– ¿Por qué de alta seguridad? ¿No era su primera condena?
– Era la segunda. La primera vez había sido encarcelada por un robo. Por cierto, Vica nació en la prisión, mientras la madre cumplía aquella primera condena. En el orfanato no queda apenas nadie del personal de entonces pero tienen una educadora que lleva trabajando allí muchos años. Sostiene que no le dijeron la verdad a Vica para ahorrarle un nuevo trauma. Ya tenía suficiente con saber que su madre era alcohólica. Y que murió de esa forma tan horrible. Ahora, tercero, lo peor de todo. ¿Estás preparada?
– Estoy preparada.
– Valentín Petróvich Kosar, quien disfrutaba de numerosas amistades en el mundo de la medicina, ha fallecido.
– ¡¿Cuándo?!
– Agárrate, Nastasia, creo que nos hemos metido en un buen berenjenal. A Kosar le atropelló un coche. No hubo ni testigos ni declaraciones, no hubo nada. El cuerpo se hallaba tendido en la calzada, lo encontró un automovilista que pasaba por allí. Lleva el caso la comisaría del distrito Suroeste. De momento no conozco detalles, pienso acercarme por allí hoy mismo.
– Espera, Andriusa, espera -dijo Nastia haciendo una mueca de dolor y apretando la mano libre contra la sien-. Tengo una verdadera empanada mental, no entiendo nada. ¿Cuándo murió Kosar?
– El 25 de octubre.
– Necesito pensarlo. Date una vuelta por el distrito Suroeste, yo iré al despacho, informaré al Buñuelo, luego pasaré a ver a Olshanski. Nos vemos alrededor de las dos. ¿Qué te parece?
– ¿Dónde?
– Supongo que querrás dar de comer a Kiril al mediodía.
– Bueno… me gustaría, por supuesto.
– Recógeme a la una y media frente a la estación de metro Chéjov, iremos a tu casa, le darás de comer al chucho y luego lo sacaremos a pasear. Sabes, tengo la impresión de que correteamos de un lado a otro sin rumbo fijo, llamamos a las puertas y ni nosotros mismos entendemos qué es lo que buscamos. Basta ya de ajetreos, ahora toca sentarnos y pensar un rato. ¿Estás de acuerdo?
– Quién lo sabrá mejor que tú, es de ti de quien dicen que eres un ordenador andante, no de mí. Hasta ahora he sido para ti algo así como el chico para todo.
– ¿Pero qué dices? -se espantó Nastia-. ¿Estás enfadado conmigo? Andrei, bonito, si me he expresado mal…
– Déjalo, Nastasia, uno ya no puede decirte nada. Tu sentido del humor no es nada madrugador, tú ya estás despierta y tu sentido del humor sigue planchando la oreja. A la 1.30, el metro Chéjov. Hasta luego.
Nastia devolvió el teléfono a su sitio y, desmadejada, arrastrando los pies, se dirigió al cuarto de baño. El alma se le caía a los pies. Hacía unos días había descubierto cierto «algo», que ahora iba creciendo y consolidándose por días, pero no tenía ni la más remota idea sobre lo que tenía que hacer con ese «algo».
A medida que pasaban los días, Víctor Alexéyevich Gordéyev se estaba volviendo más huraño. Su cara, de ordinario redonda, estaba demacrada y grisácea, sus movimientos eran cada vez más lentos, la voz, más seca. Con creciente frecuencia, todo lo que tenía que decir a un interlocutor era «eso es, eso es», lo cual significaba que, una vez más, en lugar de escuchar lo que le explicaban, estaba absorto en sus pensamientos.
Cuando celebraba las reuniones operativas matutinas apenas oía lo que él mismo decía, ocupado como estaba en escrutar los rostros de sus subordinados mientras pensaba: «¿Es éste? ¿O ése? ¿O aquel de allá? ¿Cuál de ellos?»
Creía que ya sabía cuál de los inspectores se había pasado al mundo del crimen pero que se negaba a admitirlo. Al mismo tiempo, si no era ése en quien estaba pensando, entonces sería algún otro, y la idea resultaba todo menos reconfortante. Gordéyev trataba igual a todo el mundo y, fuese quien fuese el traidor, descubrirlo le causaría el mismo padecimiento. Se debatía entre deseos contradictorios: por un lado, le hubiese gustado compartir sus sospechas con Kaménskaya pero, por otro, involucrarla no le parecía conveniente. No cabía duda, Nastasia era inteligente, observadora, tenía buena memoria y una mente lúcida, resultaría mucho más fácil aclarar las cosas si contase con su ayuda. Pero al mismo tiempo, Víctor Alexéyevich era consciente de que, si le hablaba de sus sospechas, luego a ella le sería muy difícil tratar con ese hombre, colaborar y discutir con él cualquier asunto, por ajeno que fuese a su trabajo. Además, Nastia podría delatarse y alertar al traidor, quien por el momento estaba seguro de encontrarse a salvo.
Durante la reunión no le preguntó a Nastia sobre el estado de la investigación del asesinato de Yeriómina. Ella supo interpretarlo correctamente, regresó a su despacho y se armó de paciencia esperando que el jefe la invitara a pasar. No habían transcurrido ni diez minutos cuando Gordéyev llamó por el teléfono interior y dejó caer una sola y breve palabra: «Ven.»
– Víctor Alexéyevich, le pido su autorización para que Misha Dotsenko hable con ese hombre.
Nastia tendió a Gordéyev una cuartilla sobre la que había anotado los datos de Solodóvnikov y las preguntas que requerían respuestas lo más exactas posible. Misha Dotsenko tenía tal habilidad para «trabajarse» la memoria de la gente, suscitando asociaciones de ideas, que a veces con su ayuda un testigo llegaba a acordarse, con precisión de minuto, de los detalles más nimios de sucesos acaecidos hacía muchísimo tiempo. Nastia confiaba en que Misha conseguiría establecer la hora a la que Solodóvnikov había llamado a su compañero de promoción Borís Kartashov. Este dato permitiría definir con exactitud el intervalo de tiempo en el cual había sido grabado el mensaje que faltaba de la cinta.
– De acuerdo. ¿Qué más?
– También hay que volver a interrogar al psiquiatra a quien había consultado Kartashov. Tengo que hablar con él yo misma.
– ¿Por qué?
– Porque he sido yo quien ha entrevistado a Kartashov, me acuerdo de todos los detalles de la conversación y, para detectar divergencias entre las declaraciones de ambos, tengo que ser yo también quien hable con el médico. En cualquier caso, lo que me ha contado Kartashov difiere mucho de lo que recoge el protocolo del interrogatorio del doctor Máslennikov.
– ¿Sospechas en serio de ese pintor?
– Muy en serio. Además, esta hipótesis no es peor que las otras. La comprobación de las primeras dos ha llevado tres semanas. Estoy de acuerdo con que aquellas dos hipótesis eran más trabajosas. Según los datos del DVYR, ninguno de los clientes extranjeros de Yeriómina se encontraba en Moscú a finales de octubre, con la única excepción del último, el holandés, pero Olshanski no pone en duda su coartada. De todas formas, no podemos comprobar a fondo actos irracionales realizados en estado de psicosis aguda. No queda más remedio que esperar que alguna información aflore por casualidad pero es muy posible que nos jubilemos antes de que eso ocurra. Sin embargo, no acabo de creerme la historia del trastorno mental de Yeriómina. Víctor Alexéyevich, tengo motivos para pensar que no estaba enferma y que su sueño robado es una patraña.
– ¿Y el motivo? Si Kartashov está involucrado, ¿cuál es su motivo?
– No lo sé. Y quiero intentar averiguarlo. Pero nos resulta difícil hacer algo mientras trabajamos solos, yo y Chernyshov. Avanzamos pasito a pasito.
– A mí me parece que no avanzáis en absoluto -gruñó Gordéyev-. Todo ese tantear, comprobar, dar palos de ciego y… ¿qué habéis obtenido? Ni para un alivio. ¿Te has puesto en contacto con la comisaría del distrito donde vivía Yeriómina?
– Bueno… en realidad… -balbuceó Nastia.
Quien estuvo desde el principio a cargo de la búsqueda de la desaparecida Yeriómina en la Comisaría era el capitán Morózov, por lo que le encargaron también colaborar con el grupo que investigaba el asesinato. En los primeros días, Nastia intentó confiarle algunas tareas pero Morózov le explicó en términos que no podrían ser más claros que, además de ese asesinato, perpetrado, por cierto, en un lugar desconocido y, probablemente, en otro distrito de Moscú o en sus afueras (Morózov, sólo estaba obligado a ocuparse de crímenes cometidos en su circunscripción), tenía que investigar dieciocho atracos, dos decenas de robos de coches, una infinidad de asaltos a mano armada, peleas y unos cuantos asesinatos sin resolver, de los que Petrovka se había desentendido y que le tocaba apañar mal que bien a él sólito. Los cometidos que Nastia le encomendaba a Morózov los cumplía sin ganas, sin prisas y de aquella manera. En cambio, demostró una rara habilidad para darle esquinazo, de modo que encontrarse con el capitán no le resultaba nada fácil. Pasados tres o cuatro días, Nastia dejó de buscarlo, y a partir de entonces ella y Chernyshov apechaban con el descomunal trabajo solos.