– Antes estaba casada y vivía en Hedestad, pero se separó hace más de veinte años. Soy el propietario de la casa y la invité a instalarse ahí. Cecilia es profesora y en muchos sentidos es justamente lo opuesto a su padre. Debo añadir que tampoco ellos se hablan más de lo necesario.
– ¿Y qué edad tiene?
– Nació en 1946, así que tenía veinte años cuando Harriet desapareció. Y sí, formaba parte de los invitados de la isla aquel día. -Henrik Vanger reflexionó un instante-. Cecilia puede dar la impresión de ser bastante voluble, pero, en realidad, es aguda como pocos. No la subestimes. Si hay alguien que puede darse cuenta de tu verdadera misión, es ella. Uno de los familiares que más aprecio.
– Entonces ¿no sospechas de ella?
– No he dicho eso. Quiero que lo cuestiones todo sin ningún tipo de prejuicios, independientemente de lo que yo pueda pensar o creer.
La casa aledaña a la de Cecilia pertenecía a Henrik Vanger, pero se la había alquilado a una pareja mayor que en su día trabajó en la dirección del Grupo Vanger. Se mudaron a la isla de Hedeby en los años ochenta; por lo tanto, no tenían nada que ver con la desaparición de Harriet. La siguiente casa era propiedad de Birger Vanger, hermano de Cecilia Vanger. Hacía varios años que permanecía vacía, desde que Birger Vanger se instalara en un moderno chalé de la ciudad de Hedestad.
Casi todas las construcciones situadas a lo largo del camino eran sólidas casas de piedra de principios del siglo pasado. La última casa se diferenciaba de las demás por su diseño arquitectónico: un moderno chalé de ladrillo blanco y oscuros marcos en las ventanas. Se hallaba en un sitio privilegiado; Mikael suponía que las vistas desde la planta de arriba debían de ser espectaculares: daba al mar por el este y a Hedestad por el norte.
– Aquí vive Martin Vanger, el hermano de Harriet y director ejecutivo del Grupo Vanger. En este solar se ubicaba antes la casa rectoral, pero fue parcialmente destruida por un incendio en los años setenta; Martin hizo construir el chalé en 1978, cuando asumió el cargo de director.
Al fondo, en la parte este del camino, vivían Gerda Vanger -la viuda de Greger, otro hermano de Henrik- y su hijo, Alexander Vanger.
– Gerda está enferma: sufre de reumatismo. Alexander es socio minoritario del Grupo Vanger, pero dirige sus propios negocios, entre los que se cuentan algunos restaurantes. Suele pasar varios meses al año en Barbados, en las Antillas Holandesas, donde ha invertido dinero en el sector del Turismo.
Entre la casa de Gerda y la de Henrik Vanger había un solar con dos pequeños edificios que estaban vacíos y que se usaban como casas de invitados para alojar a los distintos miembros de la familia cuando venían de visita. Al otro lado de la Casa Vanger había otra casa, vendida a un empleado retirado. Vivía allí con su mujer, pero ahora no había nadie porque la pareja pasaba todo el invierno en España.
Volvieron a salir al cruce, lo cual ponía fin al paseo. Ya estaba anocheciendo. Mikael tomó la iniciativa y dijo:
– Henrik, no puedo más que repetir que todo esto no dará resultado, pero haré el trabajo para el que me has contratado: voy a escribir tu autobiografía y accederé a tus deseos leyendo todo el material sobre Harriet Vanger tan crítica y meticulosamente como sea capaz. Sólo quiero que quede claro que no soy un detective privado, para que no albergues falsas esperanzas.
– No espero nada. Sólo quiero realizar un último intento de encontrar la verdad.
– Bien.
– Soy un ave nocturna -dijo Henrik Vanger-. Estaré a tu disposición desde la hora de comer en adelante. Voy a preparar un estudio aquí arriba que podrás utilizar cada vez que lo desees.
– No, gracias. Ya tengo un cuarto para trabajar en mi casita.
– Como quieras.
– Cuando necesite hablar contigo, nos veremos en tu estudio, pero no voy a empezar esta misma noche a avasallarte con preguntas.
– De acuerdo.
El viejo le resultó sospechosamente discreto.
– Me llevará un par de semanas estudiar todo el material. Trabajaremos en dos frentes. Nos veremos un par de horas al día para conversar y reunir material sobre tu biografía. Cuando tenga que hacerte preguntas sobre Harriet, te avisaré.
– Me parece muy sensato.
– Voy a trabajar muy libremente, sin horario fijo.
– Organízate como más te convenga.
– No te olvides de que tengo que ir a la cárcel un par de meses. No sé cuándo, pero no voy a recurrir la sentencia. Lo más seguro es que sea este año.
Henrik Vanger arqueó las cejas.
– Eso es una contrariedad. Pero ya lo resolveremos cuando llegue el momento. Puedes pedir una prórroga.
– Si las cosas van bien y tengo suficiente material, podré trabajar en el libro sobre tu familia desde la cárcel; ya hablaremos de ello si se diera el caso. Una cosa más: sigo siendo copropietario de Millennium, una revista en crisis, de momento. Si ocurre algo que requiera mi presencia en Estocolmo, no tendré más remedio que dejar todo esto e ir hasta allí.
– No te he contratado para que seas mi esclavo. Quiero que seas consecuente y constante con el trabajo que te he dado, pero, por supuesto, ponte tú mismo los horarios y organízate como más te convenga. Si necesitas coger unos días libres, hazlo; pero si descubro que pasas del trabajo, daré por hecho que has incumplido el contrato.
Mikael asintió. Henrik Vanger miró hacia el puente. El viejo estaba flaco y de repente a Mikael le pareció un pobre espantapájaros.
– En cuanto a Millennium, deberíamos reunimos para tratar la naturaleza de esa crisis; si yo pudiera ayudar de alguna manera…
– La mejor ayuda sería servirme hoy mismo la cabeza de Wennerström en una bandeja.
– No, no. Eso no lo voy a hacer. -El viejo le lanzó una incisiva mirada a Mikael-. La única razón por la que has aceptado este trabajo es porque yo te he prometido desenmascarar a Wennerström. Si lo hiciera ahora, podrías abandonar tu trabajo en cuanto te diera la gana. Esa información te la proporcionaré dentro de un año.
– Henrik, perdóname por lo que te voy a decir, pero ni siquiera puedo estar seguro de que sigas vivo dentro de un año.
Henrik Vanger suspiró mirando pensativo hacia el puerto pesquero.
– Tienes razón. Se lo comentaré a Dirch Frode, a ver si se nos ocurre algo. Pero en cuanto a Millennium, quizá yo pueda ayudar de otra manera. Si lo he entendido bien, son los anunciantes los que se retiran.
Mikael asintió lentamente con la cabeza.
– Los anunciantes constituyen el problema más inmediato, pero la crisis es más profunda. Una cuestión de credibilidad. No importa cuántos anunciantes haya si nadie quiere comprar la revista.
– Lo entiendo. Pero, aunque no participe activamente, sigo siendo miembro de la junta directiva de un grupo empresarial bastante importante. Nosotros también tenemos que anunciarnos en algún sitio. Ya hablaremos del asunto. ¿Quieres quedarte a cenar…?
– No. Quiero organizarme un poco, ir al supermercado y dar una vuelta por ahí. Mañana iré a Hedestad a comprar ropa de invierno.
– Buena idea.
– Me gustaría que trasladaras el archivo de Harriet a mi casa.
– Debe ser manejado…
– Con gran cuidado; ya lo sé.
Mikael regresó a su casa y, nada más entrar en ésta, comenzaron a castañetearle los dientes. Miró el termómetro exterior de la ventana. Marcaba 15 grados bajo cero; no recordaba haber tenido nunca tanto frío metido en el cuerpo como después del paseo que acababa de dar, de apenas veinte minutos.
Dedicó la siguiente hora a instalarse en la que iba a ser su nueva casa durante ese año. Sacó la ropa de la maleta y la puso en el ropero del dormitorio. Colocó los útiles de aseo en el armario del cuarto de baño. La otra maleta era muy grande y tenía ruedas. De ella sacó libros, cedes, un reproductor de discos compactos, cuadernos, un pequeña grabadora Sanyo, un escáner Microtek, una impresora portátil de inyección de tinta, una cámara digital Minolta y otros objetos que consideraba imprescindibles para su año de exilio.