– Sí, claro; ése es Martin. Ahí tendría unos dieciocho años.
Lisbeth Salander repasó año tras año los recortes de prensa sobre el Grupo Vanger. Empezó en 1949 y continuó en orden cronológico. El problema era que se trataba de un archivo gigantesco. Durante el período en cuestión, el Grupo aparecía en los medios prácticamente a diario, no sólo en la prensa nacional, sino, sobre todo, en la local. Se hablaba de análisis económicos, sindicatos, negociaciones y amenazas de huelga, inauguraciones y cierres de fábricas, balances anuales, sustituciones de directores, introducción de nuevos productos… una avalancha de noticias. Clic. Clic. Clic. El cerebro de Lisbeth trabajaba a pleno rendimiento, concentrado en esos viejos y amarillentos recortes, asimilando toda la información.
Al cabo de un par de horas tuvo una idea. Se dirigió a Bodil Lindgren, la jefa del archivo, y le preguntó si existía alguna lista de los lugares en los que el Grupo Vanger tenía fábricas o empresas durante los años cincuenta y sesenta.
Bodil Lindgren observó a Lisbeth Salander con desconfianza y una manifiesta frialdad. No le gustaba nada que una completa desconocida tuviera acceso a lo más sagrado de los archivos del Grupo para mirar los papeles que le diera la gana. Y para más inri, una chávala que parecía una loca anarquista de quince años. Pero Dirch Frode le había dado instrucciones que no se prestaban a interpretaciones erróneas. Lisbeth Salander podía mirar todos los documentos que quisiera. Y era urgente. Bodil Lindgren tuvo que ir a buscar los informes anuales de los años solicitados por Lisbeth; cada informe contenía un mapa de Suecia marcado con los lugares en los que el Grupo estuvo presente.
Lisbeth echó un vistazo a los mapas y constató que el Grupo contaba con muchas fábricas, oficinas y puntos de venta. Advirtió que en todos los sitios donde se había cometido un asesinato también aparecía un punto rojo, a veces varios, indicando la presencia del Grupo Vanger.
El primer vínculo databa de 1957. Rakel Lunde, de Landskrona, fue encontrada muerta el día después de que la empresa Construcciones V &C llevara a buen puerto un gran encargo de muchos millones de coronas para construir un nuevo centro comercial en la ciudad. V &C eran las iniciales de Vanger y Carien, una de las empresas del Grupo. El periódico local había entrevistado a Gottfried Vanger, quien acudió a la ciudad para firmar el contrato.
Lisbeth se acordó de algo que leyó en la vieja investigación policial del archivo provincial de Landskrona. Rakel Lunde, pitonisa en su tiempo libre, trabajaba como señora de la limpieza. En Construcciones V &C.
A las siete de la tarde Mikael ya había llamado a Lisbeth una docena de veces, constatando, otras tantas, que tenía el móvil apagado. No quería que la interrumpieran mientras indagaba en el archivo.
Andaba inquieto, de un lado para otro de la casa. Había sacado los apuntes de Henrik sobre lo que hacía Martin Vanger cuando Harriet desapareció.
En 1966 Martin Vanger cursaba su último año de instituto en Uppsala. «Uppsala. Lena Andersson, diecisiete años, estudiante en el instituto. La cabeza separada del sebo.»
Henrik lo había mencionado en alguna ocasión, pero Mikael tuvo que consultar sus apuntes para encontrar el pasaje. Martin había sido un chico introvertido. Estuvieron preocupados por él. Tras morir ahogado su padre, Isabella decidió enviarlo a Uppsala para que cambiara de ambiente; allí se instaló en casa de Harald Vanger. «¿Harald y Martin?» No pegaban.
Martin Vanger no cabía en el coche de Harald para ir a la reunión familiar de Hedestad. Encima, perdió el tren y no apareció hasta bien entrada la tarde. Por consiguiente, pertenecía al grupo de los que se quedaron aislados al otro lado del puente. No llegó a la isla hasta las seis de la tarde, en barco, y fue recibido por el propio Henrik Vanger, entre otros. Por esa razón, Henrik había colocado a Martin muy abajo en la lista de personas presuntamente implicadas en la desaparición de Harriet.
Martin Vanger sostenía que aquel día no vio a Harriet. Mentía. Había llegado a Hedestad por la mañana y se había encontrado cara a cara con su hermana, en Järnvägsgatan. Mikael podía demostrar la mentira con fotografías que habían permanecido enterradas durante casi cuarenta años.
Harriet Vanger descubrió a su hermano y fue un shock para ella. Regresó a la isla de Hedeby para intentar hablar con Henrik Vanger, pero desapareció antes de que esa conversación tuviera lugar. «¿Qué pensabas contar? ¿Lo de Uppsala? Pero Lena Andersson, de Uppsala, no estaba en tu lista. No lo sabías.»
Las otras piezas del rompecabezas seguían sin encajar. Harriet desapareció hacia las tres. Estaba demostrado que a esa hora Martin se encontraba al otro lado del puente. Se le veía en las fotografías de la colina de la iglesia. Resultaba imposible que llegara hasta la isla para hacer daño a Harriet Vanger. Todavía faltaba otra pieza del rompecabezas. «¿Un cómplice? ¿Anita Vanger?»
Gracias a los archivos, Lisbeth pudo constatar que la posición de Gottfried Vanger dentro del Grupo había cambiado a lo largo de los años. Nació en 1927. A la edad de veinte años, conoció a Isabella Vanger y pronto la dejó embarazada. Martin Vanger nació en 1948; ya no cabía duda de que los jóvenes se tenían que casar.
A los veintidós años, Henrik Vanger le ofreció un puesto en la oficina principal del Grupo Vanger. Resultaba obvio que Gottfried era inteligente; quizá lo viera como el futuro delfín. Con veinticinco ya se había asegurado un puesto en la junta directiva, como jefe adjunto del departamento de desarrollo. Una estrella en ascenso.
En un momento dado, a mediados de los años cincuenta, su carrera se estancó. «Bebía. El matrimonio con Isabella estaba en las últimas. Los niños, Harriet y Martin, lo pasaron mal.» Hasta que Henrik dijo basta. La carrera profesional de Gottfried había llegado a su punto culminante. En 1956 se creó otro puesto como jefe adjunto del departamento de desarrollo. Dos jefes adjuntos: uno que hacía el trabajo mientras el otro, Gottfried, empinaba el codo y se ausentaba durante largos períodos de tiempo.
Pero Gottfried seguía siendo un Vanger; además, era encantador y tenía don de palabra. A partir de 1957, su misión parecía haber consistido en viajar por todo el país para inaugurar fábricas, resolver conflictos locales y difundir la imagen de que la dirección del Grupo se preocupaba realmente por los suyos. «Enviamos a uno de nuestros hijos para escuchar sus problemas. Les tomamos en serio.»
El segundo vínculo lo encontró a las seis y media de la tarde. Gottfried Vanger había participado en una negociación en Karlstad, donde el Grupo Vanger había comprado una empresa local de madera. Al día siguiente, la granjera Magda Lovisa Sjöberg fue encontrada muerta.
El tercer vínculo lo halló tan sólo quince minutos después. Uddevalla, 1962. El mismo día en que desapareció Lea Persson, el periódico local había entrevistado a Gottfried Vanger sobre una posible ampliación del puerto.
A las siete, cuando Bodil Lindgren quiso cerrar e irse a casa, Lisbeth Salander le espetó que todavía no había terminado. Que se fuera ella; no le importaba. Bastaba con que le dejara una llave para poder cerrar. A esas alturas, a la jefa del archivo le molestaba tanto que la joven le diera órdenes de esa manera que llamó a Dirch Frode para pedirle instrucciones. Frode decidió en el acto que Lisbeth podía quedarse toda la noche si quería. ¿Podría la señora Lindgren tener la amabilidad de comunicárselo al vigilante de la oficina para que la dejaran salir cuando quisiera irse?
Tres horas más tarde, Lisbeth Salander pudo constatar que Gottfried Vanger estuvo presente en el escenario de, al menos, cinco de los ocho asesinatos los días inmediatamente anteriores o posteriores a los crímenes. No tenía, sin embargo, ninguna información sobre los de 1949 y 1954. Estudió una foto de Gottfried de un recorte de prensa. Un hombre delgado y guapo con el pelo castaño, parecido a Clark Gable en Lo que el viento se llevó.