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Emitió un gemido leve de protesta cuando Pierce retiró su cuerpo de encima. Abrió los ojos despacio. Tenía la cabeza agachada y se miraba las manos atormentado. Se insultó en voz baja.

– ¿Te he hecho daño? -le preguntó cuando se dio cuenta de que Ryan estaba mirándolo.

– No -aseguró ella sorprendida. Luego recordó la historia que Bess le había contado-. No me has hecho daño, Pierce. No podrías. Eres un caballero, delicado -le aseguró.

Pierce la miró con ojos angustiados. No era verdad, no se había portado como un caballero mientras le hacía el amor. Se había dejado arrastrar por la necesidad y una urgencia desesperada.

– No siempre soy delicado -murmuró atormentado mientras alcanzaba sus vaqueros.

– ¿Qué haces?

– Voy abajo. Pediré otra habitación. Siento que esto haya pasado -contestó sin dejar de vestirse. Entonces vio un río de lágrimas asomando a los ojos de Ryan. Algo se desgarró en su pecho-. Ryan… lo siento… Te juro que no iba a tocarte. No tenía que haberlo hecho. Has bebido demasiado. Yo lo sabía y debía haber…

– ¡Maldito seas! -exclamó ella y le apartó la mano con que Pierce le estaba secando una lágrima-. Me he equivocado. Sí que puedes hacerme daño. Pero no te molestes en buscar otra habitación. Ya me busco yo una. No pienso quedarme aquí después de cómo has convertido algo maravillosa en una equivocación -añadió mientras se agachaba para ponerse la blusa, que estaba vuelta del revés.

– Ryan, yo…

– ¡Haz el favor de callarte!-atajó ella. Al ver que faltaban los dos botones del centro, se volvió a quitar la blusa y se quedó de pie, mirando desnuda a Pierce, con los ojos llameando de cólera. Estaba tan sexy que le entraron ganas de tumbarla al suelo y poseerla de nuevo-. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, ¿te enteras? ¡Lo sabía de sobra! Si crees que bastan unas copas para que me lance en brazos de un hombre, te equivocas mucho. Te deseaba. Y creía que tú también me deseabas. Así que si ha sido un error, el error ha sido tuyo.

– Para mí no ha sido un error, Ryan -dijo él en un tono más suave. Aun así, cuando intentó tocarla, Ryan se apartó con violencia. Pierce dejó caer el brazo y escogió las palabras con cuidado-. Claro que te deseaba. Me parecía que quizá te deseaba demasiado. Y no he sido tan dulce contigo como me habría gustado. Me cuesta aceptar que no he podido contenerme de tanto como te deseaba.

Ryan lo miró en silencio unos segundos. Luego se secó las lágrimas que le corrían por las mejillas con una mano.

– ¿Querías contenerte?, ¿querías frenar?

– La cuestión es que lo he intentado y no he podido. Nunca me he portado tan egoístamente con una mujer. He tenido muy poco cuidado -murmuró Pierce-. Eres muy pequeña, muy frágil.

¿Frágil? Ryan enarcó una ceja. Nadie la había considerado una mujer frágil nunca. En otro momento, quizá se habría echado a reír, pero en aquel instante tenía la sensación de que sólo había una forma de tratar con un hombre como Pierce.

– Muy bien -arrancó tras respirar hondo para serenarse-. Tienes dos opciones.

– ¿Cuáles? -preguntó sorprendido él, enarcando las cejas.

– Puedes buscarte otra habitación o puedes llevarme a la cama y hacerme el amor otra vez -Ryan dio un paso al frente-. Ahora mismo.

– ¿No tengo más opciones? -preguntó sonriente, respondiendo a la mirada desafiante de ella.

– Supongo que podría seducirte de nuevo si te pones cabezota -dijo Ryan encogiéndose de hombros-. Lo que tú prefieras.

Pierce hundió los dedos en su cabello y la acercó hacia su cuerpo.

– ¿Y qué tal si nos quedamos con una combinación de las dos opciones?

– ¿De qué dos opciones? -respondió Ryan con recelo.

Pierce bajó la cabeza y le dio un beso suave en los labios.

– ¿Qué tal si yo te llevo a la cama y tú me seduces?

Ryan dejó que la levantara en brazos.

– Para que no digas que no soy una persona razonable -dijo ella mientras Pierce la llevaba al dormitorio-. Estoy dispuesta a que lleguemos a un acuerdo con tal de que me salga con la mía.

– Señorita Swan -murmuró él mientras la posaba con cuidado sobre la cama-. Me gusta su estilo.

Capítulo IX

Le dolía todo el cuerpo. Ryan suspiró, se acurrucó y hundió la cabeza contra la almohada. Era una molestia placentera. Le recordaba a la noche anterior: una noche que se había alargado hasta el alba.

Nunca había sabido que tuviese tanta pasión que ofrecer ni tantas necesidades que satisfacer. Cada vez se había sentido agotada, en cuerpo y alma; pero había bastado una nueva caricia, de ella a él o viceversa, para volver a sacar fuerzas de donde no creía que pudiera haberlas y, recuperado el vigor, sentir de nuevo las exigencias del deseo.

Al final se habían quedado dormidos, abrazados el uno al otro mientras los dedos rosados del amanecer se filtraban en el dormitorio. Sumida en un agradable duermevela, dormitando a ratos y recuperando la conciencia durante unos segundos minutos después, Ryan se giró hacia Pierce. Quería abrazarlo de nuevo.

Pero estaba sola.

Abrió los ojos despacio. Todavía adormilada, extendió la mano sobre las sábanas que había a su lado y las encontró vacías. ¿Se había marchado?, se preguntó Ryan confundida. ¿Cuánto tiempo llevaba durmiendo sola? Todo el placer del despertar se esfumó de inmediato. Ryan volvió a tocar las sábanas. No, se dijo mientras se estiraba; debía de estar en la otra habitación de la suite. No podía haberla dejado sola.

El teléfono sonó, despertándola por completo del sobresalto.

– Sí, ¿diga? -respondió sin dar tiempo a que sonara una segunda vez. Luego se retiró el pelo de la cara al tiempo que se preguntaba por qué estaría la suite tan silenciosa.

– ¿Señorita Swan?

– Sí, Ryan Swan al habla.

– Tiene una llamada de Bennett Swan, espere un momento.

Ryan se sentó y, en un movimiento automático, se subió la sábana hasta cubrirse los pechos. Estaba desorientada ¿Qué hora sería?, ¿y dónde, pensó de nuevo, estaría Pierce?

– Ryan, ponme al día.

¿Al día?, repitió en silencio ella, como oyendo un eco de la voz de su padre. Trató de despejarse y ordenar los pensamientos un poco.

– ¡Ryan! -la apremió Bennett.

– Sí, perdona.

– No tengo todo el día

– He visto los ensayos de Pierce a diario -arrancó por fin. Echaba de menos una buena taza de café y poder disponer de unos minutos para ponerse en marcha. Echó un vistazo a su alrededor en busca de alguna señal de Pierce-. Creo que, cuando lo veas, estarás de acuerdo en que tiene dominadas las cuestiones técnicas y la relación con su propio equipo. Anoche asistí al estreno: impecable. Ya hemos comentado algunas variaciones para adaptar el espectáculo a la televisión, pero todavía no hay ninguna decisión en firme. Es posible que incorpore algún número nuevo, pero de momento lo guarda en secreto.

– Quiero información más concreta en dos semanas como mucho -dijo él-. Es posible que tengamos que cambiar las fechas. Háblalo con Atkins. Necesitamos una lista con una descripción de los números que realizará y un tiempo estimado para cada uno.

– Ya se la he pedido -contestó con frialdad Ryan, irritada por la intromisión de su padre en su trabajo-. Soy la encargada de la producción -le recordó.

– Cierto -convino Bennett-. Te veré en mi despacho cuando vuelvas.

Tras oír que su padre había colgado, Ryan dejó el auricular sobre el teléfono con un suspiro de exasperación. Había sido la típica conversación con Bennett Swan. Decidió olvidarse de la llamada y se levantó de la cama. La bata de Pierce estaba doblada sobre una silla. La agarró y se la puso.

– ¿Pierce? -Ryan salió al salón de la suite, pero lo encontró vacío-. ¿Pierce? -lo llamó de nuevo mientras pisaba uno de los botones de la blusa que había perdido.

Se agachó distraída a recogerlo y se lo guardó en el bolsillo de la bata mientras recorría la suite.

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