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A última hora de la tarde, Dirch Frode pasó a ver a Mikael con detalladas novedades sobre el estado de Henrik Vanger.

– Vive, pero no está bien. Ha sufrido un infarto grave; además, tiene una infección.

– ¿Has podido verlo?

– No. Está en la UVI. Martin y Birger se quedarán esta noche con él.

– ¿Y el pronóstico?

Dirch Frode hizo un gesto con la mano como queriendo decir «no muy bien».

– Ha sobrevivido al infarto, y eso es siempre una señal positiva. La verdad es que sus condiciones físicas son bastante buenas. Pero ya es mayor. Tenemos que esperar a ver qué pasa.

Permanecieron callados un rato meditando sobre la fragilidad de la vida. Mikael sirvió café. Dirch Frode parecía abatido.

– No tengo más remedio que preguntarte qué es lo que va a pasar ahora -dijo Mikael.

Frode levantó la mirada, que se cruzó con la suya.

– Tus condiciones de trabajo no van a cambiar. Están estipuladas en un contrato que no vence hasta final de año, viva o muera Henrik Vanger. No tienes de qué preocuparte.

– No estoy preocupado; no me refería a eso. Lo que quería saber es a quién debo rendirle cuentas ahora.

Dirch Frode suspiró.

– Mikael, tú sabes tan bien como yo que toda esta historia sobre Harriet Vanger es un pasatiempo para Henrik.

– Yo no diría eso.

– ¿Qué quieres decir?

– He encontrado nuevas pruebas -dijo Mikael-. Ayer mismo informé a Henrik sobre algunas de ellas. Me temo que pueden haber contribuido al infarto.

Dirch Frode observó a Mikael con una extraña mirada.

– ¿Estás de broma?

Mikael negó con la cabeza.

– Dirch, en sólo estos últimos días he sacado a la luz más material sobre la desaparición de Harriet que la investigación oficial en treinta y cinco años. Mi problema ahora mismo es que no hemos acordado a quién debo informar de todo si Henrik no está.

– Puedes contármelo a mí.

– De acuerdo. Tengo que seguir adelante con todo esto. ¿Tienes un rato?

Mikael le presentó sus hallazgos de la manera más pedagógica que pudo. Le enseñó la serie de fotografías de Järnvägsgatan y le expuso su teoría. Luego le explicó cómo su propia hija le había ayudado a resolver, aunque indirectamente, el misterio de la agenda de teléfonos. Finalmente le puso al corriente del brutal asesinato de Rebecka Jacobsson en 1949.

La única información que seguía guardando para sí mismo era la cara de Cecilia Vanger en la ventana del cuarto de Harriet. Quería hablar con ella antes de ponerla en una situación que la pudiera convertir en sospechosa.

Dirch Frode frunció el ceño, preocupado.

– ¿Quieres decir que el asesinato de Rebecka está relacionado con la desaparición de Harriet?

– No lo sé. No parece probable. Pero al mismo tiempo no podemos obviar el hecho de que, en su agenda, Harriet apuntó las siglas RJ junto a la referencia de la ley del holocausto. Rebecka Jacobsson murió quemada. La relación con la familia Vanger resulta evidente: trabajaba en el Grupo Vanger.

– ¿Y cómo explicas todo eso?

– Todavía no lo sé. Pero quiero averiguarlo. Te considero el representante de Henrik. Tendrás que tomar decisiones en su nombre.

– Quizá debamos informar a la policía.

– No. Por lo menos no sin el permiso de Henrik. El asesinato de Rebecka prescribió hace muchos años y la investigación policial fue abandonada. No van a ponerse ahora a indagar sobre un asesinato ocurrido hace cincuenta y cuatro años.

– Entiendo. ¿Qué quieres hacer?

Mikael se levantó y dio una vuelta por la cocina.

– Primero, seguirle el rastro a la fotografía. Si logramos saber lo que vio Harriet… creo que puede ser vital para todo el desarrollo de los acontecimientos. Segundo, necesito un coche para desplazarme a Norsjö e ir tras esa pista hasta donde me lleve. Tercero, quiero comprobar las citas bíblicas. Hemos relacionado una cita con un asesinato realmente bestial. Nos quedan cuatro. Para hacerlo… la verdad es que no estaría mal contar con apoyo.

– ¿De qué tipo?

– Me vendría bien un colaborador que me ayudara a investigar escarbando en los antiguos archivos de la prensa y buscando a Magda, a Sara y a los otros nombres. Si es como yo creo, Rebecka no es la única víctima.

– ¿Quieres decir que hagamos partícipe del secreto a otra persona más…?

– Se nos ha echado encima, de sopetón, un enorme trabajo de búsqueda. Si yo fuera el policía encargado de una investigación así, habría podido repartir el tiempo y los recursos y hacer que la gente me ayudara rastreando en los archivos. Necesito un profesional que conozca el tema y que, además, sea de fiar.

– Entiendo… la verdad es que conozco a una persona verdaderamente competente. Fue ella la que hizo la investigación personal sobre ti -se le escapó a Frode antes de que pudiera morderse la lengua.

– ¿Que hizo qué? -preguntó Mikael Blomkvist con tono severo.

Dirch Frode se dio cuenta de que acababa de decir algo que tal vez hubiese sido mejor callar. «Me estoy haciendo viejo», pensó.

– Estaba pensando en voz alta. No me hagas caso -dijo, intentando tranquilizar a Mikael.

– ¿Encargaste una investigación personal sobre mí?

– No es para montar un drama, Mikael. Queríamos contratarte y comprobamos qué tipo de persona eras.

– Así que ésa es la razón por la que Henrik Vanger siempre parece saber exactamente cómo voy a reaccionar. ¿Y se trataba de una investigación a fondo?

– Bastante.

– ¿Tocó los problemas de Millennium?

Dirch Frode se encogió de hombros.

– Era un tema de actualidad.

Mikael encendió un cigarrillo. El quinto de ese día.

Advirtió que se estaba convirtiendo en una mala costumbre.

– ¿Un informe? ¿Por escrito?

– Mikael, no le des tanta importancia.

– Quiero leerlo.

– Por favor, no tiene nada de raro. Simplemente queríamos saber más de ti antes de contratarte.

– Quiero leer ese informe -insistió Mikael.

– Sólo Henrik puede aprobar eso.

– ¿Ah, sí? Vale, te lo diré de otra forma: quiero el informe dentro de una hora. Si no me lo das, me despido y cojo el tren para Estocolmo esta misma noche. ¿Dónde está?

Durante unos segundos Dirch Frode y Mikael Blomkvist se midieron las miradas. Luego Dirch Frode suspiró y bajó la vista.

– En el despacho de mi casa.

El caso Harriet Vanger constituía, sin duda, la historia más rara en la que Mikael Blomkvist se había involucrado jamás. En general, el último año, desde el momento en el que publicó el reportaje sobre Hans-Erik Wennerström, no había sido más que un largo viaje en montaña rusa, sobre todo la parte de caída libre. Y, al parecer, aún no había terminado.

Dirch Frode siguió poniendo trabas, de modo que hasta las seis de la tarde Mikael no tuvo el informe de Lisbeth Salander en sus manos. Estaba compuesto por unas ochenta páginas de investigación propiamente dicha y cien páginas más entre copias de artículos, certificados de notas, diplomas y otros documentos significativos de la vida de Mikael.

Resultaba extraño leer sobre uno mismo algo que más bien debía verse como la combinación de una autobiografía y un informe de los servicios de inteligencia. Mikael sintió cómo su asombro iba en aumento a medida que advertía la minuciosidad con la que estaba hecho el informe. Lisbeth Salander se había fijado en detalles que él creía enterrados para siempre en el vertedero de la historia. Había desenterrado la relación que tuvo con una mujer, en aquel entonces una fanática sindicalista y ahora política a tiempo completo. ¿Con quién diablos habría hablado? Había dado con los Bootstrap, su banda de rock, de la que a duras penas se acordaba ya nadie en la actualidad. Había analizado su situación económica hasta en el más mínimo detalle. Maldita sea, ¿cómo diablos lo habría hecho?

Como periodista, Mikael llevaba ya bastantes años dedicándose a recabar información sobre determinadas personas, así que pudo hacer una estimación estrictamente profesional del trabajo realizado. Para él, no cabía ninguna duda: Lisbeth Salander era un hacha investigando. Ni él mismo habría sido capaz de elaborar un informe semejante sobre una persona completamente desconocida.

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