La sorpresa del nagual fue total. Entendió entonces los designios del espíritu, pero no lograba comprender como un hombre tan inútil podía encajar en el esquema del mundo de los brujos.
Entretanto, la mujer se había levantado y, sin siquiera echar una mirada al hombre cuyo cuerpo se contorsionaba con los espasmos de la muerte, se alejó.
El nagual vio su luminosidad y comprendió que su extrema agresividad era resultado de un enorme flujo de energía superflua. Era evidente que aquella energía le podía acarrear desgracias sin fin si ella no la usaba sensatamente.
Al observar la despreocupación con que la joven se alejaba, el nagual comprendió que el espíritu le estaba proporcionando otra manifestación. El necesitaba tener, calma, ser imperturbable. Le precisaba actuar como un verdadero nagual; intervenir por el simple gusto de hacerlo; enfrentar a lo imposible como si no tuviera nada que perder.
Don Juan comentó que tales incidentes servían para probar si un nagual es real o falso. Los naguales toman decisiones y, sin importarles las consecuencias, ponen manos a la obra o se abstienen de hacerlo. Los impostores reflexionan, y sus reflexiones los paralizan. Habiendo tomado su decisión, el nagual Elías llegó con toda calma al lado del moribundo e hizo lo primero que su cuerpo, no su mente, le ordenaba: golpeó el punto de encaje del actor para hacerlo entrar en un estado de conciencia acrecentada. Lo golpeó frenéticamente, una y otra vez. Ayudado por la fuerza misma de la muerte, los golpes del nagual movieron el punto de encaje del actor hasta un sitio en donde la muerte no cuenta y, allí, el hombre cesó de morir.
Para cuando el actor comenzaba a respirar de nuevo, el nagual ya había valorado la magnitud de su responsabilidad. Para que ese hombre pudiera rechazar la fuerza de su muerte, debía permanecer en un profundo estado de conciencia acrecentada el tiempo que fuera necesario. Considerando el avanzado deterioro físico que el joven sufría, no se podía moverlo de ese lugar, de lo contrario moriría instantáneamente. El nagual hizo lo único que era posible hacer dadas las circunstancias: construyó una choza alrededor del hombre postrado y lo cuidó durante tres meses, mientras guardaba total inmovilidad.
En ese momento intervinieron mis pensamientos racionales y quise saber cómo había hecho el nagual Elías para construir una choza en propiedad ajena. Yo sabía que la gente del campo es recelosa con la propiedad de su tierra.
Don Juan admitió haber hecho la misma pregunta. El nagual Elías le contó que lo primero que hizo después de que el actor comenzó a respirar nuevamente, fue correr tras la joven. Ella era una figura dominante en la manifestación del espíritu. La alcanzó no muy lejos del lugar donde yacía el actor y en lugar de hablarle del joven, del aprieto en que estaba y pedirle su ayuda, el nagual asumió una vez más total responsabilidad. Saltando como un león, le asestó un golpe de vida o muerte en su punto de encaje. La joven se desmayó, pero su punto de encaje se desplazó. El nagual cargó a la joven hasta el lugar donde yacía el actor y pasó todo el día tratando de que ella no perdiera la razón y de que el hombre no perdiera la vida.
Cuando estuvo relativamente seguro de que había controlado la situación, regresó a la ciudad y fue a ver al rico terrateniente padre de la joven. Escogiendo sus palabras con mucho cuidado, el nagual se presentó como un curandero, y le dijo al hombre que su hija estaba inconsciente y herida de gravedad. Le explicó que esa mañana, muy temprano, él había salido al campo a juntar yerbas medicinales y que, sin esperarlo, había tropezado con un joven y una joven gravemente heridos por la descarga eléctrica de un rayo. El nagual añadió que en cuanto supo quién era la joven vino con el recado.
Luego llevó al preocupadísimo padre adonde estaba su hija y agregó que el joven, quienquiera que fuese, había recibido la mayor parte de la descarga, salvando de tal suerte a la muchacha, pero quedando herido hasta el punto de no podérsele mover.
Puesto que la tierra era suya, el agradecido padre ayudó al nagual a construir la choza para el joven que había salvado a su hija. Y en tres meses el nagual logró lo imposible: sanar al joven.
Cuando llegó la hora de que el nagual se marchase, su sentido de la responsabilidad y el deber le exigieron que previniera a la joven acerca de su excesiva energía y las graves consecuencias que le podría acarrear en su vida y en su bienestar. Como era obligatorio en esos casos, el sentido de responsabilidad incluía el pedirle, sin más ni más, que se uniera a su grupo y al mundo de los brujos, como la única posibilidad de frenar su fuerza auto-destructiva.
La mujer no dijo una palabra. Y el nagual Elías se vio obligado a decirle lo que todos los naguales, a través de los siglos, han dicho a sus presuntos aprendices: que los brujos hablan de la brujería como si ésta fuera un ave mágica, misteriosa, que detiene su vuelo para dar propósito y esperanza al hombre; que los brujos viven bajo el ala de esa ave, a la que llaman el pájaro de la sabiduría, el pájaro de la libertad y que lo alimentan con su dedicación e impecabilidad. Le expresó enfáticamente que los brujos sabían que el vuelo del pájaro de la libertad es siempre en línea recta, ya que esa ave no tiene modo de hacer curvas en el aire, de girar y volver atrás; y que el pájaro de la libertad sólo puede hacer dos cosas: llevar a la gente consigo o dejarlos atrás.
El nagual Elías no podía hablarle al joven en los mismos términos. Él todavía estaba mortalmente enfermo y no tenía muchas alternativas. Aun así, el nagual le dijo que si deseaba curarse tendría que seguirlo incondicionalmente. El actor aceptó sin vacilar.
El día en que el nagual Elías emprendió el camino de regreso a su casa, la joven lo esperaba silenciosamente en las afueras de la ciudad. No llevaba maleta, ni siquiera una canasta. Parecía haber ido solamente a despedirlos. El nagual continuó caminando sin mirarla, pero el actor, a quien llevaban en una camilla, hizo esfuerzos por hacerle señas de adiós. Ella rió y sin decir una palabra se unió al grupo del nagual. No tuvo ningún problema, ninguna duda en dejar todo atrás. Había entendido perfectamente que no habría una segunda oportunidad y que el pájaro de la libertad o se lleva a la gente consigo o los deja atrás.
Don Juan comentó que la decisión del actor y de la joven no era de extrañar. El nagual Elías los había afectado profundamente, ya que la fuerza de la personalidad de un nagual es siempre abrumadora. En tres meses de interacción diaria, los había habituado a su firmeza, a su desprendimiento, a su objetividad. Les había encantado su sobriedad y, sobre todo, su total dedicación a ellos. A través de su ejemplo y sus actos, el nagual Elías les había proporcionado una visión constante del mundo de los brujos; un mundo sustentador y formativo, por un lado, y excesivamente exigente por otro. Un mundo que admitía muy pocos errores.
Don Juan me recordó entonces algo que me repetía con mucha frecuencia, aunque yo me las arreglaba siempre para no pensar en eso. Dijo que yo no debía olvidar, ni por un instante, que el pájaro de la libertad tiene muy poca paciencia con la indecisión y que, una vez que se va, jamás regresa.
La escalofriante resonancia de su voz hizo que el pacífico ambiente de la cueva vibrara como si hubiera sido electrificado. Un segundo más tarde, don Juan estableció nuevamente la pacífica oscuridad con la misma rapidez con la cual invocó la urgencia. Me dio un ligero puñetazo en el brazo.
– Esa mujer era tan poderosa que podía lidiar con lo que fuera -dijo-. Se llamaba Talía.