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– No te gusta que me vaya a Skellefteå -le soltó de golpe.

Mikael no supo qué contestar.

– No tienes por qué preocuparte. Tú no eres creyente, ¿verdad?

– No, supongo que no; por lo menos no lo que se entiende por un buen creyente.

– ¿No crees en Dios?

– No, no creo en Dios, pero respeto que tú lo hagas. Todos necesitamos creer en algo.

Cuando el tren entró en la vía, se abrazaron durante mucho tiempo, hasta que Pernilla tuvo que subir al vagón. Al alcanzar la puerta se dio media vuelta.

– Papá, no pretendo evangelizarte. Por mí, eres libre de creer en lo que quieras; yo siempre te querré. Pero pienso que harías bien en continuar con tus estudios bíblicos.

– ¿Qué quieres decir?

– He visto las citas que tenías puestas en la pared -dijo-. ¿Por qué son tan sombrías y neuróticas? Venga, un beso. Hasta pronto.

Lo saludó con la mano y desapareció. Mikael se quedó perplejo en el andén viendo salir el tren con dirección norte. Hasta que éste no desapareció en la curva no asimiló el significado del comentario de despedida; una sensación gélida invadió su pecho.

Mikael salió corriendo de la estación mirando su reloj. Faltaban cuarenta minutos para la salida del autobús a Hedeby. Sus nervios no soportarían una espera tan larga. Cruzó a toda prisa la plaza hasta la parada de taxis, donde encontró a Hussein con su dialecto de Norrland. Diez minutos más tarde, Mikael pagó el taxi y entró inmediatamente en su estudio. El papel estaba pegado con celo sobre su mesa.

Magda -32016

Sara -32109

RJ – 30112

RL – 32027

Mari -32018

Recorrió el cuarto con la mirada y cayó en la cuenta de dónde podía encontrar una Biblia. Se llevó el papel, buscó las llaves que había dejado en un cuenco de la ventana y se fue corriendo por todo el camino hasta la cabaña de Gottfried. Cuando bajó la Biblia de Harriet de la estantería, las manos casi le temblaban.

Harriet no había apuntado números de teléfono. Las cifras se referían a capítulos y versos del Levítico, el tercer libro del Pentateuco. La legislación de castigos.

(Magda) Levítico, capítulo 20, versículo 16:

Si una mujer se acerca a una bestia para unirse con ella, matarán a la mujer y a la bestia: ambas serán castigadas con la muerte y su sangre caerá sobre ellas.

(Sara) Levítico, capítulo 21, versículo 9:

Si la hija de un sacerdote se envilece a sí misma prostituyéndose, envilece a su propio padre, y por eso será quemada.

(RJ) Levítico, capítulo 1, versículo 12:

Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la cabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar.

(RL) Levítico, capítulo 20, versículo 27:

El hombre o la mujer que consulten a los muertos o a otros espíritus, serán castigados con la muerte: los matarán a pedradas, y su sangre caerá sobre ellos.

(Mari) Levítico, capítulo 20, versículo 18:

Si un hombre se acuesta con una mujer en su período menstrual y tiene relaciones con ella, los dos serán extirpados de su pueblo, porque él ha puesto al desnudo la fuente del flujo de la mujer y ella la ha descubierto.

Mikael salió y se sentó en el porche de la cabaña. Ya no cabía duda de que Harriet se refería a esas citas cuando escribió aquellos números en su agenda. Cada una de ellas estaba meticulosamente subrayada en la Biblia de Harriet. Mientras escuchaba los trinos de los pájaros que cantaban en la cercanía encendió un cigarrillo.

Tenía los números. Pero no los nombres. Magda, Sara, Mari, RJ y RL. De repente, el cerebro de Mikael dio un salto intuitivo y un abismo apareció ante él. Se acordó del holocausto de Hedestad del que le habló el inspector Gustaf Morell. El caso Rebecka, a finales de los años cuarenta, la chica que fue violada y asesinada poniéndole la cabeza encima de ardientes brasas: «Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la cabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar». Rebecka. RJ. ¿Cómo se llamaba de apellido?

En el nombre de Dios, ¿en qué había estado metida Harriet?

Henrik Vanger se sentía mal y ya estaba en la cama cuando Mikael llamó a su puerta por la tarde. Aun así, Anna le dejó entrar y pudo visitar al viejo durante un par de minutos.

– Un catarro veraniego -explicó Henrik sorbiéndose los mocos-. ¿Qué quieres?

– Tengo una pregunta.

– ¿Sí?

– ¿Te suena un asesinato que se cometió aquí en Hedestad en los años cuarenta? Una chica llamada Rebecka no sé qué; la mataron metiendo su cabeza en una chimenea.

– Rebecka Jacobsson -dijo Henrik Vanger sin dudarlo ni un instante-. Es un nombre que no voy a olvidar nunca, pero hace mucho tiempo que nadie habla de ella.

– Pero ¿conoces la historia?

– Claro que sí. Rebecka Jacobsson tenía veintitrés o veinticuatro años cuando la asesinaron. Eso sucedería en… sí, en 1949. Se realizó una extensísima investigación en la cual yo desempeñé un pequeño papel.

– ¿Tú? -exclamó Mikael, asombrado.

– Pues sí. Rebecka Jacobsson trabajaba en las oficinas del Grupo Vanger. Era una chica muy popular y muy guapa. Pero ¿a qué vienen esas preguntas ahora?

Mikael no supo muy bien qué decir. Se levantó y se acercó a la ventana.

– No lo sé, Henrik; tal vez haya encontrado algo, pero tengo que sentarme un momento a reflexionar sobre todo eso.

– ¿Estás insinuando que existe una relación entre lo de Harriet y lo de Rebecka? Hay… más de diecisiete años entre los dos sucesos.

– Déjame que lo piense. Pasaré a verte mañana, si te encuentras mejor.

Al día siguiente Mikael no pudo ver a Henrik Vanger. Poco antes de la una de la noche permanecía sentado en la mesa de la cocina leyendo la Biblia de Harriet cuando escuchó el ruido de un coche que cruzó el puente a gran velocidad. Miró por la ventana y percibió la luz azul de la sirena de una ambulancia.

Invadido por malos presentimientos, salió corriendo y siguió a la ambulancia. Estaba aparcada delante de la casa de Henrik Vanger.

Había luz en la planta baja y Mikael comprendió que había pasado algo. Subió las escaleras del porche en dos zancadas y se encontró con Anna Nygren en el recibidor, visiblemente afectada.

– El corazón -dijo-. Me despertó hace un momento quejándose de dolores en el pecho. Luego se desplomó.

Mikael abrazó a la leal ama de llaves y se quedó con ella hasta que el personal sanitario salió con un Henrik Vanger aparentemente sin vida en la camilla. Martin Vanger, muy nervioso, iba detrás. Se había acostado ya cuando Anna lo llamó; todavía llevaba zapatillas y tenía la bragueta abierta. Saludó brevemente a Mikael y se dirigió a Anna.

– Lo acompaño al hospital. Llama a Birger y Cecilia -dijo, dando instrucciones-. Y avisa a Dirch Frode.

– Yo puedo ir a su casa -se ofreció Mikael.

Anna asintió, agradecida.

«Llamar a una puerta después de la medianoche suele ser sinónimo de malas noticias», pensó Mikael al poner el dedo en el timbre de la casa del abogado. Transcurrieron varios minutos antes de que éste se presentara en la puerta medio dormido.

– Tengo malas noticias. Acaban de llevar a Henrik Vanger al hospital. Parece un infarto. Martin me ha pedido que te avise.

– ¡Dios mío! -soltó Dirch Frode, mirando su reloj-. Es viernes 13 -añadió con una incomprensible lógica y un desconcertado rostro.

Al volver a casa ya eran las dos y media de la madrugada. Mikael dudó un instante, pero decidió aplazar la llamada a Erika. Hasta las diez de la mañana siguiente, tras hablar brevemente con Dirch Frode por el móvil y asegurarse de que Henrik Vanger seguía con vida, no llamó a Erika para informarla de que el nuevo socio de Millennium había ingresado en el hospital tras sufrir un infarto. Como era de esperar, ella recibió la noticia con gran tristeza y preocupación.

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