– He encontrado a otras tres mujeres asesinadas en circunstancias tan raras que deberían figurar en la lista de Harriet. El primer caso habla de una mujer joven llamada Liv Gustavsson. Tenía veintidós años y vivía en Farsta. Le encantaban los caballos; competía en carreras y era toda una promesa. También llevaba una pequeña tienda de animales junto a su hermana.
– ¿Y?
– La hallaron en la tienda. Estaba sola porque se había quedado a hacer cuentas. Seguramente dejó entrar al asesino voluntariamente. Fue violada y estrangulada.
– No suena muy en la línea de la lista de Harriet.
– No mucho, si no fuera por un detalle. El asesino terminó metiendo un periquito en su vagina y luego soltó a todos los animales de la tienda: gatos, tortugas, ratones blancos, conejos, pájaros… Incluso a los peces del acuario. Así que fue un cuadro bastante desagradable el que se encontró la hermana por la mañana.
Mikael asintió con la cabeza.
– Fue asesinada en agosto de 1960, cuatro meses después del asesinato de la granjera Magda Lovisa, de Karlstad. En los dos casos se trataba de mujeres que trabajaban con animales y en ambos se sacrificó a animales. Es cierto que la vaca de Karlstad sobrevivió, pero me imagino que resulta bastante complicado matar a una vaca con un arma blanca. Un periquito no opone tanta resistencia. Además, aparece otro sacrificio de animales.
– ¿Cuál?
Lisbeth le comentó el peculiar «asesinato de la paloma» de Lea Persson en Uddevalla. Mikael permaneció callado durante tanto rato que incluso Lisbeth se impacientó.
– De acuerdo -dijo finalmente-. Acepto tu teoría. Queda un caso.
– Uno que haya encontrado. Pero no sé cuántos se me habrán pasado.
– Cuéntame.
– Febrero de 1966, Uppsala; la víctima más joven: una estudiante de instituto de diecisiete años llamada Lena Andersson. Desapareció después de una fiesta con los de su clase y fue encontrada tres días más tarde en una zanja de la llanura de Uppsala, a una buena distancia de la ciudad. La asesinaron en otro lugar y luego la trasladaron allí.
Mikael asintió.
– Los medios de comunicación le prestaron mucha atención a ese asesinato, pero nunca se informó sobre las circunstancias exactas de la muerte. La chica sufrió una tortura atroz. He leído el informe del forense. La torturaron con fuego. Sus manos y pechos presentaban graves quemaduras, pero la quemaron por todo el cuerpo repetidas veces. Encontraron rastros de estearina que demostraban que habían usado una vela, pero sus manos estaban tan carbonizadas que seguramente fueron sometidas a un fuego más intenso. Finalmente, el asesino le cortó la cabeza con una sierra y la lanzó junto al cuerpo.
Mikael se puso pálido.
– Dios mío -dijo.
– No he encontrado ningún pasaje bíblico que se corresponda con este caso, pero hay varios que hablan de holocaustos y sacrificios; y en algunos sitios se dice que el animal sacrificado -por regla general, un buey- debe ser cortado de manera que «se separe la cabeza del sebo». La utilización del fuego también recuerda al primer asesinato, el de Rebecka, aquí, en Hedestad.
Cuando, ya por la noche, los mosquitos empezaron a atacar, recogieron la mesa del jardín y se sentaron en la cocina para continuar hablando.
– El que no hayas podido encontrar una cita bíblica exacta no significa nada. No se trata de citas. Esto es una grotesca parodia del contenido de la Biblia; son más bien asociaciones establecidas con pasajes sueltos, sacados de contexto.
– Ya lo sé. Y ni siquiera son exactas. Por ejemplo, el pasaje que dice que los dos deben morir si alguien mantiene una relación con una mujer que tenga la menstruación. Si eso se interpreta literalmente, el asesino tendría que haberse suicidado.
– Bueno, ¿adonde nos conduce todo esto? -se preguntó Mikael.
– Tu Harriet, o tenía un hobby bastante peculiar que consistía en recopilar citas bíblicas y asociarlas a víctimas de asesinatos de los que había oído hablar… o sabía que existía un vínculo entre los casos.
– Entre 1949 y 1966; es posible que incluso antes y también después. O sea, un asesino en serie, un sádico loco de atar, estuvo merodeando por allí con una Biblia bajo el brazo matando mujeres durante diecisiete años sin que nadie relacionara los crímenes. Suena completamente increíble.
Lisbeth Salander corrió la silla hacia atrás y fue a ponerse otro café de la cafetera que estaba sobre la hornilla. Encendió un cigarrillo y echó el humo. Mikael se maldijo por dentro, pero cogió otro cigarrillo más.
– No, tampoco me parece tan increíble -replicó ella, levantando un dedo-. En Suecia, tan sólo en el siglo XX, han quedado sin resolver decenas de asesinatos de mujeres. Aquel catedrático de criminología, Persson, explicó una vez en la tele, en el programa Se busca, que los asesinos en serie no son muy habituales en nuestro país, pero que seguramente hemos tenido algunos que no han sido descubiertos.
Mikael asintió. Lisbeth levantó otro dedo.
– Estos asesinatos se cometieron durante un largo período y en sitios muy distantes entre sí. Dos de los crímenes tuvieron lugar muy seguidos el uno del otro, en 1960, pero las circunstancias diferían bastante: una granjera de Karlstad y una joven de Estocolmo, de veintidós años, aficionada a los caballos.
El tercer dedo.
– No siguen una lógica aparente. Los asesinatos se cometieron de distintos modos y, en realidad, no tienen ninguna firma. Sin embargo, hay varias cosas que se repiten en los diversos casos: animales, fuego, violencia sexual extrema… Y, como acabas de señalar, una parodia de los textos bíblicos. Pero, evidentemente, ningún investigador policial ha interpretado estos asesinatos partiendo de la Biblia.
Mikael asintió. La miró de reojo. Con su delgado cuerpo, la camiseta de tirantes negra, los tatuajes y los piercings en la cara, Lisbeth Salander desentonaba en esa casa de invitados de Hedeby. Durante la cena, cuando Mikael intentó ser amable, ella apenas si le había contestado con monosílabos. Sin embargo, cuando se ponía a trabajar lo hacía como una verdadera profesional. Su piso de Estocolmo era un caos, pero Mikael concluyó que se trataba de una chica dotada de una mente extremadamente ordenada. «¡Qué curioso!»
– Es difícil ver la relación existente entre una prostituta de Uddevalla asesinada detrás de un contenedor situado en medio de un polígono industrial y la mujer de un pastor luterano de Ronneby a la que estrangulan para luego prenderle fuego. A no ser que uno tenga la clave que nos ha dado Harriet, claro.
– Lo cual nos lleva a la siguiente pregunta -comentó Lisbeth.
– ¿Cómo diablos se metería Harriet en todo esto? Una chica de dieciséis años que vivía en un ambiente tan protegido…
– Sólo existe una explicación -puntualizó Lisbeth.
Mikael volvió a asentir con la cabeza.
– Tiene que haber un vínculo con la familia Vanger.
A las once de la noche llevaban ya tanto tiempo devanándose los sesos con aquella serie de asesinatos, analizando posibles conexiones y extraños detalles, que a Mikael le empezó a dar vueltas la cabeza. Se frotó los ojos y se estiró; acto seguido le preguntó a Lisbeth si quería dar un paseo. Ella puso una cara extraña, como si considerara que ese tipo de actividades eran una pérdida de tiempo, pero, tras un breve momento de reflexión, asintió. Mikael le sugirió que se pusiera unos pantalones largos para protegerse de los mosquitos.
Caminaron por el puerto deportivo; luego pasearon por debajo del puente enfilando el camino que conducía hasta la punta, donde vivía Martin Vanger. Mikael iba señalando las casas contando cosas sobre los que vivían en ellas. Al pasar por delante de la de Cecilia Vanger le costó expresarse. Lisbeth lo miró de reojo.
Dejaron atrás el ostentoso yate de Martin Vanger y llegaron hasta el final de la punta, donde se sentaron sobre una roca a fumarse un cigarrillo a medias.