– Pobre hombre -dijo la señora.
– Bueno, será mejor que nos marchemos si queremos hallar una mujer para él antes de que se haga muy tarde -dijo don Juan, levantándose-.
– Pero ¿usted habla en serio sobre lo del casamiento? -preguntó la muchacha a don Juan.
– Por supuesto -respondió él-. Le voy a ayudar a conseguir lo que necesita para que pueda cruzar la frontera y llegar al sitio donde no hay compasión.
Pensé que, al hablar del sitio donde no hay compasión don Juan se refería al matrimonio o a los Estados Unidos. La metáfora me hizo reír y, por un momento, tartamudeé espantosamente. Eso casi mata a las mujeres del susto, pero hizo que don Juan riera como loco.
– Era imperativo que te declarara mi propósito -dijo don Juan, siguiendo con su explicación-. Lo hice, pero se te pasó por alto, como era de esperar.
Dijo que, desde el momento en que el espíritu se le manifestó, cada paso fue llevado a cabo con absoluta facilidad. Y yo llegué al sitio donde no hay compasión cuando, bajo la presión de su transformación en un vejete senil, mi punto de encaje abandonó su posición habitual.
– La posición habitual y la imagen de sí -continuó don Juan- obligan al punto de encaje a armar un mundo de falsa compasión, pero de crueldad y egoísmo muy reales. En ese mundo, los únicos sentimientos verdaderos son los que convienen a quien los tiene.
"Para el brujo, el no tener compasión no es el ser cruel. El no tener compasión es la cordura, lo opuesto a la compasión por sí mismo y la importancia personal.
LOS REQUISITOS DEL INTENTO
XI. ROMPER LA IMAGEN DE SÍ
Pasamos la noche en el sitio donde yo me había acordado de lo que sucedió en Guaymas. Durante esa noche, aprovechando que mi punto de encaje estaba maleable, don Juan me ayudó a alcanzar nuevas posiciones; percibí cosas increíbles, pero inmediatamente se convirtió todo en algo borroso, que realmente no existía.
Al día siguiente yo no podía recordar nada de lo que había acontecido o lo que había percibido; tenía, no obstante, la aguda sensación de haber pasado por extrañas experiencias. Don Juan admitió que mi punto de encaje se había movido más de lo que él esperaba, pero se rehusó a darme siquiera una leve indicación de lo que yo había hecho. Su único comentario fue que algún día me acordaría de todo.
Alrededor del mediodía, continuamos subiendo las montañas. Caminamos en silencio y sin detenernos hasta bien avanzada la tarde. Mientras subíamos lentamente por una cuesta algo empinada, don Juan habló súbitamente. No comprendí nada y él lo repitió hasta que entendí que deseaba que nos detuviéramos en una cornisa ancha, visible desde donde nos hallábamos. Me estaba diciendo que en aquella cornisa, protegida por peñascos y espesos matorrales, nosotros estaríamos al resguardo del viento y la intemperie.
– Dime ¿qué parte de la cornisa sería la mejor para pasar toda la noche? -preguntó.
Algo antes, mientras escalábamos, yo había localizado aquella cornisa casi inadvertible. Parecía como un parche de oscuridad en la faz de la montaña. La identifiqué con una ojeada muy rápida. Y ahora que don Juan solicitaba mi opinión, noté un punto de oscuridad aún más profundo, un punto casi negro, en el lado sur de la cornisa. La cornisa oscura y su punto casi negro no me producían ningún sentimiento de temor o angustia, por el contrario, sentí un extraño placer al mirar a aquel lugar. Y mirar al punto negro me causó aún más goce.
– Ese punto ahí es muy oscuro, pero me gusta -dije, cuando llegamos a la cornisa.
El estuvo de acuerdo que aquél era el mejor sitio para pasar la noche. Dijo que en ese lugar había un nivel de energía especial y que a él también le gustaba su agradable oscuridad. Nos encaminamos hacia las rocas salientes. Don Juan despejó un sector junto a los peñascos y nos sentamos, apoyando la espalda en ellos.
Le dije que, por un lado, me parecía haber elegido ese sitio por pura suerte, pero que por el otro, no podía pasar por alto el hecho de haberlo percibido con los ojos.
– Yo no diría que lo percibiste exclusivamente con los ojos -dijo-. Fue un poco más complejo que eso.
– ¿A qué se refiere usted, don Juan? -pregunté.
– Me refiero a que tienes posibilidades de las que aún no estás consciente -replicó-. Como eres bastante descuidado, piensas que todo cuanto percibes es, simplemente, una percepción sensorial común.
Dijo que, si yo no le creía, me urgía a bajar otra vez a la base de la montaña para corroborar lo que me estaba diciendo. Predijo que me sería imposible ver la cornisa oscura simplemente con la mirada.
Afirmé, con vehemencia, que yo no tenía ningún motivo para poner en duda lo que él me decía. No pensaba bajar al pie de la montaña por nada del mundo.
Insistió en que bajáramos. Creí que lo decía sólo para molestarme, pero cuando se me ocurrió que podía decirlo en serio me puse nervioso. El rió con tantas ganas que le costaba respirar.
Comentó luego el hecho de que todos los animales eran capaces de encontrar en su alrededor los sitios que tenían niveles especiales de energía. Afirmó que casi todos los animales les tenían pavor y los evitaban. Las excepciones eran los pumas y los coyotes, que hasta dormían en ellos cuando los encontraban. Pero sólo los brujos los buscaban expresamente por sus efectos.
Le pregunté qué efectos eran esos. Dijo que daban imperceptibles descargas de energía vigorizante, y comentó que los hombres comunes y corrientes que vivían en ambientes naturales podían encontrarlos, aunque no supieran que los habían hallado ni estuvieran conscientes de sus efectos.
– ¿Cómo saben que los han encontrado? -pregunté.
– No lo saben nunca -replicó-. Los brujos, al observar a los hombres que viajan a pie, notan en seguida que estos se fatigan y descansan justo en los sitios donde hay un nivel positivo de energía.
"Por el contrario, si pasan por una zona que tiene un flujo de energía perjudicial, se ponen nerviosos y aprietan el paso. Si los interrogas, te dirán que apretaron el paso en esa zona porque se sentían con mayor energía. Pero es lo opuesto: el único lugar que les da energía es aquel en donde se sienten cansados.
Dijo que los brujos podían localizar esos lugares, porque perciben con todo el cuerpo ínfimas emanaciones de energía en los alrededores. La energía de los brujos, derivada de la reducción de su imagen de sí, les permite un mayor alcance a sus sentidos.
– Desde el primer momento que te conocí -prosiguió él- he estado tratando de demostrarte que el único camino digno, tanto para los brujos como para los hombres comunes y corrientes, es restringir nuestro apego a la imagen de si. Lo que el nagual trata de hacer con sus aprendices es romper el espejo de la imagen de si.
Agregó que romper el espejo de cada aprendiz era un caso individual y que el nagual dejaba los detalles en manos del espíritu.
– Cada uno de nosotros tiene un diferente grado de apego a su imagen de sí -continuó-. Y ese apego se hace sentir como una necesidad. Por ejemplo, antes de que yo iniciara el camino del conocimiento, mi vida era una necesidad incesante. Años después de que el nagual Julián me tomara bajo su tutela yo seguía igualmente lleno de necesidad, quizá hasta más que antes.
“Pero hay ejemplos de personas, brujos o personas corrientes, que no necesitan de nadie. Obtienen paz, armonía, risa, conocimiento, directamente del espíritu. No necesitan intermediarios. Tu caso y el mío son diferentes. Yo soy tu intermediario, como el nagual Julián fue el mío. Los intermediarios, además de proporcionar una mínima oportunidad, que es el darse cuenta del intento, ayudan a romper el espejo de la imagen de sí.
"La única ayuda concreta que has obtenido de mí es que yo ataco tu imagen de sí. Si no fuera por eso estarías perdiendo el tiempo conmigo. Esa es la única ayuda real que has obtenido de mi.