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"Eso hice con mis sentimientos por aquellos chicos y la mujer. Con gran disciplina, especialmente en el caso del niño mayor, habían recapitulado sus vidas junto conmigo. Sólo el espíritu podía decidir el resultado de ese afecto.

Me recordó que me había enseñado cómo actúan los guerreros en tales situaciones. Dan lo mejor de sí y después, sin remordimientos ni lamentos, se quedan tranquilos y dejan que el espíritu decida el resultado.

– ¿Cuál fue la decisión del espíritu en su caso, don Juan? -pregunté.

Me estudió sin responder. Yo sabía que él estaba completamente consciente de los motivos detrás de mi pregunta, pues yo había experimentado un afecto similar y una perdida parecida.

– La decisión del espíritu es otro centro abstracto -dijo-. Historias de brujería se tejen a su alrededor. Hablaremos de esa decisión cuando lleguemos a ese centro básico.

"Ahora bien, ¿no querías preguntarme algo sobre mi muerte?

– Si lo creyeron muerto, ¿por qué lo pusieron en una tumba superficial? -pregunté-. ¿Por qué no cavaron una verdadera tumba para enterrarlo?

– Esto es ya tu estilo -observó, riendo-. Yo también me hice la misma pregunta y llegué a la conclusión de que aquellos peones eran gente muy religiosa. Yo era cristiano y a los cristianos no se los entierra así nomás; tampoco se los deja a que se pudran como los perros. Creo que esperaban a que mi familia fuera a reclamar el cuerpo para darle un entierro apropiado. Pero mi familia nunca apareció.

– ¿Usted los buscó, don Juan? pregunté.

– No. Los brujos nunca buscan a nadie -respondió-. Y yo era brujo. Había pagado con la vida el error de no darme cuenta de que los brujos jamás se acercan a nadie.

"Desde ese día sólo he aceptado la compañía o los cuidados de gente o de guerreros que están muertos, como yo.

Don Juan dijo que volvió a la casa de su benefactor, donde todos lo trataron como si nunca se hubiera ido y comprendieron instantáneamente lo que él había descubierto.

El nagual Julián comentó que, debido a su peculiar temperamento, don Juan había tardado mucho en morir.

– Mi benefactor me dijo entonces que el boleto de un brujo para ir a la impecabilidad es su muerte -prosiguió-. Que él mismo había pagado con la vida ese boleto, como todos los demás en su casa. Y que ahora éramos iguales en nuestra condición de ser candidatos a ser libres.

"Y también dijo que el gran truco de los brujos es estar totalmente conscientes de que están muertos. Su boleto para ir a la impecabilidad debe estar envuelto en puro entendimiento. En esa envoltura, dicen los brujos que el boleto se mantiene flamante.

"Hace sesenta años que compré mi boleto y todavía está flamante.

Nos quedamos de pie junto a la banca, contemplando a los transeúntes nocturnos que paseaban por la plaza. La historia de su muerte me había dejado con una inmensa sensación de nostalgia, de tristeza. Don Juan me sugirió que volviera a casa; el largo viaje hasta Los Ángeles, dijo, daría a mi punto de encaje un descanso, después de todo el movimiento que había tenido en los últimos días.

– La compañía de un nagual es muy fatigosa -prosiguió-. Produce un cansancio extraño y hasta puede hacer mal.

Le aseguré que no estaba cansado en absoluto, que su compañía distaba mucho de hacerme mal y que, de hecho, me afectaba como un narcótico: no me podía pasar sin ella. Aquello sonó como adulación, pero yo lo decía en serio.

Recorrimos tres o cuatro veces la plaza, en completo silencio.

– Anda a tu casa y piensa en los centros abstractos de las historias de brujería -dijo don Juan, con un tono de finalidad en la voz-. Mejor dicho: no pienses en ellos, sino que deja que el espíritu descienda y mueva tu punto de encaje al lugar del conocimiento silencioso. El descenso del espíritu lo es todo, pero no significa nada si no se llenan los requisitos del intento. Por lo tanto, cultiva el abandono, la frialdad y la audacia. En otras palabras, sé impecable.

Fin

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