Un alto valor recibieron los trabajos del aerólogo Kistenko, del geólogo Sokolovsky, de la «eminente inventora y experimentadora, camarada Gerasimova», fueron recordados mis modestos trabajos, a mi parecer sobrevalorados.
— Como verdadero héroe conquistador de los espacios siderales, se ha revelado el camarada Evgenev — dijo Parjomenko y empezó a aplaudir a alguien detrás de él.
¡Evgenev! ¡El barba negra! Yo estiro mi cuello para verlo, pero el héroe se esconde. No salió ni por los aplausos.
— Camaradas, él se hace el modesto — dice Parjomenko—. Pero le obligaremos a informar sobre sus extraordinarias aventuras en la zona de asteroides. El jefe de la expedición debe rendir cuentas ante nosotros.
Evgenev apareció. Yo en seguida lo reconocí.
— ¿Y tú lo hubieras reconocido? — pregunté a Tonia.
Ella sonrió.
— Entre otros sin barba sí, pero entre todos estos barbudos, es poco probable, ya que sólo lo vi una vez, en forma fugaz, cuando iba hacia el aeródromo.
Evgenev empezó a hablar. Al oír sus primeras palabras, Tonia de pronto se puso pálida.
— ¿Qué te pasa? — exclamé yo asustado.
— ¡Pero si es Paley! Su voz… ¡Pero cómo ha cambiado! Paley-Evgenev… ¡No comprendo nada!
Yo, seguramente palidecí no menos que Tonia: tanto me alteró esta novedad.
— ¡En cuanto termine iremos a verle! — exclamó Tonia en tono decidido.
— Pero… ¿No sería mejor que fueras tú sola? Tienen mucho que hablar.
— No tenemos secretos — respondió Tonia—. Así será mejor. ¡Vamos!
Y en cuanto se apagó la ovación y el barba negra se separó de la «mesa», Tonia y yo nos dirigimos hacia él.
La parte solemne de la reunión terminaba. El «enjambre de moscas» se puso en movimiento. Tocaba la orquesta. Todos cantaban a coro el «Himno de la Estrella». Empezaba el carnaval de flores.
Penetrando con dificultad entre la muchedumbre, pudimos al fin llegar cerca de Paley. Al ver a Tonia, sonrió y exclamó:
— ¡Nina! ¡Camarada Artiomov! ¡Buenos días!
— Vamos a algún lugar silencioso. Tengo que hablar contigo — dijo Tonia a Paley y tomó un ramo de violetas que flotaban en el aire.
— Y yo también — respondió Paley.
Nos dirigimos a un ángulo alejado de la sala, pero aún allí había mucho ruido. Tonia propuso pasar a la biblioteca.
Paley-Evgenev estaba de buen humor. El propuso que nos «sentáramos» en las sillas, a pesar que ellas no nos sostenían en nada. El mismo, con velocidad vertiginosa y destreza singular, tomó una silla que flotaba en el aire y se la puso debajo sujetándola con las piernas, «sentándose». Nosotros seguimos su ejemplo, aunque no con tanta facilidad. Tonia resultó «sentada» un poco de lado, Paley tomó su silla y la puso a su lado. Yo flotaba cabeza abajo en relación a ellos, pero no quería cambiar mi posición para no provocar la risa de ellos con mis movimientos desmañados.
— Así es más original — dije yo.
Pasaron algunos momentos de silencio. A pesar de su alegría exterior Paley estaba emocionado. Tonia tampoco ocultaba su nerviosismo. En cuanto a mí, mi situación era completamente embarazosa, violenta. En verdad, yo gustosamente me hubiera marchado, a pesar del interés que tenía para escuchar lo que iban a decirse. Me sentí aún más violento cuando Paley, haciendo un movimiento de cabeza hacia mí, preguntó a Tonia:
— ¿El camarada Artiomov es tu prometido?
Creí que me caía. Pero por suerte, aquí no se cae nadie, aunque se desvanezca. ¿Qué va a responder Tonia? Yo me quedé mirándola fijamente.
— Sí — respondió ella sin vacilar.
Yo respiré más libremente y me sentí más firme en mi silla «aérea».
— Así que no me he equivocado — dijo en voz baja Paley y en su voz yo creí sentir tristeza.
O sea, que yo tampoco me había equivocado al suponer que entre ellos hubo algo, además del interés científico.
— Yo soy culpable ante ti, Nina… — pronunció Paley y se calló.
Tonia asintió con la cabeza.
Paley me miró.
— Nosotros somos camaradas — dijo él—, y entre camaradas se puede hablar con franqueza. Yo te amaba Nina… ¿Tú lo sabías?
Tonia bajó un poco la cabeza.
— No.
— Lo creo. Yo supe guardar este sentimiento. ¿Y tú cómo me mirabas?
— Para mí, tú eras un amigo y camarada de trabajo.
Paley asintió con la cabeza.
— Y en esto me equivoqué. A ti te atraía nuestro trabajo. ¡Y yo sufría, sufría mucho! ¿Recuerdas con qué alegría acepté la proposición para ir al Lejano Oriente? Me parecía que cuando no estuviera cerca de ti…
— Yo tuve un gran disgusto cuando nuestro trabajo se interrumpió en lo más interesante. Todas las anotaciones las llevabas tú. Las fórmulas también te las quedaste. Sin ellas yo no podía ir más allá.
— ¿Y sólo por estas fórmulas me buscabas por la Tierra y por el cielo?
— Sí — contestó Tonia.
Esta vez Paley rió sinceramente.
— Todo lo que se hace, se hace para mejorar. Más de una vez tú, Nina, me habías reprochado el ser una persona apasionada. ¡Ay! Este es mi defecto, pero también mi cualidad… Sin esta pasión yo no hubiera efectuado las «doce hazañas de Hércules», de las cuales habló hoy Parjomenko. A propósito, todos nosotros estamos propuestos para una condecoración. Esto será el premio por mi carácter apasionado… Así — continuó—, marché al Lejano Oriente y allí… me enamoré de Sonia y me casé con ella, y ahora tenemos ya una preciosa hija. Mi mujer e hija están en la Tierra, pero pronto vendrán aquí.
Mi corazón latió ya regularmente.
— ¿Por qué ahora te llamas Evgenev? ¿Evgeni Evgenev? — preguntó Tonia.
— Esto es por casualidad. El apellido de Sonia es Evgeneva. Y ella es muy original. «¿Por qué no podrías llevar mi apellido?», dijo ella antes de casarnos. «El tuyo, pues el tuyo», decidí yo. El de Paley no me daba lástima perderlo, era el de una persona apasionada. Dejaba el trabajo en el punto más interesante… Podía ser que Evgenev fuera un mejor trabajador.
— Pero bueno. ¿Por qué no mandaste tus apuntes?
— Primero: era tan feliz, que me olvidé de todo el mundo. Segundo: me sentía culpable ante ti. Después de mi inesperada partida, estuve dos veces en Leningrado. Y una de las veces te vi con el camarada Artiomov. Oí cómo nombrabas su apellido. Pero en seguida comprendí vuestra relación. En aquel tiempo ya trabajaba en el sistema Ketz, el nuevo trabajo me tenía cautivado por completo. Vivía sólo para los «intereses celestes». Hacia nuestro trabajo contigo, sinceramente, había perdido todo el interés. Yo recordaba que nuestros apuntes comunes tenía que devolvértelos… Y he aquí que encuentro al camarada Artiomov. Y hay que decir que esto sucedió en momentos muy especiales. Una hora antes de partir de Leningrado recibimos un telegrama en el que nos comunicaban que debíamos comprar unos aparatos de nueva producción. Con mis camaradas nos repartimos las compras, acordando encontrarnos en la esquina de la calle Tres de Julio y la Avenida Veinticinco de Octubre. Por esto partí tan aprisa que no tuve tiempo de comunicar mi dirección. Sólo pude gritar: «¡Pamir, Ketz!» Y llegué al Pamir y empecé a dar vueltas. Luego volé a la Estrella Ketz, de aquí a un viaje interplanetario… He aquí todo el cuento. ¡Perdón, perdón por todo!
— Pero, ¿dónde están por fin estos apuntes? — exclamó Tonia.
— No me tires de la silla, por favor, no sea que me caiga y me parta en pedazos — reía Paley—. ¡Ay, ay! No era necesario que fueras al cielo para tenerlos. Quedaron en Leningrado, en una casa casi al lado de la tuya, en casa de mi hermana.
— ¡Y tú no pudiste escribirme eso! — dijo Tonia en tono de reproche.
— Culpable, mil veces culpable, toma… — dijo Paley-Evgenev, balando y acercando su cabeza de negro pelo hacia Tonia.
Ella puso los dedos en su espesa cabellera y, sonriendo, la agitó.
— ¡Habría que pegarte por esto, pillo, y no proponerte para un premio!
— Hay para castigarme, pero hay también de qué premiarme — replicó bromeando Paley.