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– Supongo que quieres decir que ya he perdido esa oportunidad -dijo Mikael.

Martin Vanger se rió.

– Lo siento, Mikael. Pero creo que sabes perfectamente que vas a morir aquí abajo.

Mikael asintió con la cabeza.

– ¿Cómo diablos me habéis descubierto, tú y esa fantasma anoréxica a la que has metido en todo esto?

– Mentiste sobre lo que hiciste el día en que desapareció Harriet. Puedo probar que estabas en Hedestad en el desfile del Día del Niño. Te sacaron una foto allí, mirando a Harriet.

– ¿Fue eso lo que te llevó a Norsjö?

– Sí, para buscar la foto. La hizo una pareja que se encontraba en Hedestad por pura casualidad. Sólo realizaron una parada en el camino.

Martin Vanger negaba con la cabeza.

– No me lo puedo creer -dijo.

Mikael pensó frenéticamente en qué decir para intentar, por lo menos, aplazar su ejecución.

– ¿Dónde está la foto ahora?

– ¿El negativo? En mi caja de seguridad en Handelsbanken, aquí en Hedestad… ¿No sabías que tenía una caja de seguridad en el banco? -dijo Mikael, mintiendo desenfadadamente-. Las copias están un poco por todas partes. Tanto en mi ordenador y en el de Lisbeth, como en el servidor de fotos de Millennium y el de Milton Security, donde trabaja Lisbeth.

Martin Vanger lo escuchaba intentando adivinar si Mikael se estaba marcando un farol o no.

– ¿Cuánto sabe Salander de todo esto?

Mikael dudó. De momento, Lisbeth Salander constituía su única esperanza de salvación. ¿Qué haría ella cuando llegara a casa y descubriera que había desaparecido? Sobre la mesa de la cocina Mikael había dejado la foto de Martin Vanger vestido con el abrigo de plumas de la franja roja. ¿Establecería Lisbeth la conexión? ¿Daría la alarma? «Ella no pertenece a ese tipo de personas que acuden a la policía.» La pesadilla sería que le diera por acercarse a casa de Martin Vanger, llamar a la puerta y exigir que le dijera dónde estaba Mikael.

– Contesta -insistió Martin Vanger con voz gélida.

– Estoy pensando. Lisbeth sabe más o menos lo mismo que yo, quizá, incluso, un poco más. Yo diría que sabe más. Es lista. Fue ella quien te relacionó con Lena Andersson.

– ¿Lena Andersson? -Martin Vanger se quedó perplejo.

– La chica de diecisiete años de Uppsala a la que torturaste hasta la muerte, en febrero de 1966. No me digas que se te ha olvidado.

La mirada de Martin Vanger se aclaró. Por primera vez pareció un poco alterado. No sabía que nadie hubiese hecho esa conexión: Lena Andersson no figuraba en la agenda de Harriet.

– Martin -dijo Mikael con la voz más firme que fue capaz de sacar-. Martin, se acabó. Puede que me mates, pero se acabó. Hay demasiada gente que lo sabe y esta vez te van a coger.

Martin Vanger se puso de pie rápidamente y empezó a deambular de nuevo por la habitación. De repente golpeó la pared con el puño. «Tengo que recordar que es irracional. La gata. Podría haberla bajado hasta aquí, pero la llevó a la capilla funeraria. No actúa de manera racional.» Martin Vanger se detuvo.

– Creo que mientes. Sólo tú y Lisbeth Salander sabéis algo. No habéis hablado con nadie si no, la policía ya estaría aquí. Un buen incendio en la casita de invitados y las pruebas desaparecerán.

– ¿Y si te equivocas?

De repente Martin sonrió.

– Si me equivoco, realmente todo habrá acabado. Pero no creo. Apuesto a que te estás marcando un farol. ¿Qué puedo hacer? -dijo, y se quedó callado reflexionando-. Esa maldita puta es el eslabón débil. Tengo que encontrarla.

– Se fue a Estocolmo a la hora de comer.

Martin Vanger se rió.

– ¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué ha pasado toda la tarde en el archivo del Grupo Vanger?

El corazón de Mikael dio un vuelco. «Lo sabía. Lo ha sabido todo el tiempo.»

– Cierto. Iba a pasar por el archivo antes de salir para Estocolmo -contestó Mikael con todo el sosiego que fue capaz de reunir-. No sabía que se fuera a quedar tanto tiempo.

– Déjalo ya. La jefa del archivo me comunicó que Dirch Frode le había dado orden de dejarla todo el tiempo que quisiera. Eso significa que volverá esta noche. El vigilante me va a llamar en cuanto abandone el archivo.

CUARTA PARTE. Hostile Takeover

Del 11 de julio al 30 de diciembre

En Suecia el noventa y dos por ciento de las mujeres que han sufrido

abusos sexuales en la última agresión no lo han denunciado a la policía.

Capítulo 24 Viernes, 11 de julio – Sábado, 12, de julio

Martin Vanger se agachó y cacheó los bolsillos de Mikael. Encontró la llave.

– Ha sido muy inteligente por vuestra parte cambiar las cerraduras -comentó-. Me ocuparé de tu novia cuando llegue a casa.

Mikael no contestó. Tenía presente que Martin Vanger contaba con una dilatada experiencia como negociador en numerosas batallas industriales y que sabía reconocer cuándo alguien se tiraba un farol.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué qué?

– ¿Por qué todo esto? -Mikael señaló la habitación con la cabeza.

Martin Vanger se inclinó, cogió con una mano la barbilla de Mikael y le levantó la cabeza hasta que sus miradas se encontraron.

– Porque resulta muy fácil. Las mujeres desaparecen siempre. Nadie las echa de menos. Inmigrantes. Putas de Rusia. Miles de personas pasan por Suecia todos los años.

Le soltó la cabeza y se levantó, como orgulloso de todo aquello.

Encajó las palabras de Martin Vanger como puñetazos.

«Dios mío. Esto no es un misterio histórico. Martin Vanger asesina a mujeres hoy en día. Y yo me he metido en medio como un idiota…»

– Ahora mismo no tengo ninguna invitada. Pero quizá te interese saber que mientras tú y Henrik os pasasteis todo el invierno y toda la primavera perdiendo el tiempo con vuestras absurdas historias, había una chica aquí abajo. Se llamaba Irina y era de Bielorrusia. La noche en la que cenamos juntos estuvo encerrada en esta jaula. Fue una agradable velada, ¿verdad?

De un salto, Martin Vanger se subió a la mesa y se sentó con las piernas colgando. Mikael cerró los ojos. Sintió un reflujo ácido en la garganta e hizo un esfuerzo por tragárselo.

– ¿Qué haces con los cuerpos?

– Tengo el barco en el muelle, justo aquí abajo. Los llevo mar adentro. A diferencia de mi padre, no dejo huellas. Pero él también era listo. Repartió a sus víctimas por toda Suecia.

A Mikael le empezaron a encajar las piezas del rompecabezas.

«Gottfried Vanger. De 1949 a 1965. Luego, en 1966, Martin Vanger tomó el relevo en Uppsala.»

– Admiras a tu padre.

– Fue él quien me enseñó. Me inició cuando yo tenía catorce años.

– Uddevalla. Lea Persson.

– Exacto. Yo estuve allí. Sólo miraba, pero estuve.

– 1964. Sara Witt, en Ronneby.

– Tenía dieciséis años. Fue la primera vez que poseí a una mujer. Gottfried me enseñó. Fui yo quien la estranguló.

«Está alardeando. ¡Joder, qué puta familia de enfermos!»

– ¿Te das cuenta de que todo esto es patológico?

Martin Vanger se encogió ligeramente de hombros.

– No creo que puedas entender lo divino que resulta tener el control absoluto de la vida y de la muerte de una persona.

– Disfrutas torturando y matando a mujeres, Martin.

El jefe del Grupo Vanger reflexionó un instante, con la mirada puesta en un punto fijo de la pared que había detrás de Mikael. Luego mostró su deslumbrante y encantadora sonrisa.

– No, la verdad es que no creo que sea eso. Si tuviera que hacer un análisis intelectual de mi condición, diría que soy más bien un violador en serie que un asesino en serie. En realidad, soy un secuestrador en serie. El matar llega, por decirlo de alguna manera, como una consecuencia natural de la necesidad de ocultar mi delito. ¿Entiendes?

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