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Señala un espacio amplio en medio del dibujo.

– Cuando ya estaban completamente borrachos, acampaban alrededor de hogueras en la plaza principal, y terminaban la noche con una inmensa pelea en la cual cada grupo arrojaba piedras a los demás. Cada año había heridos, incluso muertos.

»Savonarola, por supuesto, es el opositor más ferviente del Carnaval. En su opinión, ha surgido un reto contra la Cristiandad que amenaza con hacer que la gente de Florencia caiga en la tentación. Y reconoce que hay una fuerza más poderosa que las demás, una fuerza que contribuye como ninguna a la corrupción de la ciudad. Esa fuerza enseña a los hombres que las autoridades paganas pueden competir con la Biblia, que la sabiduría y la belleza de cosas no cristianas debería ser venerada también. Esa fuerza lleva a los hombres a creer que la vida humana es una búsqueda de conocimientos y satisfacciones terrenales, y los distrae del único objeto que en verdad importa: la salvación. Esa fuerza es el humanismo. Y sus más grandes defensores son los principales intelectuales de la ciudad, los humanistas.

»Entonces se le ocurre a Savonarola la idea que constituye probablemente su más grande legado histórico. Decide que el Martes de Carnaval, el último día de las fiestas, pondrá en escena un evento gigantesco: algo que mostrará el progreso y la transformación de la ciudad, pero al mismo tiempo recordará a los florentinos sus pecados. Deja que las pandillas de jóvenes recorran la ciudad, pero ahora les da un propósito. Les dice que recojan objetos no cristianos de todos los barrios y los lleven a la plaza principal. Hace una gigantesca pirámide con los objetos. Y ese día, Martes de Carnaval, en un momento en que las pandillas normalmente estarían sentadas alrededor de sus hogueras y enfrentándose a pedradas, Savonarola consigue que construyan otro tipo de hoguera.

Paul mira el mapa, y enseguida sus ojos se fijan en mí.

– La hoguera de las vanidades -digo.

– Correcto. Las pandillas regresaban a la plaza con una carreta tras otra de cartas y dados, tableros de ajedrez, sombras para los ojos, carmín de labios, redecillas para el pelo, joyas, máscaras de carnaval y disfraces. Pero lo más importante es que traían libros paganos. Manuscritos de escritores griegos y romanos. Esculturas y pinturas clásicas.

Paul devuelve el dibujo al sobre. Su voz se torna sombría.

– El Martes de Carnaval, el siete de febrero de 1497, la ciudad entera salió a mirar. Los registros dicen que la pirámide tenía veinte metros de alto, que su base tenía un perímetro de noventa metros. Y todo aquello ardió en llamas.

»La hoguera de las vanidades se convierte en un momento inolvidable de la historia del Renacimiento. -Paul hace una pausa, mira los recortes de papel que cubren la pared y que se levantan levemente cuando el aire del ventilador recorre el cubículo-. Savonarola se hace famoso. Poco tiempo después, ya es conocido en toda Italia y más allá. Sus sermones se imprimen y se leen en media docena de países. Es admirado y odiado. Miguel Ángel se sentía cautivado por él. Maquiavelo lo consideraba un impostor. Pero todo el mundo tenía su propia opinión, y todo el mundo admitía su poder. Todo el mundo.

Ya veo adonde me está llevando.

– Incluyendo a Francesco Colonna -digo.

– Y aquí entra en juego la Hypnerotomachia.

– Entonces ¿es un manifiesto?

– De alguna manera, sí. Francesco no soportaba a Savonarola. Para él, Savonarola representaba el peor tipo de fanatismo, todo lo que el cristianismo tenía de equivocado. Era destructor. Vengativo. Se negaba a permitir que los hombres usaran los dones que Dios les había dado. Francesco era un humanista, un amante de la Antigüedad. Él y sus primos habían pasado sus años de juventud estudiando con los grandes maestros de prosa y poesía antigua. Cuando cumplió los treinta años, ya había amasado una de las más importantes colecciones de manuscritos originales de toda Roma.

»Mucho antes de la primera hoguera, Francesco se había dedicado a recopilar arte y libros. Había contratado a mercaderes de Florencia para que compraran lo que pudieran y lo enviaran a una de las propiedades de su familia en Roma. Esto causó una ruptura importante entre Francesco y su familia: la familia consideraba que Francesco estaba despilfarrando el dinero en cachivaches florentinos. Pero a medida que Savonarola ganaba poder, Francesco actuaba con más decisión: no soportaba pensar en la pirámide que se desvanecía en el humo, y poco importaba el coste que aquello pudiera tener para él o su familia. Bustos de mármol, cuadros de Botticelli, cientos de objetos de valor incalculable. Y sobre todo, libros. Aquellos libros raros e irremplazables. Francesco y Savonarola estaban en extremos opuestos del universo intelectual. Para Francesco, la violencia más grande era la que se ejercía contra el arte, contra el conocimiento.

»En el verano de 1497, Francesco viaja a Florencia para verlo todo con sus propios ojos. Y lo que todos los demás admiran de Savonarola (su santidad, su capacidad para pensar únicamente en la salvación) a Francesco le hace sentir el miedo y el odio más profundos. Ve lo que Savonarola es capaz de hacer: destruir los mayores logros del primer resurgimiento del saber clásico desde los tiempos de la Roma antigua. Ve la muerte del arte, la muerte del conocimiento, la muerte del espíritu clásico. Y la muerte del humanismo: el fin de ese impulso por cruzar fronteras, por sobrepasar las limitaciones, por ver las plenas posibilidades del pensamiento.

– ¿Y escribió sobre esto en la segunda parte del libro?

Paul asiente.

– Francesco lo escribió todo en la segunda parte, todas las cosas que tenía miedo de decir en la primera. Registró lo que había visto en Florencia y lo que temía. Que la influencia de Savonarola aumentaba. Que lograría, de alguna manera, ganar la atención del rey de Francia. Que tenía admiradores en Alemania e Italia. A medida que Francesco escribe, uno siente el desarrollo de esa influencia. Francesco se convencía más y más de que había legiones enteras de seguidores apoyando a Savonarola en todos los países de la Cristiandad. «Este predicador», escribió, «es tan sólo el comienzo de un nuevo espíritu cristiano. Habrá levantamientos de predicadores fanáticos, estallarán las hogueras a lo largo y ancho de Italia». Dice que Europa está a punto de sufrir una revolución religiosa. Y si consideramos que ya se acerca la Reforma, comprendemos que tenía razón. Savonarola no vivirá para verla, pero, tal como has dicho, cuando Lutero ponga en marcha su plan, pocos años después, recordará a Savonarola como un héroe.

– Así que Colonna lo previo todo.

– Sí. Y después de ver a Savonarola con sus propios ojos, Francesco toma una posición más firme. Decide utilizar sus contactos para hacer lo que muy pocas personas en Roma, o en cualquier otra parte del mundo occidental, hubieran podido hacer. Usando una pequeña red de amigos fiables, comienza a coleccionar todavía más obras de arte y manuscritos raros. Se comunica con una gigantesca red de humanistas y pintores para recoger tantos tesoros, tantos logros del conocimiento y la imaginación como sea posible. Soborna a abates y bibliotecarios, a aristócratas y negociantes. Los mercaderes viajan a ciudades del otro lado del continente sólo para él. Van a las ruinas del Imperio Bizantino, donde el saber antiguo se conserva todavía. Van a tierra de infieles a buscar textos árabes. Van a monasterios de Alemania, Francia y el Norte. Y durante todo este tiempo, Francesco mantiene su identidad en secreto, protegido por sus amigos más cercanos, por sus hermanos humanistas. Sólo ellos saben lo que pretende hacer con todos esos tesoros.

De repente recuerdo el diario del capitán de puerto. Genovés se pregunta qué puede transportar un barco tan pequeño procedente de un puerto tan oscuro. Se pregunta por qué un noble como Francesco Colonna estaría tan interesado en aquello.

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