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Birger Vanger vivía en un chalé adosado de ladrillo blanco al otro lado del camino, a sólo cinco minutos andando desde el hospital. Tenía vistas al mar y al puerto de Hedestad. Cuando Mikael llamó al timbre, no abrió nadie. Telefoneó al móvil de Cecilia, pero no obtuvo respuesta. Permaneció un rato en el coche tamborileando en el volante con los dedos. Birger Vanger era una página en blanco en su colección; nació en 1939 y por lo tanto sólo tenía diez años cuando se cometió el asesinato de Rebecka Jacobsson. En cambio, tenía veintisiete cuando desapareció Harriet.

Según Henrik Vanger, Birger y Harriet apenas tuvieron relación. Birger se crió con su familia en Uppsala y se mudó a Hedestad para trabajar en el Grupo Vanger, pero al cabo de un par de años lo abandonó para dedicarse a la política. Sin embargo, se encontraba en Uppsala cuando se cometió el asesinato de Lena Andersson.

Mikael no sabía por dónde coger toda esa historia, pero el incidente de la gata le había provocado un sentimiento de amenaza inminente y la sensación de que empezaba a faltarle tiempo.

Otto Falk, el viejo pastor de Hedeby, tenía treinta y seis años cuando Harriet desapareció. Ahora tenía setenta y dos; era más joven que Henrik Vanger, pero se encontraba en unas condiciones mentales considerablemente peores. Mikael fue a verlo a la residencia Svalan, un edificio de ladrillo amarillo al otro lado de la ciudad, a orillas del canal de Hede. Mikael se presentó en la recepción y solicitó hablar con Falk. Explicó que sabía perfectamente que el reverendo sufría de Alzheimer y quiso saber si estaba lo suficientemente lúcido como para mantener una conversación. Una enfermera jefe le contestó que hacía tres años que le diagnosticaron la enfermedad y que su evolución había sido bastante agresiva. Se podía hablar con él, pero su memoria a corto plazo era pésima; no reconocía a algunos familiares y, en general, estaba a punto de adentrarse en una espesa niebla. También le advirtió de que el viejo podía sufrir ataques de angustia si se le presionaba con preguntas a las que no supiera responder.

El viejo pastor estaba sentado en un banco del jardín junto con otros tres pacientes y un enfermero. Mikael pasó una hora intentando conversar con Falk.

Falk recordaba muy bien a Harriet Vanger. Se le iluminó la cara y la describió como una chica encantadora. Sin embargo, Mikael no tardó en darse cuenta de que el pastor había olvidado que llevaba casi treinta y siete años desaparecida. Hablaba de ella como si la acabara de ver; le pidió a Mikael que le diera recuerdos de su parte y que le dijera que subiera a visitarlo. Mikael se comprometió a hacerlo.

Cuando Mikael habló de lo que había sucedido el día en el que Harriet desapareció, Otto Falk se quedó desconcertado. Al parecer, no recordaba el accidente del puente. Fue al final de la conversación cuando el pastor mencionó algo que hizo que Mikael aguzara el oído.

Mikael había conducido la charla hacia el interés de Harriet por la religión; de repente, el pastor Falk pareció pensativo, como si una nube ensombreciera su rostro. Empezó a mecerse hacia delante y atrás durante un rato.

Luego levantó la vista y, mirando a Mikael, le preguntó quién era. Mikael volvió a presentarse y el viejo se quedó meditando otro rato más. Finalmente movió negativamente la cabeza con un gesto irritado.

– Todavía está buscando la verdad. Ha de tener cuidado y tú debes advertirla.

– ¿De qué?

El pastor Falk se alteró. Sacudió la cabeza con el ceño fruncido.

– Debe leer sola scriptura y entender sufficientia scripturae. Sólo de esa manera podrá mantener la sola fide. José los excluyó definitivamente. Nunca estuvieron recogidos en el canon.

Mikael no entendió nada, pero lo apuntó todo aplicadamente. Luego el pastor Falk se inclinó hacia Mikael y le susurró en tono confidencial:

– Creo que es católica. Siente fascinación por la magia y sigue sin encontrar a su Dios. Hay que guiarla.

Al parecer, la palabra «católica» encerraba un matiz negativo para el reverendo.

– Yo creía que estaba interesada por el movimiento pentecostal.

– No, no; los pentecostales no. Ella busca la verdad prohibida. No es una buena cristiana.

Acto seguido, el pastor pareció olvidarse tanto de Mikael como del tema y se puso a hablar con uno de los demás pacientes.

Pasadas las dos de la tarde, Mikael ya estaba de vuelta en la isla de Hedeby. Se acercó hasta la casa de Cecilia Vanger y llamó a la puerta sin éxito alguno. Intentó localizarla mediante el móvil, pero no obtuvo respuesta.

Instaló un detector de humos en la cocina y otro en el recibidor. Colocó un extintor junto a la cocina de hierro, al lado de la puerta del dormitorio, y el otro cerca del baño.

Después se preparó el almuerzo -café y sándwiches-, se sentó en el jardín e introdujo en su iBook las notas de la conversación mantenida con el pastor Falk. Meditó un buen rato y luego levantó la vista hacia la iglesia.

La nueva casa rectoral de Hedeby era un chalé moderno normal y corriente, situado a un tiro de piedra de la iglesia. A eso de las cuatro, Mikael llamó a la puerta de la casa de la pastora Margareta Strandh y le explicó que venía a pedirle consejo sobre un asunto teológico. Margareta Strandh, una mujer morena de su misma edad, le abrió en vaqueros y camisa de franela. Iba descalza y llevaba las uñas de los pies pintadas. Había coincidido con ella en el Café de Susanne un par de veces en las que hablaron del pastor Falk. Recibió a Mikael amablemente y le invitó a sentarse en el jardín.

Mikael le contó que acababa de ver a Otto Falk y le comentó lo que éste le había dicho, cuyo significado no entendía. Margareta Strandh escuchó y luego le pidió que repitiera con exactitud las palabras pronunciadas por Falk. Ella se quedó pensativa un instante.

– Llegué a Hedeby hace sólo tres años y la verdad es que no conozco personalmente al pastor Falk. Se jubiló varios años antes, pero tengo entendido que se trataba, en el amplio sentido de la palabra, de un hombre bastante ortodoxo. Lo que te ha dicho significa, más o menos, que hay que atenerse a las Escrituras y nada más (sola scriptura) y que la Biblia es sufficientia scripturae. Esto último es una expresión que establece la suficiencia de las Escrituras entre los creyentes muy ortodoxos. Sola fide significa «la fe única» o «la fe pura».

– Entiendo.

– Son, por decirlo de alguna manera, dogmas fundamentales. Constituyen la base de la Iglesia, y lo cierto es que no tiene nada de raro. Las palabras de Falk se traducirían simplemente como «Lee la Biblia: te da suficientes conocimientos y te garantiza la fe pura».

Mikael se sintió un poco avergonzado.

– Pero ahora debes contarme en qué contexto se ha producido esa conversación.

– Le he preguntado sobre una persona que él conoció hace muchos años y sobre la que yo escribo.

– ¿Alguien que está buscando respuestas religiosas?

– Algo así.

– De acuerdo; creo que lo entiendo. Falk ha dicho dos cosas más: que «José los excluyó categóricamente» y que «nunca estuvieron recogidos en el canon». ¿Es posible que lo oyeras mal y que dijera Josefus en vez de José? En realidad, se trata del mismo nombre.

– Es posible -dijo Mikael-. He grabado la entrevista; si quieres escucharla…

– No, no creo que sea necesario. Estas dos frases determinan de manera bastante clara a qué se refería. Josefus era un historiador judío y la frase «nunca estuvieron recogidas en el canon» debe referirse a que nunca estuvieron incluidas en el canon hebreo.

– ¿Y eso qué quiere decir?

Ella se rió.

– El pastor Falk te ha dicho que esta persona sentía fascinación por las fuentes esotéricas, en concreto por los apócrifos. La palabra apokryphos significa “oculto” y los apócrifos son, por lo tanto, los libros ocultos que unos tachan de muy controvertidos y que otros consideran que deben formar parte del Antiguo Testamento. Son los libros de Tobías, Judit, Ester, Baruc, la Sirácida, los Macabeos y algunos más.

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