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– Hace seis años asesinaron a mi ex mujer, Isabelle Barney. ¿Recuerda usted el caso?

El nombre no me decía nada.

– Creo que no -dije.

– Desenroscaron la mirilla de la puerta y llamaron al timbre. Cuando Isabelle encendió la luz del porche y miró para ver quién era, le dispararon por el agujero con un treinta y ocho. Murió en el acto.

Una campanilla me tintineó en la memoria.

– ¿Era su mujer? Ese detalle lo recuerdo. Es increíble que hayan pasado ya seis años. -Estuve a punto de comentar en voz alta el otro detalle que recordaba: que el presunto asesino había sido el repudiado marido de la difunta. Pero por lo visto no se trataba de Kenneth Voigt. ¿De quién, entonces?

Miré a Lonnie, que interpuso una observación para responderme como si hubiera captado mi pregunta por telepatía.

– Continúa, Ken -dijo Lonnie-. No ha sido mi intención interrumpirte. Ya que Kinsey está aquí, podrías ponerla en antecedentes.

Por lo visto le costó varios segundos recordar lo que ya había contado a Lonnie.

– Hacía cuatro años que nos habíamos casado… para los dos era el segundo matrimonio que contraíamos. Shelby, nuestra hija, tiene ahora diez años y está en un pensionado. Tenía cuatro cuando mataron a Isabelle. Bueno, la cosa es que tuvimos problemas… nada fuera de lo corriente, por lo que yo sabía. Se lió con Barney. Un mes después de arreglar el divorcio, se casó con él. Lo único que él quería era su dinero. Todo el mundo se daba cuenta menos la pobre Isabelle, que era tonta perdida. No lo digo con ánimo de ofenderla. Yo la quería de veras, pero era muy inocente. Tenía facultades y sabía ser ingeniosa, pero no se valoraba lo suficiente y cualquiera que la tratase con amabilidad podía aprovecharse de ella. Seguramente conocerá usted a mujeres así. Dependía emocionalmente de los demás e ignoraba lo que era el amor propio. Se dedicaba a pintar y, aunque yo admiraba mucho sus cualidades artísticas, me dolía ver cómo destrozaba su vida…

De pronto me desentendí de aquel análisis. Sus generalizaciones sobre las mujeres eran insufribles y evidentemente había contado la misma historia tantas veces que su versión de los hechos resultaba monótona y falta de sentimientos. El drama ya no versaba sobre ella, sino sobre las reacciones de él. Paseé la mirada hasta el montón de abultadas carpetas de color marrón que había encima del escritorio de Lonnie. Vi las palabras voigt/barney escritas en el lomo. En dos cajas de cartón amontonadas junto a la pared había más expedientes, si no me engañaban las etiquetas pegadas a un lado. Allí iría a parar todo lo que decía Voigt, una compilación de datos de la que se eliminaría los comentarios personales. Me parecía extraño: sus palabras podían ser ciertas, pero no eran creíbles por necesidad. Hay personas así. El recuerdo más sencillo parece falso cuando se cuenta. Siguió hablando durante un rato, con frases prietamente estructuradas que no daban pie a ninguna interrupción. Me pregunté cuántas veces habría interpretado Lonnie el papel de oyente de ese hombre. Advertí que también él había dejado de prestarle atención. Mientras los labios de Kenneth Voigt se movían, Lonnie cogió un lápiz y se puso a darle vueltas, a dar golpecitos en el cuaderno de notas primero con la punta, a continuación con la goma de borrar. Volví a concentrarme en el monólogo de Ken Voigt.

– ¿Cómo se libró el individuo? -pregunté en cuanto hizo una pausa para recuperar el aliento.

Lonnie aprovechó la ocasión para intervenir, al parecer impaciente por llegar al meollo del asunto.

– Dink Jordan se encargó de la acusación. Santo Dios, qué aburrimiento. Quiero decir que el hombre es competente, pero le falta estilo. Creía que para ganar le bastaría con presentar los hechos desnudos, con sencillez y claridad. -Dio un bufido ante lo absurdo de la suposición- Por eso ahora sólo podemos acusar a David Barney de muerte en circunstancias sospechosas. Detesto a ese individuo. Me cae mal y punto. En cuanto se declaró culpable, le dije a Ken que teníamos que lanzarnos sobre él con la apisonadora a toda máquina. Pero no pude convencerle. Apelamos y conseguimos que el juez volviera a emplazarle, pero Ken dijo entonces que ya estaba bien.

Voigt frunció el ceño con incomodidad.

– Tenías razón entonces, Lonnie. Ahora me doy cuenta, pero ya sabes cómo es esto. Francesca, mi mujer, no quería que continuáramos la investigación. Es muy doloroso para todos… Para mí más que para nadie. No podía afrontarlo, así de sencillo.

Lonnie torció la vista. No dispensaba mucha comprensión por lo que la gente pudiese o no afrontar. Su cometido consistía en afrontarlo y hacerse cargo de la situación. El de Voigt, en dejarle las manos libres.

– Vamos, vamos. Agua pasada no mueve molino. Costó un año conseguir que lo procesaran por homicidio. Salió absuelto. Ken ve con impotencia que David Barney se sale con la suya gracias al dinero de Isabelle. Mucho dinero, montañas de dinero. Casi todo habría ido a parar a su hija Shelby si hubieran declarado culpable a Barney. La familia llega por fin a un punto en que ya no puede soportarlo, Ken recurre a mí y ponemos manos a la obra. En el ínterin, el abogado de Barney, un sujeto llamado Foss, solicita el sobreseimiento del caso porque no hay acusación concreta. Me lanzo sobre el juez y le cuento un drama. La solicitud del sobreseimiento se desestimó, pero el juez dio a entender claramente que no estaba conforme conmigo. David Barney y el zopenco que le representa se aferran a todos los óbices y cortapisas que se les ocurren. Negocian, regatean, todo para posponer la vista hasta el infinito. Ahora debemos echar mano de lo que sea. El tipo ha salido absuelto en un juicio por homicidio y lo que diga a estas alturas carece ya de importancia. Pero el caso es que no dice nada. Se le ve nervioso, en tensión. Porque es culpable. Hasta el tuétano. Y, ahora, fíjate. Ken localiza de pronto a un tipo… un tipo que, mira por dónde, estuvo en la celda con David Barney. Un tipo que ha seguido los detalles del asunto. Asiste al juicio, sólo para ver lo que ocurre, y el tipo nos dice que Barney le confesó que había matado a su mujer. Nos ha costado un riñón convencer a este testigo, y por eso me interesa que ante todo se le obligue a comparecer por orden judicial.

– Pero, ¿con qué objeto? -pregunté-. No se puede volver a procesar a David Barney por homicidio.

– Es cierto. Por eso vamos a enfocarlo por el lado civil. Por aquí lo podemos crucificar y él lo sabe mejor que nadie. El tipo hace todo lo posible por obstaculizar la vista. Presentamos una petición. Como le dan treinta días para responder, el abogado, que es un patán, espera al día vigesimonoveno y entonces solicita un aplazamiento. O dice que hay un defecto de forma. Lo que sea con tal de alargarlo. El tipo se defiende con uñas y dientes. Solicitamos que declare bajo juramento y él se acoge a la Quinta Enmienda. Conseguimos que comparezca ante el juez y le obligamos a que declare como testigo. El juez le ordena que responda porque en este caso no hay Quinta Enmienda que valga. No corre peligro de que le acusen de nada, porque no se le puede juzgar dos veces por el mismo delito. Volvemos a solicitar que declare ante el juez. Él se acoge de nuevo a la Quinta Enmienda. Le acusamos de desacato, pero al mismo tiempo tenemos que habérnoslas con los estatutos procesales…

– Lonnie -dije.

– Por más vueltas que le damos, todo parece estar en contra nuestra. Tenemos que actuar en conformidad con la ley de los cinco años y es de capital importancia que haya otro juicio. Ya estamos en la lista de espera y se nos ha dado prioridad, pero de pronto se nos muere Morley…

– Looooonnie -canturreé. Levanté la mano para llamar su atención.

Dejó de hablar.

– Limítate a decirme qué quieres y te lo conseguiré.

Se echó a reír y me tiró el lápiz.

– Por eso me gusta esta mujer -dijo a Voigt-. No se anda con rodeos. -Alargó la mano y empujó hacia mí el montón de carpetas-. Esto es todo lo que tenemos, aunque está un poco desordenado. Encima hay un inventario: antes de hacer nada, comprueba si está todo. Cuando te hayas familiarizado con los datos fundamentales, nos pondremos a especular para buscar los puntos flacos. Mientras tanto quiero que os conozcáis los dos. Vais a veros con mucha frecuencia en los próximos treinta días.

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