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EL TOQUE DEL ESPIRITU

III. LO ABSTRACTO

Regresamos a la casa de don Juan en las primeras horas de la mañana. Nos llevó largo tiempo descender de las montañas, principalmente debido a mi temor a tropezar en la oscuridad y caer en un precipicio. Don Juan tenía que detenerse a cada instante, para recobrar el aliento que perdía riéndose de mí.

Estaba yo muerto de cansancio, pero no conseguí dormir. Como al medio día, comenzó a llover. El sonido del copioso aguacero sobre el techo de teja, en lugar de adormecerme, disipó todo trazo de somnolencia.

Fui a buscar a don Juan y lo encontré dormitando en una silla. En cuanto me acerqué a él se despertó por completo. Le di los buenos días.

– Parece que usted no tiene problemas para dormir -comenté.

– Después de asustarte o enojarte, nunca te acuestes a dormir -dijo sin mirarme-. Duerme como lo hago yo, sentado en una silla cómoda.

En una ocasión me sugirió que si quería dar a mi cuerpo un verdadero descanso, debía tomar largas siestas tendido de vientre, con la cabeza vuelta hacia el lado izquierdo y los pies colgando justo sobre el pie de la cama. Para no enfriarme me recomendó colocar una almohada ligera sobre los hombros, sin tocar el cuello y usar medias gruesas o no quitarme los zapatos.

La primera vez que oí su sugerencia, pensé que estaba bromeando, pero más tarde cambié de opinión. El dormir en esa posición me permitía descansar profundamente. Al comentarle los sorprendentes resultados, me aconsejó seguir sus sugerencias al pie de la letra sin importar si le creía o no.

Le dije a don Juan que bien habría podido enseñarme la noche anterior lo de dormir sentado. Le expliqué que el motivo de mi insomnio, además de mi enorme fatiga, era una extraña preocupación por lo que me había contado en la cueva de los brujos.

– ¡No me vengas con esas! -exclamó-. Has visto y oído cosas realmente espeluznantes, sin perder un solo momento de sueño. Es otra cosa lo que te preocupa.

Por un momento pensé que encontraba poco sincera la razón de mi preocupación. Comencé a darle explicaciones, pero él continuó hablando como si no me hubiera escuchado.

– Anoche declaraste categóricamente que la cueva no te molestaba en lo mínimo -dijo-. Pues obviamente, te afectó. Anoche no insistí sobre el asunto de la cueva, porque estaba esperando tu reacción.

Don Juan manifestó que la cueva fue diseñada por los brujos de la antigüedad para servir de catalizador. Su forma había sido medida cuidadosamente a fin de acomodar a dos personas, en el aspecto de dos campos de energía. La teoría de esos brujos era que la naturaleza de la roca, y el modo en que la tallaron, permitía a dos cuerpos, a dos bolas luminosas, entretejer su energía.

– Te llevé a esa cueva a propósito -continuó- no porque me guste, porque no me gusta, sino porque es indispensable. Fue creada como un instrumento para empujar al aprendiz a un profundo estado de conciencia acrecentada. Pero desgraciadamente, así como ayuda también malogra: empuja a los brujos a las acciones. A los antiguos brujos no les gustaba pensar, preferían actuar.

– Usted siempre me ha dicho que su benefactor era así -comenté.

– Esa es una exageración mía -dijo-, como cuando digo que tú eres un tonto. Mi benefactor era un nagual moderno, dedicado a la búsqueda de la libertad, pero se inclinaba más hacia las acciones que los pensamientos. Tú eres un nagual moderno implicado en la misma búsqueda, pero tiendes bastante hacia los extravíos de la razón.

Su comparación debió parecerle de lo más graciosa. Sus carcajadas hicieron eco en el cuarto vacío.

Cuando llevé la conversación otra vez al tema de la cueva aparentó no oírme. Por el brillo en sus ojos y la forma en que me sonreía, comprendí que fingía.

– Anoche te conté lo del primer centro abstracto -dijo-, y te lo conté con la esperanza de que, al reflexionar sobre el modo como yo he actuado contigo durante todos estos años, dieras con la idea de cuales son los otros centros abstractos. Has pasado conmigo mucho tiempo. Y yo he tratado durante cada momento de todo ese tiempo de ajustar mis actos y mis pensamientos a los patrones de los centros abstractos.

"Ahora, la historia del nagual Elías es otro asunto. A pesar de parecer una historia sobre dos personas, realmente es una historia acerca del intento. El intento crea edificios frente a nosotros y nos invita a entrar en ellos. Este es el modo como los brujos entienden su mundo; creen que cada cosa que pasa a su alrededor es un edificio creado por el intento.

Don Juan pareció cambiar de conversación y me recordó que yo siempre insistía en descubrir el orden básico de todo lo que me decía. Pensé que estaba criticando mi tendencia a transformar todo lo que él me enseñaba en un problema relacionado con la ciencia social. Comencé a decirle que mi perspectiva había cambiado bajo su influencia. Me detuvo y sonrió.

– Es una lástima, pero tú no piensas muy bien -dijo y suspiró-. Yo siempre he querido que comprendas el orden básico de lo que te enseño. Lo que no me gusta es lo que tú consideras como orden básico. Para ti, éste representa procedimientos secretos o consistencias ocultas. Para mí, representa dos cosas: el edificio que el intento construye, en un abrir y cerrar de ojos y coloca frente a nosotros para que entremos en él, y las señales que nos da para que no nos perdamos una vez dentro.

"Hablando de orden básico -prosiguió- la historia del nagual Elías es más que el simple relato de una cadena de acontecimientos. Al pie de todo eso está el edificio del intento. La historia tenía como propósito mostrarte ese edificio y, al mismo tiempo, darte una noción de cómo eran los naguales del pasado, para que así puedas coordinar sus actos y pensamientos a fin de entrar a los edificios del intento.

Hubo un silencio prolongado. Yo no tenía nada que decir. Para no dejar morir la conversación, dije lo primero que se me ocurrió. Comenté que por lo que había oído del nagual Elías, me había formado muy buena opinión de él. En cambio, por razones desconocidas, todo cuanto don Juan me había dicho acerca del nagual Julián me perturbaba.

La sola mención de mi desagrado deleitó a don Juan en gran medida. Tuvo que levantarse de la silla para no ahogarse de risa. Me puso el brazo sobre los hombros y dijo que siempre amábamos u odiábamos a quienes son nuestro reflejo.

Una estúpida toma de conciencia me impidió preguntarle qué quería decirme con eso. Don Juan continuó riéndose, obviamente consciente de mi estado de ánimo. Guiñándome el ojo dijo que el nagual Julián era como un niño, cuya sobriedad y moderación provenían de fuera, y que carecía de disciplina aparte de su entrenamiento como aprendiz de brujería.

Sentí la genuina urgencia de defenderme y dije que en mi caso mi disciplina era verdadera.

– Por supuesto -me dijo con aire condescendiente-. No se puede esperar que seas exactamente igual a él.

Y rompió a reír de nuevo.

A veces, don Juan me exasperaba a tal punto que sentía ganas de gritarle. Pero esta vez ese estado de ánimo no duró mucho tiempo. Se disipó rápidamente a medida que otra preocupación empezó a hilarse en mi cabeza. Le pregunté a don Juan si era posible que yo hubiera entrado en un estado de conciencia acrecentada sin siquiera saberlo.

– A estas alturas, entras a la conciencia acrecentada por propia cuenta -dijo-. La conciencia acrecentada es un misterio sólo para nuestra razón. En la práctica, es de lo más sencillo que hay. Como siempre somos nosotros quienes complicamos todo al tratar de transformar la inmensidad que nos rodea en algo razonable.

Recalcó que en vez de estar discutiendo inútilmente mis estados de ánimo, yo debía estar pensando acerca del centro abstracto del que había hablado. Le dije que había estado cavilando toda la mañana sobre eso, llegando a la conclusión de que "las manifestaciones del espíritu" era el tema metafórico de la historia. Lo que no pude determinar, sin embargo, fue el centro abstracto y llegué a la conclusión que debía ser algo no expresado.

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