer de la congoja

y a lo tendido de la cena.

De la mesa viene a mi pecho,

va de mi cuarto a la despensa,

con ligereza de vilano

y brillos rotos de saeta.

La cojo como a criatura

y mis manos la espolvorean,

y resbalando con el gesto

de lo que cae y se sujeta,

halla la blanca y desolada

duna de sal de mi cabeza.

Me salaba los lagrimales

y los caminos de mis venas,

y de pronto me perdería

como en juego de compañera,

pero en mis palmas, al regreso,

con mi sangre se reencuentra…

Mano a la mano nos tenemos

como Raquel, como Rebeca.

Yo volteo su cuerpo roto

y ella voltea mi guedeja,

y nos contamos las Antillas

y desvariamos las Provenzas.

Ambas éramos de las olas

y sus espejos de salmuera,

y del mar libre nos trajeron

a una casa profunda y quieta;

y el puñado de sal y yo,

en beguinas o en prisioneras,

las dos llorando, las dos cautivas,

atravesamos por la puerta…

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