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Empero, lo que Wallace propicia con sus «párrafos fuertes, conmovedores y sólidos» es un elemento novelístico que él maneja con excepcional habilidad: el suspense. La fértil imaginación creadora del autor es, para el gusto de muchos de sus lectores, lo que lo sitúa en lugar aparte dentro del marco del movimiento literario contemporáneo. En él, la investigación interfiere con la ficción; ambas se complementan. El lector comienza el libro y pronto siente la compulsión, la urgencia de continuar leyendo, de saber qué ocurre después, de no detenerse hasta que todo haya quedado dicho o resuelto.

Tal parece que las grandes novelas de nuestros días están siendo creadas por escritores que anteriormente han sido periodistas, Wallace no constituye excepción. Su literatura es objetiva, informativa; representa una suerte de enormes, acuciosos reportajes vivos… y a casi todos interesa, emociona y, posiblemente, modifica.

Es probable que de sus experiencias periodísticas surja un cierto afán de repetir, quizá con exageración, hechos, condiciones y circunstancias, lo que en última instancia hace que el lector tenga una firme y constante conciencia de la situación integral de la novela.

Al escribir La Palabra, Wallace acometió una tarea verdaderamente osada. «Inventar» una nueva Biblia, rellenar los años desconocidos de Jesús, dar de Su apariencia una descripción completamente divorciada de la imagen tenida por ortodoxa y tradicional y hacer que en la trama surjan, entrelazándose, incontables escenas eróticas, sensuales, descritas con tanta audacia como minuciosidad… todo ello representó una aventura tremendamente dificultosa que el escritor ha culminado en la más sensacional de sus novelas.

Como traductor de la versión castellana de La Palabra, imposibilitado a actuar como juez y parte, confío en haber logrado preservar el espíritu esencial, el estilo literario y todas las intenciones dramáticas contenidas en la obra original, tal como fueron asentadas por Irving Wallace, a cuya amistad personal debo un conocimiento más profundo, tanto del escritor como de su obra, y de la cual brotó la muy estimulante comunión de las angustias y satisfacciones entrañadas en la creación y recreación de esta novela.

James R. Fortson

México, D. F., abril de 1973.

Para / Silvia / con amor

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

– El Evangelio según San Juan, 1:1

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…

– El Evangelio según San Juan, 1:14

Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo.

– Voltaire (1770)

I

Acababa de llegar al Aeropuerto John F. Kennedy y estaba haciendo que verificaran su boleto a Chicago, cuando la empleada de la línea aérea le entregó un recado urgente.

Comuníquese con su oficina. Es algo importante.

Temiendo lo peor, con el corazón latiéndole agitadamente, se apresuró a la caseta de teléfonos más cercana y marcó el número de su oficina en Manhattan.

La operadora del conmutador respondió:

– Steven Randall y Asociados, Relaciones Públicas…

– Habla el señor Randall -dijo con impaciencia-. Comuníqueme con Wanda.

Un instante después la conexión estaba hecha y tenía a su secretaria en la línea.

– ¿Qué pasa, Wanda? ¿Mi padre…?

– Oh no, no… Lo siento,.debí aclarárselo… Perdóneme… No, no ha habido nada más de su familia. Es otra cosa; un negocio del que pensé que le gustaría enterarse antes de partir. Le llamaron justo cuando salió usted para el aeropuerto. Me sonó a algo… importante.

Se sintió aliviado y molesto a la vez.

– Wanda, ¿qué otra cosa puede haber de importancia después de todo lo que he pasado el día de hoy? No estoy de humor para negocios…

– Bueno, jefe, no me vaya a cortar la cabeza. Tan sólo creía que…

– Okey, disculpe y ande, diga, pero apúrese o perderé el maldito avión. Dígame, ¿qué es eso tan importante?

– Posiblemente una cuenta nueva. El propio cliente llamó, personalmente. Cuando le expliqué que usted había tenido que salir de la ciudad urgentemente, respondió que comprendía, pero insistió en que tenía usted que verlo en cuanto estuviera libre y dentro de las próximas cuarenta y ocho horas.

– Bueno, ya sabe usted que eso es imposible. ¿Quién era?

– ¿Ha oído hablar de George L. Wheeler, el presidente de Mission House?

Randall reconoció el nombre al instante.

– El editor de libros religiosos…

– El mismo -dijo Wanda-. El más grande. Un gato bien gordo. De veras no lo hubiera molestado a usted en un momento como éste, pero sonaba tan fuera de lo acostumbrado, tan misterioso… y, como le digo, insistía en que era algo importante. Me presionó mucho. Me dijo que debía localizarlo. Yo le dije que no podía prometerle nada. Sólo que iba a tratar de alcanzarlo y darle su mensaje.

– ¿Cuál mensaje? ¿Qué es lo que quiere Wheeler?

– Créame, jefe, yo traté de averiguarlo con exactitud, pero no pude. Fue muy reservado. Dijo que era algo muy confidencial y de importancia internacional. Finalmente me explicó que tenía que ver con que usted representara un proyecto supersecreto concerniente a la publicación de una nueva Biblia.

– ¿Una nueva Biblia? -explotó Randall-. ¿Y ése es el gran negocio importante? Ya tenemos un millón de Biblias, ¿para qué queremos otra? Jamás oí semejante tontería. ¿Jugar yo a las adivinanzas por una nueva Biblia? Olvídelo.

– Pero no puedo, jefe… es que el mensaje del señor Wheeler… el recado que él quería que le diera… era tan extraño, de veras… Nada más escuche usted lo que me dijo: «Si el señor Randall es tan incrédulo como Santo Tomás y quiere saber más de nuestro proyecto supersecreto, dígale solamente que lea en su Nuevo Testamento el versículo 28:7 del Evangelio según San Mateo. Eso le dará una clave de aquello en torno a lo cual gira nuestro proyecto.»

Totalmente exasperado, Randall exclamó:

– Wanda, escuche, no tengo intención de leer ese pasaje ni ahora ni nunca. Llame a Wheeler y…

– Jefe, jefe… -le interrumpió Wanda-, yo ya lo he leído. Ese pasaje de San Mateo dice: «E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis…» Ése es el pasaje de la Resurrección de Cristo. Eso es lo que me intrigó…, lo que me picó la curiosidad y me decidió a intentar alcanzarlo. Lo más extraño es lo último que me dijo Wheeler antes de colgar. Lo anoté. Aquí está…: «Y después de que el señor Randall lea el pasaje, dígale que queremos que se encargue de la Segunda Resurrección.» Eso es todo.

Esto era enigmático, misterioso de escuchar en un día como hoy, considerando lo que había ocurrido y lo que pronto tendría que afrontar. Su exasperación cedió un poco y empezó a preguntarse tras de qué andaría este Wheeler…

– ¿Quiere que yo me encargue de la Segunda Resurrección?… ¿De qué está hablando ese hombre?… ¿Es sólo un chiflado religioso?

– Parecía sobrio y muy serio -dijo Wanda-. Y hablaba del proyecto como de algo que iba a… a sacudir al mundo.

La memoria de Randall había vuelto a tientas a su pasado. Cuán familiar le era aquello. El Sepulcro está vacío. El Señor ha resucitado. Ha aparecido. La Resurrección. En sus recuerdos, aquélla había sido la etapa más plena de sentido y más segura de su vida. Sin embargo, se había pasado años pugnando por desasirse de ese vuduismo paralizante.

El altavoz le sacó de ese ensimismamiento. Desde su cabina semiabierta pudo escuchar el último aviso para la salida de su vuelo.

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