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Noto la emoción de Paul al pensar que ha superado en astucia al capitán.

– Dices que las indicaciones están ahí por otra alguna otra razón.

Apenas si hace una pausa.

– De Stadio no sólo significa «en estadios». De también puede significar «desde».

Me mira, expectante, pero la belleza de esta nueva traducción me pasa desapercibida.

– Tal vez las medidas no son sólo de estadios, tal vez no se han medido sólo en esas unidades -dice-. Tal vez se han tomado también desde un estadio. Un estadio puede ser el punto de partida. De Stadio puede tener un significado doble: se siguen las indicaciones desde un estadio, un edificio físico, y se siguen en estadios, en esas unidades.

El mapa de Roma proyectado en la pared empieza a estar mejor enfocado. La ciudad está cubierta de antiguos estadios. Colonna la debió conocer mejor que cualquier otra ciudad del mundo.

– Esto resuelve el problema de escalas que tenía el capitán -continúa Paul-. Uno no puede medir la distancia entre países en unos pocos estadios. Pero sí que puedes medir así la distancia en el interior de una ciudad. Plinio dice que la circunferencia de las murallas de Roma en el año 75 d.C. era de cerca de veintiún kilómetros. Entre un extremo y otro de la ciudad debía haber veinticinco o treinta estadios.

– ¿Crees que eso nos llevará a la cripta?

– Francesco habla de construir donde nadie pueda verla. No quiere que nadie sepa lo que hay dentro. Ésta puede ser la única forma de encontrar la ubicación.

En un instante, me vienen a la memoria meses de especulaciones. Paul y yo pasamos varias noches preguntándonos por qué Colonna construiría su cripta en los bosques romanos, lejos de su familia y sus amigos, pero nunca nos pusimos de acuerdo en nuestras conclusiones.

– ¿Y si la cripta fuera más de lo que creemos? -dice-. ¿Y si la ubicación fuera el secreto?

– En ese caso, ¿qué habría dentro? -digo, recuperando la pregunta.

Todo su porte se transforma en frustración.

– No lo sé, Tom. Aún no lo he descubierto.

– Sólo pregunto si no crees que Colonna habría…

– ¿Dicho lo que había en la cripta? Claro que sí. Pero la segunda mitad del libro depende de la última clave, y no logro resolverla. No puedo hacerlo sólo. Así que este diario es la respuesta. ¿De acuerdo?

Dejo de insistir.

– De manera que lo único que tenemos que hacer -continúa Paul- es echar un vistazo a algunos de estos mapas. Empezamos en las zonas de los principales estadios, el Coliseo, el Circo Máximo, etcétera, y nos movemos cuatro estadios al sur, diez al este, dos al norte y seis al oeste. Si cualquiera de esos lugares queda en lo que en tiempos de Colonna era un bosque, lo marcamos.

– Bien -digo.

Paul presiona el botón de avance pasando por una serie de mapas de los siglos XV y XVI. Tienen la calidad de una caricatura arquitectónica, edificios dibujados sin guardar ninguna proporción con sus alrededores, cada uno apiñado contra los demás de manera que los espacios entre ellos son imposibles de juzgar.

– ¿Cómo mediremos las distancias entre ellos?

Me responde dándole al mando varias veces más. Después de tres o cuatro mapas renacentistas, aparece uno moderno. La ciudad se parece más a la que recuerdo a partir de las guías que me dio mi padre antes de nuestro viaje al Vaticano. La muralla de Aurelio al norte, al este y al sur, y el río Tíber al oeste, crean el perfil de una cabeza de mujer anciana mirando al resto de Italia. La iglesia de San Lorenzo, donde Colonna mandó matar a los dos hombres, flota como una mosca justo delante del puente de la nariz de la anciana.

– Éste tiene la escala apropiada -dice Paul, señalando las medidas de la esquina superior izquierda. En una línea con la leyenda antigua milla romana hay marcados ocho estadios.

Camina hacia la imagen de la pared y pone la mano junto a la escala. Los ocho estadios equivalen a la distancia que hay entre la base de su palma y la punta del dedo corazón.

– Comencemos con el Coliseo. -Se pone de rodillas en el suelo y pone la mano junto a un óvalo oscuro del centro del mapa, cerca de la mejilla de la anciana-. Cuatro sur -dice, desplazándose hacia abajo la longitud de media mano- y diez este. -Se mueve un palmo en esa dirección y añade medio dedo índice-. Luego dos norte y seis oeste.

Cuando termina, su mano señala en el mapa un punto llamado M.CELIUS.

– ¿Crees que está ahí?

– Ahí no -dice, deprimido. Señalando un círculo oscuro sobre el mapa, a muy poca distancia hacia el suroeste del punto de llegada, añade-: Aquí hay una iglesia. Santo Stefano Rotondo. -Desplaza el dedo hacia el nordeste-. Aquí hay otra, Santi Quattro Coronati. Y aquí -mueve el dedo hacia el sureste- está San Juan Laterano, donde vivieron los Papas hasta el siglo catorce. Si Francesco hubiera construido aquí su cripta, lo habría hecho a menos de medio kilómetro de tres iglesias distintas. Es imposible.

Comienza de nuevo.

– El Circus Flaminius -dice-. Este mapa es viejo. Creo que Gatti lo ubicó más cerca de aquí.

Acerca el dedo al río, y luego repite las indicaciones.

– ¿Bien o mal? -digo, mirando fijamente la ubicación: cae en alguna parte de la cima del Monte Palatino.

Paul frunce el ceño.

– Mal. Esto está casi en la mitad de San Teodoro.

– ¿Otra iglesia?

Asiente.

– ¿Estás seguro de que Colonna no la construyó cerca de una iglesia?

Me mira como si hubiera olvidado la regla de oro.

– Todos sus mensajes hablan del miedo que tiene de que lo sorprendan los fanáticos. Los «hombres de Dios». ¿Cómo interpretas tú eso?

A punto de perder la paciencia, intenta dos posibilidades más: el Circo de Adriano y el viejo Circo de Nerón, sobre el cual se construyó el Vaticano. Pero en ambos casos, el rectángulo de veintidós estadios aterriza casi en medio del río Tíber.

El enigma del cuatro - pic_9.jpg

– Hay un estadio en cada esquina de este mapa -le digo-. ¿Por qué no pensamos dónde podría estar la cripta, y luego hacemos el proceso a la inversa para ver si hay algún estadio cerca?

Paul reflexiona un instante.

– Tendría que revisar mis otros atlas en el Ivy.

– Podemos regresar mañana.

Paul, cuya reserva de optimismo está disminuyendo, mira el mapa un momento y luego asiente. Colonna lo ha derrotado de nuevo. Incluso el capitán espía fue burlado.

– ¿Y ahora qué? -pregunto.

Se abrocha el abrigo y apaga el proyector.

– Quiero revisar el escritorio de Bill. En la biblioteca de abajo.

Vuelve a poner la máquina en la estantería, tratando de dejarlo todo como estaba.

– ¿Para qué?

– Para ver si hay algo más del diario. Richard insiste en que había un plano doblado en el interior.

Abre la puerta y me la sostiene. Echa una mirada a la habitación antes de cerrar.

– ¿Tienes una llave de la biblioteca?

Paul niega.

– Bill me dio el código de la escalera.

Regresamos a la oscuridad del vestíbulo y Paul me guía por el pasillo. En la oscuridad parpadean luces de seguridad de color naranja, como aviones cruzando la noche. Llegamos a una puerta que da a una escalera. Bajo el pomo hay una caja con cinco botones numerados. Paul piensa un instante y luego marca los números de una breve secuencia. El pomo gira en su mano y en ese momento nos quedamos paralizados. En el silencio, alcanzamos a oír un ruido de pies que se arrastran.

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