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Randall hizo una pausa esperando alguna reacción de Knight, ya fuera de sorpresa o repudio. Pero, por el contrario, el caballero de Oxford no mostró emoción alguna.

– Lamento mucho saberlo -dijo el doctor Knight tranquilamente, al tiempo que abría una lata de mentas Altoids y le ofrecía una a Randall, quien la declinó-, pero no puedo decir que me sorprende.

Confuso, Randall miró fijamente al estudioso.

– ¿Que no le sorprende?

– Bueno, aunque no esperaba yo que le llegara a De Vroome, siempre existía la posibilidad. Lo que me sorprende es que usted se haya enterado. ¿Está seguro de que De Vroome tiene ese memorándum?

– Por supuesto que estoy seguro. Vi a De Vroome anoche y tenía el memorándum en sus manos.

– Y, ¿está usted seguro de que era precisamente el que yo había tomado prestado de la señorita Monti?

– Exactamente el mismo -dijo Randall ásperamente, aún desconcertado por la aceptación tan obvia que el erudito hacía de su papel de traidor-. Y le voy a decir cómo le seguí la pista al robo hasta dar con usted.

Rápidamente, Randall le habló de los nombres en clave que había empleado en las copias del memorándum, dándole detalles acerca de su entrevista con De Vroome y de su confrontación con Ángela Monti. Cuando concluyó su recitación, sostuvo la mirada fijamente sobre Knight. El sabio británico continuó chupando menta, aunque ahora la mano que sostenía la lata de Altoids le temblaba.

– ¿Qué tiene usted que decir al respecto? -le preguntó Randall.

– Muy hábil -dijo el doctor Knight con admiración.

– Y muy poco hábil de su parte; más bien, una grandísima estupidez -dijo Randall-. Lo consideré un mal riesgo de seguridad desde que me enteré de que se publicaría su libro, Simplemente Cristo, debido a la aparición del Nuevo Testamento Internacional. Debí haberme dado cuenta de que alguien tan amargado por nuestro proyecto… tan desesperado por dinero… sería capaz de cualquier cosa, con tal de obtener lo que él pensaba que le correspondía por justicia.

La lata que el doctor Knight sostenía en una mano temblaba más notoriamente.

– ¿Así que usted sabe todo eso acerca de mí?

– Lo supe desde un principio, en Londres. Pero estaba tan impresionado por sus antecedentes, por su valor potencial para el proyecto… que, considerando la súplica de Valerie en favor de usted…

– Ah, Valerie.

– …que descarté mis dudas y me persuadí a mí mismo de que usted era y seguiría siendo digno de confianza. Pero me equivoqué. Nos traicionó. Voy a informar de todo lo que sé. Está usted acabado.

– No -dijo el doctor Knight rápidamente, casi frenéticamente.

Su calmada fachada británica se había agrietado y comenzaba a desintegrarse. Era, en vida, el retrato de Dorian Gray; cambiante, avejentado.

– No, no les diga nada -suplicó-. ¡No permita que me despidan!

– ¿Que no se lo permita? -dijo Randall, perplejo-. Usted ha admitido que le entregó el memorándum confidencial a De Vroome…

– Yo no le di nada directamente a De Vroome, créame, nada. Si fui débil y en algo los traicioné, lo hice sólo en pequeños detalles, inofensivamente. Pero eso ha cambiado. Ahora pueden confiar en mí por completo. Estoy dedicado a Resurrección Dos. Es mi vida. No puedo permitir que me separen del proyecto.

Nervioso, Knight se puso en pie y empezó a caminar, retorciéndose las manos.

Atónito, Randall lo observaba. Las contradicciones en el comportamiento y las palabras de Knight no tenían absolutamente ningún sentido. Knight estaba enfermo, pensó Randall. Enfermo e histérico. Trató de hacerlo volver al raciocinio.

– Doctor Knight, ¿cómo puede usted decir, por una parte, que está dedicado a Resurrección Dos, si por la otra, hace sólo unos minutos admitió haber entregado nuestros secretos al dominee De Vroome? ¿Espera usted que retengamos a un traidor?

– ¡Yo no soy un traidor! -gritó vehementemente el doctor Knight. Se acercó a Randall y se paró frente a él-. ¿No comprende? Quise serlo. Empecé a serlo. Pero no pude… una vez que conocí la verdad… no pude. Y ahora usted debe permitir que me quede. Me mataré si no puedo continuar con ustedes.

– ¿De qué diablos está usted hablando? -exclamó Randall-. Sus palabras no tienen sentido. Esto es ridículo. Ya ha sido suficiente…

Randall trató de ponerse de pie, pero Knight le puso la mano sobre un hombro y lo detuvo.

– No… no… Espere, Randall, deme una oportunidad. Le explicaré, le contaré todo, y entonces tendrá sentido para usted. Tenía miedo de decírselo, pero ahora veo que es necesario, o todo estará perdido. Por favor, escúcheme.

Hasta que Randall se hubo sentado de nuevo, el doctor Knight se alejó, caminando más allá de la cama, tratando de controlar su nerviosismo y tratando de pensar lo que iba a decir. Por fin, aparentemente más calmado, regresó al lado de la cama, se sentó, fijó tristemente la mirada en el piso, y continuó hablando:

– Cuando usted vino aquí me comporté descaradamente. Creí que mi franqueza lo desarmaría y que nos llevaría a un entendimiento… bueno, que me permitiría informarle sin consecuencias que había yo participado en ciertos actos malintencionados, pero que ya habían quedado atrás, que yo había cambiado y que ya se podía confiar en mí. Pero veo que todavía me considera usted un delator y que realmente piensa hacer que me despidan. Ahora me doy cuenta de que no hay forma de evitar confesarle toda la verdad. Supongo que no hay razón para proteger a los otros…

Los otros. Randall se enderezó en el sillón y lo escuchó atentamente.

– …ni hay razón para sentir temor de confesarle lo que sucedió anoche y esta mañana. -Levantó la vista-. Si todavía cree que lo que digo no tiene sentido…

– Continúe usted -dijo Randall.

– Gracias. Con respecto a mi amargura, a mi ira hacia el doctor Jeffries, es muy cierto. Fue indiscreto de parte de mi querida Valerie el habérselo dicho, pero la puedo perdonar. La distracción de Valerie es su esfuerzo de siempre por salvarme de mí mismo y para ella -esbozó una sonrisa fugaz-, pero sigo queriéndola. Sí, ella me suplicó que me incorporara a Resurrección Dos. Yo acepté, pero no por las razones que ella pensaba. Tal como usted se lo imaginó, yo llegué aquí con sentimientos que me hacían indigno de confianza. Sabía que Resurrección Dos tenía enemigos, y sabía quiénes eran. Había leído la entrevista de Plummer con Maertin de Vroome y los dos artículos que con actitud similar publicó después. No tenía ningún plan concreto, pero me acechaba el pensamiento de que a través de mi participación en Resurrección Dos podría hallar mi propia salvación.

– Se refiere al dinero.

– Bueno… sí. Si he de ser franco, yo había pensado que el dinero era mi única salvación; dinero que me había sido negado porque el Nuevo Testamento Internacional estaba a punto de publicarse. Dinero para recuperar mi oído, dinero para poder casarme, mantener a Valerie y vivir una vida digna de un joven escolástico inglés.

– ¿Así que se puso en contacto con Cedric Plummer?

– No fue necesario -dijo el doctor Knight-. Fue él quien me buscó. O, para ser más preciso, fue alguien que representaba a Plummer.

Randall, asombrado, levantó las cejas.

– ¿Alguien más? ¿Alguien del «Krasnapolsky»?

– Sí.

Randall metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y extrajo la grabadora miniatura.

– Si no le importa…

– ¿Quiere grabar lo que le voy a decir? ¿Por qué?

– Si hay otras personas involucradas con usted…

– Ya veo. ¿Esto contribuirá a que me absuelvan?

– No se lo puedo garantizar, doctor Knight. Si su defensa es legítima, le convendrá que yo la tenga grabada, por si acaso se necesita. Si a mí no me satisface su relato, le entregaré la cinta a usted… y entonces podrá dar a los editores una versión directa.

– Me parece bien -Knight esperó a que Randall ajustara el volumen de la grabadora y a que la colocara sobre el piso entre ellos. Luego se dirigió al aparato-: Éste será mi jurado, y me inspirará para hacer mi confesión y para defenderme tan completa y desapasionadamente como me sea posible.

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