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– Te lo voy a repetir -dijo, como si fuera un maestro de escuela enseñando a sus estudiantes- las manifestaciones del espíritu es el nombre del primer centro abstracto de las historias de brujería. Obviamente, lo que los brujos conocen como centro abstracto, es algo que, por el momento, se te pasa por alto. Y esa parte que se te escapa, los brujos la conocen como el edificio del intento, o la voz silenciosa del espíritu, o el arreglo ulterior de lo abstracto.

Argüí que yo entendía la palabra ulterior como algo que no era revelado abiertamente, como en la expresión "motivos ulteriores". Y él replicó que en este caso, ulterior significaba más que algo no revelado abiertamente; significaba el conocimiento sin palabras; el conocimiento que quedaba fuera de nuestra comprensión racional, sobre todo de la mía. Aseveró que la comprensión de la que hablaba estaba más allá de mis aptitudes, por el momento, pero no más allá de mis posibilidades totales.

– Si los centros abstractos están más allá de mi comprensión, ¿de que sirve hablar de ellos? -pregunté.

– La regla dice que los centros abstractos y las historias de brujería deben ser enseñados en este punto -dijo- y algún día, las historias mismas te revelarán el arreglo ulterior de lo abstracto, que es, como ya te dije, el conocimiento silencioso; el edificio del intento, que está indisputablemente presente en las historias.

Yo no le entendía por más que trataba.

– El arreglo ulterior de lo abstracto no es simplemente el orden en el que nos presentaron los centros abstractos -explicó- ni tampoco lo que tienen en común, y ni siquiera el tejido que los une. Más bien, es el acto de conocer lo abstracto directamente, sin la intervención del lenguaje.

Me escrutó en silencio de pies a cabeza, con el obvio propósito de verme.

– Todavía no te es evidente -declaró.

Hizo un gesto de impaciencia, un poco malhumorado, como si mi lentitud lo molestara. Eso me preocupó, pues don Juan no era dado a expresar molestia.

– No tiene nada que ver contigo -dijo en respuesta a mi pregunta de que si estaba enfadado o decepcionado conmigo-. Es que al verte se me cruzó un pensamiento por mi mente. En tu ser luminoso hay una característica que los antiguos brujos hubieran dado cualquier cosa por poseer.

– Puede usted decirme lo que es -pedí en tono áspero.

– Te lo diré en otra ocasión -dijo- entretanto, continuemos con el elemento que nos impulsa: lo abstracto. El elemento sin el cual, no existiría el camino del guerrero, ni guerrero alguno en busca de conocimiento.

Dijo que las dificultades que yo experimentaba no le eran desconocidas. El mismo también había pasado verdaderos tormentos para comprender el arreglo ulterior de lo abstracto. Y de no haber sido por la gran ayuda del nagual Elías, habría terminado como su benefactor: todo acción y muy poca comprensión.

– ¿Cómo era el nagual Elías? -pregunté para cambiar de tema.

– No se parecía en nada a su discípulo -dijo don Juan-. Era indio. Muy prieto y fornido. Tenía facciones toscas, boca y nariz grandes, ojos pequeños y negros, cabello negro y grueso sin una sola cana. Era más bajo de estatura que el nagual Julián. Tenía pies y manos grandes. Era muy humilde y muy sabido, pero no tenía chispa. Comparado con mi benefactor, era algo pesadito. Siempre solitario, sumido en cavilaciones y en preguntas. El nagual Julián bromeaba que su maestro impartía sabiduría por toneladas y a sus espaldas lo llamaba el nagual Tonelaje.

"Nunca entendí la razón de sus bromas -continuó don Juan-. Para mí el nagual Elías era como una ráfaga de aire fresco. Me explicaba todo pacientemente, como yo te explico a ti, probablemente con un poco más de algo que no llamaría yo compasión, sino más bien empatía.

Desde el momento que los guerreros, son incapaces de sentir compasión por sí mismos, tampoco pueden sentir compasión por nadie. Sin la fuerza impulsora de la lástima por sí mismo, la compasión no tiene sentido.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que a un guerrero nadie le importa?

– En cierto modo, sí. Para un guerrero todo comienza y termina en sí mismo. Sin embargo, su contacto con lo abstracto lo hace superar sus sentimientos de importancia personal. Así, el yo se convierte en algo abstracto, algo sin egoísmo.

"El nagual Elías sabía que las circunstancias de nuestras vidas y nuestras personalidades eran similares -continuó don Juan-. Por esta razón, se sintió obligado a ayudarme. Yo no siento esa similitud contigo, así que supongo que te considero de una manera muy semejante a la que el nagual Julián me consideraba a mí.

Don Juan dijo que el nagual Elías lo tomó bajo su protección casi desde el primer momento en que llegó a la casa de su benefactor. Era él quien le daba complejas explicaciones acerca de todo lo que sucedía en su aprendizaje. Nunca le importó al nagual Elías si don Juan era capaz de comprender o no. Su deseo de ayudarlo era tan intenso, que prácticamente lo tenía prisionero. De esta forma, lo protegió de los duros embates del nagual Julián.

– En un principio, yo acostumbraba a quedarme en casa del nagual Elías -continuó don Juan- y me encantaba. En casa de mi benefactor tenía que andar siempre muy alerta; siempre en guardia, temeroso de lo que él me fuera a hacer. En cambio, en casa del nagual Elías, sentía lo contrario: me sentía seguro y a gusto.

– Mi benefactor me presionaba sin misericordia. Y sencillamente, yo no podía imaginarme por qué lo hacía. A veces hasta pensaba que el hombre estaba loco de remate.

Quería preguntarle por qué lo presionaba tanto, pero don Juan continuó hablando del nagual Elías. Dijo que era un indio del estado de Oaxaca y que había sido instruido por otro nagual de nombre Rosendo, de la misma región. Don Juan describió al nagual Elías como un hombre conservador, a quien le gustaba sobremanera su soledad ermitaña. Recalcó que era un brujo curandero, con una enorme clientela, famoso no sólo en Oaxaca, sino en todo el sur de México, pero que, a pesar de su ocupación diaria y su fama, vivía completamente aislado en el extremo opuesto del país, en el norte de México.

Don Juan dejó de hablar. Arqueando las cejas, se me quedó viendo con una mirada interrogatoria. Parecía estar solicitándome una pregunta. Pero todo lo que yo quería era que continuara con su relato.

– Sin falla, cada vez que espero que me hagas una pregunta, no lo haces -dijo-. Estoy seguro de que me oíste decir que el nagual Elías era un famoso brujo que atendía gente todos los días en el sur de México y al mismo tiempo era un ermitaño en el norte de México. ¿No te parece esto curioso?

Me sentí abismalmente estúpido. Le confesé que, al momento que me decía todo eso, lo único que se me ocurrió pensar fue en lo difícil que habría sido para él viajar de un lado a otro.

Don Juan se echó a reír. Y yo le pregunté, ya que me había hecho darme cuenta de ello, que cómo era posible para el nagual Elías estar en dos sitios al mismo tiempo.

– El ensueño es el avión a propulsión de un brujo -dijo-. El nagual Elías era ensoñador, así como mi benefactor era acechador, y podía crear y proyectar lo que los brujos conocen como el cuerpo de ensueño, o el Otro, y estar en dos lugares distantes al mismo tiempo. Con su cuerpo de ensueño, llevaba a cabo sus funciones de brujo, con su ser natural era un ermitaño.

Le hice notar que me resultaba sorprendente que yo pudiera aceptar con mucha facilidad la idea de que el nagual Elías podía proyectar fuera de él la imagen sólida, tridimensional, de sí mismo, y sin embargo, no podía yo entender por nada del mundo las explicaciones acerca de los centros abstractos.

Don Juan dijo que si yo podía aceptar la idea de la vida dual del nagual Elías era porque el espíritu estaba haciendo ajustes finales en mi capacidad de estar consciente de ser. Le dije que su aseveración era tan críptica que no tenía significado para mí. Pero él, sin prestarme atención, continuó hablando. Dijo que el nagual Elías tenía una mente muy despierta y unas manos de artista. Él copiaba en madera y en hierro forjado los objetos que veía en sus viajes de ensueño. Don Juan aseveró que esos modelos eran de una belleza exquisita y perturbadora.

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