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– Perdóname si he sido demasiado brusco, Dil Bahadur. Posiblemente en vidas anteriores fui un cruel guerrero -dijo Tensing, en tono de disculpa, la quinta vez que derribó a su alumno.

– Posiblemente en vidas anteriores yo fui una frágil doncella -replicó Dil Bahadur, aplastado en el suelo, jadeando.

– Tal vez sería conveniente que no trataras de dominar tu cuerpo con la mente. Debes ser como el tigre del Himalaya, puro instinto y determinación… -sugirió el lama.

– Tal vez nunca seré tan fuerte como mi honorable maestro -dijo el joven, poniéndose de pie con alguna dificultad.

– La tormenta arranca del suelo al fornido roble, pero no al junco, porque éste se dobla. No calcules mi fuerza, sino mis debilidades.

– Tal vez mi maestro no tiene debilidades -sonrió Dil Bahadur, asumiendo la actitud de defensa.

– Mi fuerza es también mi debilidad, Dil Bahadur. Debes usarla contra mí.

Segundos después ciento cincuenta kilos de músculo y huesos volaban por el aire en dirección al príncipe. Esta vez, sin embargo, Dil Bahadur salió al encuentro de la masa que se le venía encima con la gracia de un bailarín. En el instante en que los dos cuerpos hicieron contacto, dio un leve giro a la izquierda, esquivando el peso de Tensing, quien cayó al suelo, rodando hábilmente sobre un hombro y un costado. De inmediato se puso de pie con un salto formidable y volvió al ataque. Dil Bahadur lo estaba esperando. A pesar de su corpulencia, el lama se elevó como un felino, trazando un arco en el aire, pero no alcanzó a tocar al joven, porque cuando su pierna se disparó en una feroz patada, éste ya no se encontraba allí para recibirla. En una fracción de segundo Dil Bahadur estaba detrás de su oponente y le dio un breve golpe seco en la nuca. Era uno de los pases del tao-shu, que podía paralizar de inmediato y hasta matar, pero la fuerza estaba calculada para tumbarlo sin hacerle daño.

– Posiblemente Dil Bahadur fue una doncella guerrera en vidas pasadas -dijo Tensing, poniéndose de pie, muy complacido, y saludando a su alumno con una inclinación profunda.

– Tal vez mi honorable maestro olvidó las virtudes del junco -sonrió el joven, saludando también.

En ese momento una sombra se proyectó en el suelo y ambos levantaron la vista: sobre sus cabezas volaba en círculos el mismo pájaro blanco que habían visto horas antes.

– ¿Notas algo extraño en esa águila? -preguntó el lama.

– Tal vez me falla la vista, maestro, pero no le veo el aura.

– Yo tampoco…

– ¿Qué significa eso? -inquirió el joven.

– Dime tú lo que significa, Dil Bahadur.

– Si no podemos verla, es porque tal vez no la tiene, maestro.

– Ésa es una conclusión muy sabia -se burló el lama. -¿Cómo puede ser que no tenga aura? -Posiblemente sea una proyección mental -sugirió Tensing.

– Tratemos de comunicarnos con ella -dijo Dil Bahadur.

Los dos cerraron los ojos y abrieron la mente y el corazón para recibir la energía de la poderosa ave que giraba por encima de sus cabezas. Durante varios minutos permanecieron así. Tan fuerte era la presencia del pájaro, que sentían vibraciones en la piel.

– ¿Le dice algo a usted, maestro?

– Sólo siento su angustia y su confusión. No puedo descifrar un mensaje. ¿Y tú?

– Tampoco.

– No sé lo que esto significa, Dil Bahadur, pero hay una razón por la cual el águila nos busca -concluyó Tensing, quien jamás había tenido una experiencia así y parecía perturbado.

CAPÍTULO ONCE – EL JAGUAR TOTÉMICO

En la ciudad de Tunkhala reinaba gran confusión. Los policías interrogaban a medio mundo, mientras destacamentos de soldados partían hacia el interior del país en jeeps y otros a caballo, porque ningún vehículo con ruedas podía aventurarse por los senderos verticales de las montañas. Monjes con ofrendas de flores, arroz e incienso se aglomeraban ante las estatuas religiosas. Sonaban las trompetas en los templos y por todas partes ondeaban banderas de oración. La televisión transmitió el día entero por primera vez desde que fue instalada, repitiendo mil veces la misma noticia y mostrando fotografías de las muchachas desaparecidas. En los hogares de las víctimas no cabía ni un alfiler: amigos, parientes y vecinos llegaban a presentar sus condolencias llevando comida y oraciones escritas en papel, que quemaban ante las imágenes religiosas.

Kate Cold logró comunicarse por teléfono con la embajada americana en India, para solicitar ayuda, pero no confiaba en que ésta llegaría con la prontitud necesaria, si es que llegaba. El funcionario que la atendió dijo que el Reino Prohibido no estaba bajo su jurisdicción y que además Nadia Santos no era ciudadana americana, sino brasilera. En vista de ello, la escritora decidió convertirse en la sombra del general Myar Kunglung. Ese hombre contaba con los únicos recursos militares que existían en el país y ella no estaba dispuesta a permitir que se distrajera ni por un instante. Se arrancó de un tirón el sarong que había usado en esos días, se puso su ropa habitual de exploradora y se montó en el jeep del general, sin que nadie pudiera disuadirla.

– Usted y yo nos ponemos en campaña -le anunció al sorprendido general, quien no entendió todas las palabras de la escritora, pero sí comprendió perfectamente sus intenciones.

– Tú te quedas en Tunkhala, Alexander, porque si Nadia puede hacerlo, se comunicará contigo. Llama otra vez a la embajada en India -ordenó a su nieto.

Quedarse cruzado de brazos esperando resultaba intolerable para Alex, pero comprendió que su abuela tenía razón. Se fue al hotel, donde había teléfono, y consiguió hablar con el embajador, quien fue un poco más amable que el funcionario anterior, pero no pudo prometerle nada concreto. También habló con la revista International Geographic en Washington. Mientras aguardaba hizo una lista de todos los datos disponibles, aun los más insignificantes, que pudieran conducirlo a una pista.

Al pensar en Águila le temblaban las manos. ¿Por qué la Secta del Escorpión la había escogido justamente a ella? ¿Por qué se arriesgaban a secuestrar a una extranjera, lo cual sin duda provocaría un incidente internacional? ¿Qué significaba la presencia de Tex Armadillo en medio del festival? ¿Por qué el americano iba disfrazado? ¿Eran guerreros azules los de las máscaras barbudas, como creía Águila? Ésas y mil preguntas más se agolpaban en su mente, aumentando su frustración.

Se le ocurrió que si encontraba a Tex Armadillo podría tomar la punta de un hilo que lo conduciría hasta Nadia, pero no sabía por dónde comenzar. Buscando alguna clave, revisó cuidadosamente cada palabra que había intercambiado con ese hombre o que había logrado oír cuando lo siguió a los sótanos del Fuerte Rojo, en India. Anotó en su lista sus conclusiones:

– Tex Armadillo y la Secta del Escorpión estaban relacionados.

– Tex Armadillo nada ganaba con el secuestro de las muchachas. Ésa no era su misión.

– Podría tratarse de tráfico de drogas.

– El rapto de las chicas no calzaba con una operación de tráfico de drogas porque llamaba demasiado la atención.

– Hasta ese momento los guerreros azules nunca habían secuestrado muchachas en el Reino Prohibido. Debían tener una razón poderosa para hacerlo.

– La razón podía ser justamente que deseaban llamar la atención y distraer a la policía y a las fuerzas armadas.

– Si se trataba de eso, su objetivo era otro. ¿Cuál? ¿Por dónde atacarían?

Alexander concluyó que su lista aclaraba muy poco: estaba dando vueltas en círculos.

A eso de las dos de la tarde recibió una llamada telefónica de su abuela Kate, quien estaba en una aldea a dos horas de la capital. Los soldados del general Myar Kunglung habían ocupado todos los villorrios y revisaban templos, monasterios y casas en busca de los malhechores. No había nuevas noticias, pero ya no cabía duda de que los temibles hombres azules se encontraban en el país. Varios campesinos habían visto de lejos a los jinetes vestidos de negro.

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