– Sí, ya veo.
– Su única gran esperanza era que el doctor Jeffries, su superior, se jubilara antes de la edad obligatoria de setenta años, lo que le brindaría a Florian una oportunidad para ocupar el puesto de Primer Catedrático de Hebreo. Al principio era sólo una esperanza, pero hace dos años se convirtió en promesa. De hecho, el doctor Jeffries le prometió a Florian que si aceptaba irse como lector al Museo Británico, sería recompensado; recompensado con la pronta jubilación del doctor Jeffries y la recomendación de éste para que Florian lo reemplazara. El ascenso significaría un salario suficiente para que Florian se operara y, eventualmente, pudiera casarse. Bajo tal entendimiento, Florian estuvo muy complacido de dedicarse a los asuntos del doctor Jeffries en Londres. Pero, demasiado pronto, Florian oyó un inquietante rumor (de una fuente fidedigna) en el sentido de que Jeffries había cambiado de parecer con respecto a su jubilación. Los motivos eran ambiciones políticas egoístas. Según lo que Florian escuchó, el doctor Jeffries había sido nominado candidato principal para presidir el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Para promover su propia candidatura, el doctor Jeffries había decidido retener su puesto en Oxford tanto tiempo como le fuera posible.
– Aprovechando ese puesto como una mera vitrina -inquirió, afirmando, Steven.
– Exactamente. El pobre Florian estaba muy disgustado, pero no podía verificar el rumor, así es que mantuvo una leve esperanza de que el doctor Jeffries se jubilaría, tal como se lo había prometido. No obstante, a sabiendas de que no podría depender de eso, Florian urdió otro plan para ganar dinero. Él siempre había deseado escribir y publicar una nueva biografía de Jesucristo, basada en lo que hoy se sabe acerca de Jesús (lo mismo por los evangelios que por las fuentes no cristianas y las especulaciones de los teólogos), así como por deducciones originales que el propio Florian había hecho. Así pues, desde hace dos años, trabajando mañana y tarde para el doctor Jeffries, esclavizándose todas las noches hasta pasadas las doce, incluyendo los días festivos, casi todos los fines de semana, y hasta durante sus vacaciones, Florian realizó sus investigaciones y finalmente escribió su libro. Una maravilla de libro que tituló Simplemente Cristo. Hace algunos meses, Florian mostró una parte del libro a uno de los más importantes editores británicos, quien se impresionó profundamente y estuvo de acuerdo en suscribir con Florian un contrato de publicación y en otorgarle un jugoso anticipo de dinero (lo suficiente para costear su operación y hasta para poder casarnos) contra la entrega del libro terminado. Pues bien, Florian había concluido la obra y estaba haciendo ya la revisión final. Planeaba entregar el manuscrito en un lapso de dos meses, firmar su contrato y vivir una posición holgada (o, digamos, solvente) después de lo que parecía haber sido una eternidad. No puedo describirle cuan feliz estaba. Hasta ayer.
– ¿Quiere usted decir cuando el doctor Jeffries le dijo…?
– Cuando el doctor Jeffries le reveló el secreto del descubrimiento de Ostia Antica, cuando le informó que el Nuevo Testamento Internacional estaba ya en las prensas y le manifestó todos esos hechos acerca de Jesucristo, hasta ahora desconocidos, que van a hacerse públicos. Para Florian, aquello fue como si lo golpearan en la cabeza con un mazo. Estaba deshecho, completamente aterrado. A causa de sus sueños y esperanzas había puesto en Simplemente Cristo hasta el último grano de energía. Ahora, con este nuevo descubrimiento, esta nueva Biblia, la hermosa biografía de Florian resultaba obsoleta, impublicable; carecía de sentido. Lo más amargo de todo fue que si hace dos años le hubieran hablado acerca de ese nuevo descubrimiento, Florian no hubiera desperdiciado sus esperanzas y energías específicamente en ese libro suyo. Peor aún, se dio cuenta de que el doctor Jeffries, sin saberlo, lo había usado para ayudar en la investigación y traducción del libro que había destruido su propia obra y su futuro. ¿Puede usted comprender ahora lo que le sucedió ayer a Florian y explicarse por qué estaba tan agobiado, tan amargado como para verlo y aceptar ir con usted a Amsterdam?
Steven Randall contemplaba desconcertado su cerveza.
– Eso es espantoso; ha ocurrido una cosa terrible -dijo finalmente-. No puedo decirle cuánto lo siento por el doctor Knight. Si eso me hubiera sucedido a mí… bueno… me habría querido suicidar.
– Ya lo intentó Florian -espetó Valerie-. No… no se lo iba a decir a usted… pero… es igual. Ayer estaba tan enfermo de desesperación, después de que dejó al doctor Jeffries, que cuando regresó a su apartamento tomó una docena (o dos) de somníferos y se tendió en su cama listo para morir. Afortunadamente, yo le había prometido venir y prepararle la cena. Tenía llave, así que entré y lo encontré inconsciente. Cuando vi el frasco vacío, llamé al médico de mi madre (el que me trajo al mundo) porque sabía que podía confiar en él; llegó a tiempo y salvó a Florian. Gracias a Dios. Estuvo muy enfermo toda la noche, pero comenzó a recuperar sus energías hoy.
Impulsivamente, Randall tomó la mano de la muchacha entre las suyas.
– Honestamente, no puedo decirle cuán mal me siento, Valerie.
Ella inclinó la cabeza.
– Yo sé cómo se siente. Usted es un hombre decente.
– Lamento mucho haber molestado al doctor Knight esta noche. Francamente, no puedo culparlo por rehusarse a colaborar en nuestro proyecto.
– Oh, pero en eso está usted equivocado, señor Randall -dijo Valerie con repentina animación-. Si usted no hubiera venido esta noche, no estaría yo aquí para decirle lo que le voy a decir. Mire usted, yo creo que éste es justo el momento en que Florian necesita un entretenimiento; mantenerse ocupado, relajarse en su trabajo. Yo siento que él definitivamente debe participar en Resurrección Dos. Antes de su visita, yo pensaba que no habría ninguna oportunidad; pero cuando usted sacó el asunto a colación, yo estaba observando la cara de Florian, escuchándolo hablar. Conozco cada matiz de su voz. A él lo conozco tan íntimamente que, con cualquier cosa que diga, sé lo que realmente está sintiendo. Lo escuché decir que no estaba rechazando completamente el descubrimiento de Ostia Antica. También le oí decir que lo creería sólo si pudiera verlo por sí mismo. Yo conozco a Florian, y sé distinguir las diferentes señales entre cuando está resentido y cuando está volviendo a la vida. Allí estaban las señas, sólo que él estaba demasiado disgustado para que por sí mismo pudiera admitirlo.
– ¿Quiere usted decir que…?
Valerie le ofreció su extraña y triste sonrisa.
– Quiero decir que Florian me tiene absoluta confianza y que yo puedo influir en él para que haga casi cualquier cosa, cuando resulta necesario. Pues bien, yo quiero que él esté con usted en Resurrección Dos. Yo creo que, por encima de su orgullo, él desea estar allí. Yo me encargaré de que él se reúna con usted en Amsterdam. Casi puedo garantizarle que lo hará, digamos, en una semana. Necesitará una semana para recuperarse. Después de eso, usted lo tendrá a su lado; amargado, elusivo, rencoroso, pero siempre entusiasmado y haciendo el trabajo que usted necesita que se haga. Lo tendrá con usted; le doy mi palabra. Gracias por su paciencia… y… y por la cerveza. Será mejor que me marche.
Fue hasta más tarde (después que consiguió un taxi en Hampstead y se recordó a sí mismo que debía telefonear al doctor Jeffries para informarle que ya contaba con un asesor-traductor), que Randall desdobló la edición vespertina del London Daily Courier.
En la primera página, el encabezado a tres columnas le saltó a la vista:
MAERTIN DE VROOME INSINÚA EL
DESCUBRIMIENTO DE UN SORPRENDENTE NUEVO
TESTAMENTO; NIEGA LA NECESIDAD DE OTRA
BIBLIA. CALIFICA EL PROYECTO DE