Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– Perdona mi ignorancia. He oído hablar de los apócrifos, pero nunca los he leído. ¿Qué tienen de especial?

– En realidad, nada; tan sólo el hecho de que fueron escritos un poco más tarde que el resto del Antiguo Testamento. Por eso los apócrifos se han eliminado de la Biblia hebrea; no porque los escribas judíos desconfiaran de su contenido, sino simplemente porque se escribieron después de que las revelaciones de Dios hubieran concluido. En cambio, los apócrifos se incluyen en la vieja traducción griega de la Biblia. Para la Iglesia católica, por ejemplo, no son polémicos.

– Entiendo.

– Sin embargo, para la Iglesia protestante son sumamente controvertidos. Durante la Reforma, los teólogos volvieron a la antigua Biblia hebrea. Lutero sacó los apócrifos de la Biblia de la Reforma y más tarde Calvino declaró que los apócrifos no podían constituir, en absoluto, la base de la fe. O sea, contienen textos que contradicen o que, de alguna manera, no aceptan lo dicho en la Claritas Scripturae, la claridad de las Escrituras.

– En otras palabras: libros censurados.

– Exacto. Los apócrifos sostienen, por ejemplo, que se puede practicar la magia, que la mentira puede ser permitida en ciertos casos y afirmaciones por el estilo, cosa que, naturalmente, crispa a los exégetas dogmáticos de las Escrituras.

– Entiendo. Así que si alguien se entusiasma por la religión, no resulta del todo impensable que los apócrifos aparezcan en su lista de libros de lectura, para gran indignación de alguien como el pastor Falk.

– Exactamente. Resulta casi imposible no toparse con los apócrifos si te interesa la Biblia o la fe católica; y es igual de probable que alguien interesado en temas esotéricos los lea.

– ¿No tendrás por casualidad algún ejemplar de los apócrifos?

Se volvió a reír. Una risa clara, amable.

– Naturalmente. De hecho, los apócrifos fueron publicados como un informe oficial estatal, realizado por la Comisión Bíblica en los años ochenta.

Cuando Lisbeth Salander le pidió una entrevista en privado, Dragan Armanskij se preguntó qué estaba pasando. Cerró la puerta y la invitó a sentarse. Lisbeth le comunicó que ya había acabado el trabajo que Mikael Blomkvist le encomendó y que Dirch Frode le pagaría antes de fin de mes, pero que ella había decidido seguir con la investigación. Mikael le había ofrecido un salario considerablemente más bajo.

– Trabajo como autónoma -dijo Lisbeth Salander-. Hasta ahora, respetando nuestro acuerdo, nunca había aceptado ningún encargo que no me hubieras hecho tú. Pero lo que quiero saber ahora es qué pasaría con nuestra relación profesional si cogiera un trabajo por mi cuenta.

Dragan Armanskij hizo un gesto levantando las manos.

– Eres autónoma, puedes hacer los trabajos que quieras y cobrar por ellos lo que te plazca. Me parece estupendo que ganes más dinero. En cambio, sería desleal por tu parte que nos robaras clientes que nosotros te hemos dado.

– No tengo ninguna intención de hacerlo. He llevado a cabo el trabajo según el contrato que redactamos con Blomkvist. Está terminado. Lo que ocurre es que yo quiero seguir con el caso. Lo haría gratis.

– Nunca hagas nada gratis.

– Ya sabes a lo que me refiero. Quiero averiguar adonde nos lleva toda esta historia. He persuadido a Mikael Blomkvist para que le pida a Dirch Frode un contrato complementario como ayudante de la investigación.

Le entregó el contrato a Armanskij. Éste le echó un vistazo.

– Por ese sueldo podrías hacerlo gratis; total… Lisbeth, tú tienes talento. No tienes por qué trabajar por cuatro duros. Ya sabes que ganarías mucho más conmigo a jornada completa.

– No me interesa la jornada completa. Pero mi lealtad está contigo, Dragan. Siempre me has tratado muy bien. Quiero saber si le das tu visto bueno a un contrato como éste; no quiero que haya mal rollo entre nosotros.

– Entiendo -dijo Dragan, y meditó su respuesta-. Está bien. Gracias por preguntar. Si surgen situaciones de este tipo en el futuro, quiero que me consultes para que no haya malentendidos.

Lisbeth Salander permaneció callada unos minutos mientras pensaba si faltaba añadir algo. Miró fijamente a Dragan Armanskij sin pronunciar palabra. Acto seguido, asintió con la cabeza, se levantó y se marchó; no hubo frases de despedida, como ya era habitual. Al obtener la respuesta que quería, perdió por completo el interés por Armanskij. Él sonrió sosegadamente. El hecho de que ella le hubiese consultado marcaba un nuevo hito en el proceso de socialización de Lisbeth.

Dragan abrió una carpeta que contenía un informe sobre la seguridad de un museo donde en breve se inauguraría una gran exposición sobre impresionistas franceses. Luego la cerró y dirigió la mirada hacia la puerta por la que Lisbeth Salander acababa de salir. Se quedó pensando en el día en el que la vio reírse con Mikael Blomkvist en su despacho; Dragan se preguntó si eso se debía a que ella estaba madurando o a que Blomkvist la atraía. También sintió una repentina inquietud. Nunca se había podido librar de la sensación de que Lisbeth Salander constituía una víctima perfecta. Y ahora ella estaba persiguiendo a un loco en un pueblucho perdido.

De camino al norte, Lisbeth Salander, guiada por un impulso, se desvió y pasó por la residencia de Äppelviken para ver a su madre. Exceptuando la visita que le hizo a principios de verano, no la veía desde Navidad y tenía remordimientos de conciencia por dedicarle tan poco tiempo. Una nueva visita en el transcurso de un par de semanas constituía todo un récord.

La encontró sentada en la sala de estar. Lisbeth se quedó poco más de una hora y la llevó a pasear hasta el estanque del parque que había junto al hospital. Su madre seguía confundiendo a Lisbeth con su hermana. Como de costumbre, estaba algo ausente, pero, aun así, la visita pareció inquietarla.

Cuando Lisbeth se despidió, su madre no quiso soltarle la mano. Lisbeth prometió volver pronto, pero la madre le lanzó una mirada llena de preocupación y tristeza.

Era como si hubiese tenido el presentimiento de que se avecinaba una desgracia.

Mikael pasó dos horas en el jardín trasero de su casa hojeando los apócrifos, sin llegar a otra conclusión que la de estar perdiendo el tiempo.

No obstante, se le ocurrió una idea. Se preguntó si Harriet Vanger habría sido realmente tan religiosa. Su interés por los estudios bíblicos había surgido durante el año anterior a su desaparición. Vinculó una serie de asesinatos con citas bíblicas y luego no sólo leyó la Biblia detenidamente, sino también los apócrifos; y, además, se sintió atraída por el catolicismo.

En realidad, ¿habría llevado a cabo la misma investigación a la que Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander se dedicaban ahora, treinta y siete años después? ¿Era más bien la persecución de un asesino lo que motivó su interés, y no la religiosidad? El pastor Falk había dado a entender que, desde su punto de vista, se trataba más bien de una persona en busca de algo, y no de una buena cristiana.

Una llamada de Erika al móvil interrumpió sus reflexiones.

– Sólo quería decirte que Greger y yo nos vamos de vacaciones la próxima semana. Estaremos fuera cuatro semanas.

– ¿Adonde vais?

– A Nueva York. Greger tiene una exposición y luego queríamos ir al Caribe. Un amigo de Greger nos ha dejado una casa en Antigua; nos quedaremos allí dos semanas.

– Suena de maravilla. Que lo paséis bien. Y recuerdos a Greger.

– Llevo tres años sin unas verdaderas vacaciones. El nuevo número ya está, y también casi todo el siguiente. Ojalá pudieras hacerte cargo tú de la edición, pero Christer me ha prometido que él se ocupará de todo.

– Que me llame si necesita ayuda. ¿Qué tal con Janne Dahlman?

Ella dudó un instante.

– También se va de vacaciones la semana que viene. He puesto a Henry como secretario de redacción en funciones. Christer y él llevarán el timón.

97
{"b":"113506","o":1}