– Eso lo puedo comprender, doctor Knight. No obstante, usted ha admitido que estaba apasionado por su trabajo, y resulta evidente que realizó una magnífica labor (tal como el doctor Jeffries sinceramente lo admitió, encomiándolo); usted hizo un trabajo importante para una causa importante.
– ¿Qué causa? -gruñó el doctor Knight-. ¿Ese maldito papiro y los fragmentos del pergamino de Ostia Antica? ¿La revelación del Jesucristo humano? ¿Espera usted que yo crea esa historia tan sólo en base a la palabra del doctor Jeffries?
Randall frunció el ceño.
– Ha sido completamente autentificado por los principales expertos tanto de Europa como del Medio Oriente. Yo estoy ciertamente listo para aceptar…
– Usted no sabe ni una maldita cosa acerca de eso -interrumpió el doctor Knight-. Usted es un amateur y está en la nómina de ellos. Usted cree lo que le digan que crea.
– No es así -dijo Randall, tratando de controlarse-; ni remotamente. Pero por la evidencia que he contemplado y escuchado, no tengo razón para dudar del trabajo de Resurrección Dos ni para desacreditarlo. Usted seguramente no está sugiriendo que este descubrimiento…,
– Yo no estoy sugiriendo nada -interrumpió nuevamente el doctor Knight-, excepto esto: que ningún erudito en todo el mundo sabe más acerca del Jesucristo histórico y de Su tiempo y de Su tierra que yo…,; ni Jeffries, ni Sobrier, ni Trautmann, ni Riccardi. Estoy aseverando que nadie merecería estar al frente de ese proyecto más que Florian Knight. Hasta que no vea su maldito descubrimiento con mis propios ojos y lo examine a mi entera satisfacción, no lo voy a aceptar. Hasta ahora, todo es meramente un rumor.
– Entonces acompáñeme a Amsterdam y póngalo a prueba, doctor Knight.
– Demasiado tarde -dijo el doctor Knight-. Demasiado poco, demasiado tarde. -Se recostó sobre las almohadas, fatigado y pálido-. Lo siento, Randall. No tengo nada en contra de usted; sin embargo, yo no me prestaré a fungir como asesor de Resurrección Dos. No soy tan autodestructivo ni tan masoquista -Knight se pasó la mano sobre la frente-. Valerie, estoy transpirando nuevamente. Me siento muy mal.
Valerie había venido al lado de la cama.
– Ya te has agotado demasiado, Florian. Debes tomar otro sedante y descansar. Acompañaré al señor Randall a la puerta. En seguida vuelvo.
Ofreciendo a Florian Knight su agradecimiento por haberle concedido ese tiempo, pero sintiéndose renuente a marcharse sin haber logrado su objetivo, Randall salió de la recámara siguiendo a Valerie hacia la sala.
Desconsolado, Randall había salido al pasillo y se disponía a subir la escalera, cuando se percató de que Valerie venía detrás de él.
– Espéreme en el «Roebuck» -musitó ella apresuradamente-. Es nuestra taberna local, a la vuelta de la esquina sobre la calle Pond. No lo haré esperar más de veinte minutos. Yo… yo creo que hay algo que más vale que le diga.
Todavía estaba esperando a Valerie a las nueve cuarenta y cinco.
Se sentó en el banco de madera que estaba pegado a la pared, cerca de las puertas de vidrio de la entrada. A pesar de no tener hambre, Steven había ordenado una empanada de ternera y jamón para llenar más el tiempo que su estómago. Había comido el huevo duro, un poco de ternera y jamón, y todo el centro del pan.
Perezosamente, Randall observó a la más joven de las dos mujeres que estaban tras la barra del «Roebuck» servir del grifo un vaso de cerveza de barril Double Diamond, esperar a que se disolviera la espuma y después llenar el vaso hasta el borde. Se lo dio a un parroquiano sentado a la barra; un hombre con ropa de obrero que mordisqueaba una salchicha caliente.
Randall especuló de nuevo acerca de lo que Valerie habría querido decir cuando salía del apartamento de Florian: Hay algo que más vale que le diga.
¿Qué cosa sería lo que él no sabía?
También se preguntaba qué era lo que la demoraba tanto.
En ese momento oyó que la puerta de entrada al «Roebuck» se abría y se cerraba. Valerie se detuvo ante él y Randall se puso de pie de un salto, la tomó del brazo y la condujo hacia el banco tras la mesa, sentándose enfrente de ella.
– Lo lamento -se disculpó ella-. Tuve que esperar hasta que Florian se durmiera.
– ¿Desea comer o beber algo?
– No me molestaría un poco de cerveza oscura, si usted me acompaña.
– Por supuesto. Yo también tomaré una.
Valerie llamó a la camarera que tenía aspecto de matrona.
– Dos cervezas Charrington. Que sea un tarro grande y uno chico.
– Siento mucho haber perturbado al doctor Knight -dijo Randall.
– Oh, estaba peor anoche y lo estuvo también la mayor parte del día de hoy, antes de que usted llegara. Me dio mucho gusto que usted le haya hablado con franqueza. Lo escuché absolutamente todo. Por eso quería hablarle en privado.
– Usted dijo, Valerie, que tenía algo que decirme.
– Así es -dijo ella.
Esperaron hasta que la camarera les hubo servido. El tarro grande con cerveza de barril fue colocado frente a Randall, y Valerie ya estaba bebiendo del suyo, más pequeño. Finalmente, ella dijo, bajando su bebida:
– ¿Notó usted algo extraño acerca de lo que Florian le dijo?
– Sí -dijo Randall- He estado pensando en eso mientras la esperaba. Él habló de ciertas promesas que le hizo el doctor Jeffries y que no cumplió. Habló de que no se uniría a Resurrección Dos porque no era tan autodestructivo o masoquista… y quién sabe qué quiso decir con eso. Habló también de haber sido utilizado por razones enfermizas y de que no se había confiado en él; sin embargo, yo no puedo creer que se haya enfurecido tanto como para retirarse de todo, tan sólo por una mera cuestión de vanidad ultrajada. Entonces sentí (y aún siento) que debe haber mucho más que eso.
– Tiene usted toda la razón -dijo Valerie simplemente-. Hay mucho más que eso y creo que debo decírselo, si usted se lo reserva confidencialmente.
– Le prometo que así lo haré.
– Muy bien. No tengo mucho tiempo. Tengo que regresar de nuevo y dormir un poco. Lo que le voy a decir se lo revelo por el propio bien de Florian; por su supervivencia. No siento estarlo traicionando.
– Ya tiene usted mi palabra -le reaseguró él-. Esto queda entre nosotros.
La regordeta cara de Valerie era solemne, y su tono de voz también era formal y apremiante.
– Señor Randall, Florian está más sordo de lo que él mismo admite. Su aparato para la sordera ayuda a establecer la comunicación con él, pero no es realmente efectivo. Florian se las arregla solamente porque aprendió a leer los labios hace mucho tiempo. Él puede hacer cualquier cosa que se proponga; creo honestamente que es un genio. Sea como fuere, hasta donde puede saberse, los tímpanos de Florian se perforaron o semidestruyeron a raíz de una infección que sufrió después de su adolescencia. La única posibilidad de curación implica cirugía y trasplantes… tal vez una serie de operaciones. La intervención quirúrgica se llama timpanoplastia.
– Pero, ¿podrá recuperar el oído totalmente?
– Su otólogo siempre lo ha creído así. La cirugía… la posible serie de intervenciones quirúrgicas, es costosa. El cirujano recomendado para hacer ese trabajo está en Suiza, lo cual siempre ha estado más allá de las posibilidades económicas de Florian. Apenas le alcanza para su alimentación. Además, él mantiene a su madre viuda, que vive en Manchester y depende enteramente de él. Yo me he ofrecido para ayudar a Florian (bastante poco puedo hacer), pero él es demasiado orgulloso para aceptar siquiera eso. Ya vio usted cómo vive. Su pequeño apartamento le cuesta ocho libras a la semana. Él necesita un automóvil, de cualquier clase, pero no puede costeárselo. Con toda su brillantez, siendo un respetable científico de Oxford y trabajando tan valiosamente para el doctor Jeffries, sólo gana tres mil libras al año. Ya se imaginará lo poco que puede hacer con eso. Consecuentemente, Florian ha resuelto ganar más dinero. Su sordera lo obsesiona. No sólo por las dificultades que actualmente eso le crea, sino también por el aspecto psicológico. Ese defecto lo ha amargado; así es que su meta más importante ha sido ganar el suficiente dinero para llevar a cabo la cirugía. Después de eso, a él… bueno, a él le gustaría poder casarse conmigo y formar una familia. ¿Se da usted cuenta?