– Sí.
– Está en una caja de cartón que tiene una etiqueta que dice: Resurrección Dos.
– Ya lo sé, jefe. Yo rotulé la etiqueta.
– Está bien. Tú tienes la combinación de la caja fuerte. Mañana, sacas la caja y la tienes a mano. Voy a deshacerme de ella.
– ¿De verdad?
– Los puentes viejos hay que quemarlos, Wanda. No los necesito. No volveré atrás. Quiero ir hacia delante…
– Pero después de todo lo que trabajaste en ese manuscrito, jefe.
– Espera, Wanda. Todavía no te he dicho cómo voy a deshacerme de él. Eso lo sabrás dentro de unos minutos. En segundo lugar, quiero que llames a Thad Crawford. Él sabe que Ogden Towery y Cosmos están esperando noticias mías antes del primero de año. Dile a Thad que le diga a Towery que he tomado mi decisión. La respuesta es: señor Towery, ¡váyase al diablo! No voy a vender mi firma a Cosmos. Tengo en mente algo mejor.
– ¡Viva, jefe! -exclamó Wanda, abrazándolo-. Aun las oraciones de los pecadores las escucha Dios.
– Y una cosa más, que puedes hacer aquí mismo. ¿Sabes dónde localizar a Jim McLoughlin?
– Hablé con él la semana pasada. Quería saber cuándo estarías de vuelta.
– Muy bien, localízalo. -Señaló el teléfono que estaba sobre la mesa de noche-. Dile que ya estoy de vuelta. Quiero hablar con él ahora mismo.
Randall estaba hablando de larga distancia a Washington, D. C. con Jim McLoughlin.
– Ya era hora, señor Randall -estaba diciendo el joven McLoughlin-. Creí que estaríamos sin encontrarnos hasta que fuera demasiado tarde. Las cosas marchan muy activamente con nosotros. Tenemos los datos y los hechos acerca de todos esos ladrones, hipócritas y farsantes. Vamos a hacer que la libre empresa sea verdaderamente libre otra vez, y créame que no será demasiado pronto. El siguiente paso depende de usted. ¿Está listo para informar al mundo acerca del Instituto Raker? ¿Está dispuesto a comenzar?
– Solamente bajo dos condiciones, Jim. Y mi nombre es Steven.
– Steven, de acuerdo. -Pero la voz en el otro extremo de la línea estaba turbada-. ¿Qué condiciones… Steven?
– La primera es ésta: mientras estuve en Europa tuve ocasión de jugar un poco a tu juego. Estuve implicado en cierto asunto que quise sondear, seguirle la pista… cosa de negocios, en un sentido. Estuve tratando de descubrir si algo (que podríamos llamar un artículo de consumo) era un fraude, un engaño al público, o si era una empresa honesta. Yo tenía razones para creer que era un fraude, pero nunca pude probarlo plenamente. Las personas involucradas en la venta de ese producto seguramente creen en él con toda honestidad. Tal vez tengan razón. Sin embargo, yo tengo bastantes dudas. Sea como fuere, he preparado, por escrito, un extenso relato acerca de mi participación en el proyecto, y le voy a pedir a mi secretaria que te lo envíe mañana. Recibirás una caja con una etiqueta que dice Resurrección Dos.
– ¿Resurrección Dos? -interrumpió McLoughlin-. ¿Qué tuviste tú que ver con eso? ¿Me quieres hablar del asunto?
– Ahora no, Jim. Además, el manuscrito te dirá todo lo que necesitas saber por el momento. Después podremos hablar. De cualquier modo, si tú decides tomar el asunto donde yo lo dejé (examinar todas las cosas un día y proseguir la búsqueda de la verdad, si crees que sería de interés público, sea cual fuere el resultado), estupendo. Lo único que me importa es que lo consideres. Después de eso, tú harás lo que quieras. Todo dependerá de ti.
– Aceptada la primera condición. No hay problema. -Luego, McLoughlin titubeó-. Y la segunda, Steven. ¿Cuál es tu segunda condición para manejar la cuenta del Instituto Raker?
– Yo estoy contigo si tú estás conmigo -dijo Randall simplemente.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Quiero decir que yo también he decidido ingresar al negocio de la verdad. Tú tienes el instrumento para la investigación, pero te falta la voz. Yo carezco de aquel instrumento, pero tengo una voz estentórea. Entonces, ¿por qué no unimos nuestras fuerzas, nos fusionamos y trabajamos juntos para tratar de limpiar el país y mejorar la vida para todo el mundo? Ahora mismo y aquí, en la Tierra.
Jim McLoughlin dio un grito.
– ¿De veras, Steven? ¿Lo dices en serio?
– Lo digo absolutamente en serio. O estamos juntos o yo me retiro. Tú puedes quedarte como presidente de la firma. Yo me conformo con la vicepresidencia… como encargado de los discursos. ¿Me oyes?
– Te oigo, hombre. ¡Trato hecho! ¡Vaya regalo de Navidad!
– Para mí también lo es, Jim -dijo Randall suavemente-. Nos veremos en las barricadas.
Cuando se volvió hacia Wanda y le tomó la maleta de las manos, vio que ella tenía las mejillas húmedas y el rostro resplandeciente.
– ¡Oh, Steven, Steven…! -dijo ella, sofocándose.
La acompañó a bajar la escalera y a tomar el taxi. Cuando el automóvil iba a arrancar, Wanda bajó la ventanilla trasera y asomó la cabeza.
– Quería decirte que me agradan tus dos chicas, jefe. Me gustan mucho. Una quiniela ganadora, sin duda. Apuéstale. Están en el patio haciendo un muñeco de nieve. Feliz Año Nuevo, jefe.
El taxi aceleró y desapareció velozmente.
Randall se volvió hacia la casa y consideró entrar, pero había tiempo suficiente para eso.
Todavía le quedaba un asunto pendiente, el último, y estaba en el patio.
Caminó lentamente a un lado de la casa, sacudiéndose de las mejillas los suaves copos de nieve.
Sabía que por fin había dado con la respuesta a la clásica pregunta de Pilatos que le había obsesionado desde el verano.
«¿Qué es la verdad?», era la pregunta de Pilatos.
Randall había pensado que era una pregunta para la cual no había respuesta. Ahora sabía que había estado equivocado. Sí había respuesta.
Disfrutando de la nieve que se le derretía en el rostro, murmuró la respuesta para sus adentros: «la verdad es el amor».
Y para amar, uno debe creer: en sí mismo, en los demás, en el subyacente propósito de todo lo que está vivo y en el plan que hay detrás de la existencia misma.
«Ésa es la verdad», se dijo a sí mismo.
Llegó al espacio nevado que había en la parte trasera de la casa, sintiéndose por primera vez como su padre siempre había querido que se sintiera, en paz, sin temor, y no solitario.
Frente a él se alzaba el enorme y gracioso muñeco de nieve, y su hija se estiraba para acomodarle en su lugar la bolita de nieve que tenía por nariz.
– Hola, Judy.
Ella se volvió a medias y lo saludó alegremente con una mano.
– Hola, papá -y siguió jugando.
Después vio asomarse detrás de la gigantesca figura de nieve a la otra muchacha, que llevaba una vistosa gorrita de esquiar sobre el cabello negro y que estaba muy ocupada en darle al muñeco una forma humana.
– Hola, Ángela -le gritó-. Te amo, ¿sabes?
Ella comenzó a correr hacia él, abriéndose paso entre la nieve.
– Querido -le contestó-, ¡amor mío!
Y por fin llegó a sus brazos, y él supo entonces que nunca la dejaría ir.
***
[1] La palabra se asemeja al vulgarismo norteamericano Fucking, utilizado para denotar el acto sexual. (N. del T.)