– Hay otra conexión entre las víctimas -soltó Mikael de buenas a primeras-. A lo mejor ya has pensado en ello.
– ¿Cuál?
– Los nombres.
Lisbeth Salander reflexionó un instante. Luego negó con la cabeza, dando a entender que no lo entendía.
– Todos los nombres son bíblicos -le aclaró él.
– No es verdad -se apresuró a decir Lisbeth-; ni Liv ni Lena están en la Biblia.
Mikael negó con la cabeza.
– Te equivocas. Liv significa “vida”, que es el significado bíblico de Eva. Y ahora estrújate el cerebro, Sally: ¿de qué es abreviatura Lena?
Lisbeth Salander cerró los ojos indignada y se maldijo por dentro. Mikael había sido más rápido que ella. Y eso no le gustó nada.
– Magdalena -pronunció.
– La prostituta, la primera mujer, la virgen María… están todas. Todo esto resulta tan descabellado que a un psicólogo se le haría la boca agua. Pero la verdad es que estaba pensando en otra cosa relativa a los nombres.
Lisbeth esperaba pacientemente.
– También son nombres tradicionales judíos. La familia Vanger ha dado al mundo un grupo más que considerable de fanáticos antisemitas, de nazis y de teóricos de la conspiración. Harald Vanger tiene ahora más de noventa años, pero en los años sesenta estaba en su mejor momento, la única vez que me encontré con él, me espetó que su propia hija era una puta. Al parecer, tiene problemas con las mujeres.
De nuevo en casa, se prepararon unos sandwiches y calentaron el café. Mikael echó un vistazo de reojo a las cerca de quinientas páginas que la investigadora favorita de Dragan Armanskij le había preparado.
– Has hecho un fantástico trabajo en un tiempo récord. Gracias. Y gracias también por tener la amabilidad de subir hasta aquí para informarme personalmente.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Lisbeth.
– Mañana hablaré con Dirch Frode para gestionar el pago.
– No me refería a eso.
Mikael la miró.
– Bueno…, la investigación que te encargué ya está hecha -dijo con cierta prudencia.
– Pero yo no he terminado todavía con esto.
Mikael se reclinó en el arquibanco de la cocina y cruzó su mirada con la de Lisbeth. No pudo leer nada en sus ojos. Llevaba seis meses trabajando solo en el caso de la desaparición de Harriet y de pronto había otra persona presente, una experimentada investigadora, que entendía la envergadura del caso. Tomó la decisión siguiendo un impulso.
– Ya lo sé. A mí también me ha calado hondo toda esta historia. Hablaré con Dirch Frode mañana. Te contrataremos una semana más, o dos, como… mmm, ayudante de la investigación. No sé si te querrá pagar la misma tarifa que le paga a Armanskij, pero seguro que podemos sacarle una buena suma.
Lisbeth Salander le obsequió con una repentina sonrisa. No quería en absoluto quedarse fuera del caso y no le habría importado hacer el trabajo gratis.
– Me está entrando sueño
-dijo ella, y sin pronunciar una palabra más se marchó a su cuarto y cerró la puerta.
Al cabo de dos minutos, la volvió a abrir y asomó la cabeza.
– Creo que te equivocas. No se trata de un loco asesino en serie que haya enloquecido de tanto leer la Biblia. Simplemente es uno más de esos cabrones que siempre han odiado a las mujeres.
Capítulo 21 Jueves, 3 de julio – Jueves, l0 de julio
Lisbeth Salander se despertó alrededor de las seis de la mañana, antes que Mikael. Puso agua a hervir para preparar café y se metió en la ducha. Cuando Mikael se levantó, a las siete y media, ella estaba en la cocina leyendo el resumen del caso Harriet Vanger en el iBook de Mikael. Entró en la cocina con una sábana alrededor de la cintura frotándose los ojos para quitarse el sueño.
– Hay café -dijo ella.
Mikael la miró de reojo por encima del hombro.
– Ese documento estaba protegido con una contraseña.
Ella giró la cabeza y levantó la mirada.
– Se tarda treinta segundos en bajar de la red un programa que rompe la protección criptográfica de Word -le respondió.
– Tenemos que hablar acerca de lo que es tuyo y lo que es mío -dijo Mikael para, acto seguido, meterse en la ducha.
Al volver, Lisbeth ya había cerrado el ordenador y lo había puesto en su sitio, en el cuarto de trabajo. Tenía encendido su propio PowerBook. Mikael estaba convencido de que Lisbeth ya habría copiado el contenido en su portátil.
Lisbeth Salander era una adicta a la información con ideas sumamente laxas sobre la moral y la ética.
Mikael acababa de sentarse a desayunar cuando llamaron a la puerta. Se levantó y fue a abrir. Martin Vanger tenía un gesto tan contenido que, por un segundo, Mikael creyó que venía a comunicarle la muerte de Henrik Vanger.
– No, Henrik está igual que ayer. Vengo por otro asunto completamente distinto. ¿Puedo pasar un momento?
Mikael lo dejó entrar y le presentó a la «colaboradora de la investigación», Lisbeth Salander, quien le echó un rápido vistazo acompañado de un breve movimiento de cabeza antes de volver a su ordenador. Martin Vanger saludó por puro reflejo, pero dio la impresión de estar tan ausente que apenas pareció reparar en su presencia. Mikael le sirvió una taza de café y le invitó a sentarse.
– ¿De qué se trata?
– ¿No eres suscriptor del Hedestads-Kuriren?
– No. Lo leo a veces en el Café de Susanne.
– ¿Así que no lo has leído esta mañana?
– Me da la sensación de que debería haberlo hecho.
Martin Vanger depositó el Hedestads-Kuriren encima de la mesa. Le habían dedicado dos columnas en la portada y una continuación en la página cuatro. Examinó el titular:
aquí se esconde el periodista
condenado por difamación
El texto estaba ilustrado con una fotografía hecha con teleobjetivo desde la iglesia; en ella se veía a Mikael justo cuando salía por la puerta de su casa.
El reportero Conny Torsson había efectuado, con gran habilidad, un malintencionado retrato de Mikael. Retomaba el caso Wennerström y subrayaba que Mikael había abandonado Millennium por vergüenza y que acababa de cumplir su condena penitenciaria. El reportaje finalizaba con la habitual afirmación de que Mikael había rechazado hacer declaraciones para el Hedestads-Kuriren. El tono era tal que difícilmente se le podría pasar por alto a ningún habitante de Hedestad que un chulo de Estocolmo tremendamente sospechoso rondaba por esos lares. Ninguna de las afirmaciones del texto se podría llevar a los tribunales, pero todo estaba enfocado de un modo que dejaba a Mikael muy mal parado; la composición de las fotografías y la tipografía seguían el mismo patrón que se utilizaba al presentar a terroristas políticos. Millennium era descrita como una «revista agitadora» de poca credibilidad, y el libro de Mikael sobre el periodismo económico se despachaba como una colección de «controvertidas afirmaciones» sobre respetados periodistas.
– Mikael…, me faltan palabras para expresar lo que siento leyendo este artículo. Es asqueroso.
– Es un encargo -contestó Mikael con tranquilidad.
Miró inquisitivamente a Martín Vanger.
– Espero que entiendas que no tengo nada que ver con esto. Se me atragantó el café del desayuno al verlo.
– ¿Quién?
– He hecho unas llamadas esta mañana. Conny Torsson es un sustituto de verano. Pero lo hizo por mandato de Birger.
– ¿Birger influyendo en la redacción? Pero si es político y, además, presidente del consejo municipal…
– Formalmente no tiene influencia. Pero el editor jefe es Gunnar Karlman, hijo de Ingrid Vanger, de la rama familiar de Johan Vanger. Birger y Gunnar son íntimos amigos desde hace muchos años.
– Ahora lo entiendo.
– Torsson será despedido de inmediato.
– ¿Cuántos años tiene?
– Sinceramente, no lo sé. No lo conozco.