Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

– Mi padre, naturalmente, se puso furioso. Me había jugado la vida con aquella estúpida acción. Y la chica podría ser deportada en cualquier momento; recuerda que estábamos en 1941. Pero a esas alturas yo ya estaba tan perdidamente enamorado de ella como Lobach lo estuvo de su madre. Pedí su mano y le di un ultimátum a mi padre: o aceptaba el matrimonio o se buscaba otro sucesor para la empresa familiar. Y claudicó.

– Pero ¿ella murió?

– Sí, demasiado joven. En 1958. Pasamos poco más de dieciséis años juntos. Tenía una anomalía congénita en el corazón. Y resultó que yo era estéril, así que no tuvimos hijos. Por eso mi hermano me odia.

– ¿Porque te casaste con ella?

– Porque, para usar su terminología, me casé con una sucia puta judía. Eso representaba para él una traición contra la raza, el pueblo, la moral y absolutamente todo lo que él encarnaba.

– Está loco de remate.

– Yo no podría haberlo definido mejor.

Capítulo 10 Jueves, 9 de enero – Viernes, 31 de enero

El primer mes de Mikael en ese perdido rincón del mundo estaba siendo, según el Hedestads-Kuriren, el más frío que se recordaba; o, por lo menos (si le hacía caso a Henrik Vanger), desde el invierno de la guerra de 1942. Mikael estaba dispuesto a aceptar el dato como verdadero. Apenas llevaba una semana en Hedeby y ya lo sabía todo sobre los calzoncillos largos y los calcetines de lana, al tiempo que había aprendido la importancia de ponerse dos camisetas interiores.

A mediados de enero, cuando el frío alcanzó los increíbles 37 grados bajo cero, pasó unos días terribles. Nunca había experimentado nada similar, ni siquiera durante aquel año que pasó en Kiruna haciendo el servicio militar. Una mañana, la tubería del agua se congeló. Gunnar Nilsson le proporcionó dos grandes bidones de plástico para que pudiera cocinar y lavarse, pero el frío resultaba paralizador. En las ventanas, por la parte interior, se formaron cristales de nieve, y, por mucho que calentara la cocina de hierro, Mikael se sentía permanentemente congelado. Todos los días pasaba un buen rato cortando leña en el cobertizo de detrás de la casa.

Había momentos en los que estaba a punto de llorar; incluso barajó la posibilidad de coger un taxi hasta Hedestad y subirse al primer tren que fuera hacia el sur. En vez de eso, se puso un jersey más, se abrigó con una manta y se sentó a tomar café a la mesa de la cocina, mientras leía viejos informes policiales

Unos días más tarde el tiempo cambió y la temperatura subió hasta unos agradables 10 bajo cero.

Mikael empezó a conocer a la gente de Hedeby. Martin Vanger cumplió su promesa y lo invitó a cenar; una cena preparada por él mismo: solomillo de alce con vino tinto italiano. El industrial no estaba casado, pero mantenía una relación con una tal Eva Hassel, que les acompañó durante la cena. Eva Hassel era una mujer cariñosa, abierta y amena, Mikael la encontró extraordinariamente atractiva. Era dentista y vivía en Hedestad, pero pasaba los fines de semana con Martín Vanger. Poco a poco Mikael fue sabiendo que se habían conocido hacía muchos años, pero que no empezaron a relacionarse hasta una edad ya avanzada, y no veían ninguna razón para casarse.

– La verdad es que es mi dentista -dijo Martín Vanger, riéndose.

– Y entrar en esta familia de locos no es una cosa que me entusiasme -dijo Eva Hassel, dándole a Martín Vanger unas cariñosas palmaditas en la rodilla.

El chalé de Martin Vanger era el sueño de todo soltero. De arquitectura moderna y decorado con muebles en negro, blanco y cromado, su carísimo mobiliario de diseño habría fascinado al mismísimo Christer Malm, con su refinado gusto. La cocina estaba equipada con todo lo que un cocinero profesional podría necesitar. En el salón había un tocadiscos estéreo de la más alta gama y una formidable colección de discos de jazz de vinilo que iba desde Tommy Dorsey hasta John Coltrane. Martin Vanger tenía dinero y su hogar era lujoso y funcional, pero también un poco impersonal. Mikael advirtió que los cuadros de la pared eran simples reproducciones y láminas que se podían encontrar en Ikea: bonitas pero no muy sofisticadas. Las estanterías, al menos en la parte de la casa que Mikael pudo ver, no estaban muy llenas: la Enciclopedia nacional y unos cuantos libros de esos que la gente suele regalar por Navidad a falta de mejores ideas. En resumidas cuentas, Mikael sólo pudo apreciar dos aficiones personales en la vida de Martin Vanger, la música y la cocina. La primera afición se traducía en, aproximadamente, unos tres mil discos LP. La segunda se reflejaba en el barrigón que sobresalía por encima de su cinturón.

Como persona, Martin Vanger daba muestras de una curiosa mezcla de estupidez, agudeza y amabilidad. No hacía falta tener muy desarrollada la capacidad analítica para sacar la conclusión de que se trataba de una persona con problemas. Mientras escuchaban Night in Tunma, la conversación desembocó en el Grupo Vanger, y Martin Vanger no intentó ocultar que estaba luchando por la supervivencia de su empresa. La elección del tema confundió a Mikael; Martin Vanger era consciente de que tenía como invitado a un periodista al que apenas conocía, pero aun así hablaba de los problemas internos de la empresa con tanta franqueza que resultaba imprudente. Por lo visto, consideraba a Mikael como uno más de la familia, ya que trabajaba para Henrik Vanger. Coincidía con el anterior director en que los familiares sólo podían culparse a sí mismos de la situación en la que se encontraban. Por el contrario, carecía de la amargura propia del viejo y de su implacable desprecio por sus parientes; aquella incurable locura familiar parecía más bien entretenerle. Eva Hassel asentía con la cabeza, pero no realizó ni un solo comentario. Al parecer, ya habían tratado ese tema antes.

Martin Vanger estaba al tanto de que Mikael había sido contratado para escribir la crónica familiar, y le preguntó cómo avanzaba el trabajo. Mikael contestó sonriendo que le estaba costando mucho aprenderse todos los nombres, y luego preguntó si podía volver para hacerle una entrevista cuando le viniera bien. En varias ocasiones contempló la idea de conducir la conversación hacia la obsesión que el viejo tenía por la desaparición de Harriet Vanger. Sin duda, Henrik Vanger habría torturado más de una vez al hermano de Harriet con sus teorías; además, Martin debería entender que, si Mikael iba a escribir una crónica familiar, difícilmente podría pasar por alto que un miembro de la familia había desaparecido sin dejar rastro. Pero Martin no dio muestras de querer sacar aquel tema y Mikael lo dejó estar. Ya tendrían ocasión de hablar de Harriet más adelante.

Después de varios vodkas, se despidieron sobre las dos de la mañana. Mikael estaba bastante borracho cuando, tambaleándose, recorrió los trescientos metros que había hasta su casa. En general, fue una velada agradable.

Una tarde, durante la segunda semana de Mikael en Hedeby, alguien llamó a la puerta de su casa. Mikael dejó la carpeta de la investigación policial que acababa de abrir -la sexta- y cerró el estudio antes de abrir la puerta a una mujer rubia de unos cincuenta años bien abrigada.

– Hola. Sólo quería presentarme. Me llamo Cecilia Vanger.

Se dieron la mano y Mikael sacó unas tazas de café. Cecilia Vanger, hija del nazi Harald Vanger, le pareció una mujer abierta y, en muchos aspectos, atractiva. Mikael recordó que Henrik Vanger se había expresado con mucho afecto al hablar de ella; había mencionado que no se relacionaba con su padre, pero que eran vecinos. Charlaron un rato antes de que ella sacara el tema que la había llevado hasta allí.

– Tengo entendido que vas a escribir un libro sobre la familia. No estoy segura de que me guste la idea -dijo-. Pero aun así tenía curiosidad por verte.

45
{"b":"113506","o":1}