– Es tarde.
– No, nunca es tarde en Las Vegas. Aquí el tiempo no existe. No hay relojes -Ryan dejó el bolso sobre una mesa y se estiró. Luego se levantó el pelo y lo dejó caer resbalando entre sus dedos-. ¿Cómo puede ser tarde si no sabes qué hora es?
– Será mejor que te acuestes -Pierce miró hacia los papeles que había sobre una mesa-. Además, tengo que trabajar.
– Trabaja demasiado, señor Atkins -respondió Ryan al tiempo que se quitaba los zapatos-. La señorita Swan emitirá un informe favorable de usted -añadió justo antes de echarse a reír.
El cabello le bailaba sobre los hombros y tenía las mejillas encendidas. Los ojos también le brillaban, chispeantes, vivos, seductores. La mirada de Ryan indicaba que los pensamientos de Pierce no eran ningún secreto para ella. El deseo lo azotaba, pero Pierce aguantó en silencio.
– Aunque a ti te gusta la señorita Swan… A mí no siempre -continuó Ryan. Se dejó caer sobre el sofá y agarró uno de los papeles que había en la mesa. Estaba lleno de dibujos, flechas y notas que no tenían el menor sentido para ella-. Explícame qué significa todo esto.
Pierce se acercó a Ryan. Se dijo que sólo lo hacía para impedir que revolviera en sus papeles.
– Es demasiado complicado -murmuró mientras le quitaba de la mano el papel y lo volvía a colocar sobre la mesa.
– Soy una chica lista -Ryan le tiró del brazo hasta que lo tuvo sentado a su lado. Lo miró y sonrió-. ¿Sabes? La primera vez que te miré a los ojos creí que el corazón se me paraba. La primera vez que me besaste lo supe -añadió al tiempo que llevaba una mano hacia la mejilla izquierda de Pierce.
Éste le detuvo la mano de nuevo, consciente de lo cerca que estaba de rebasar el limite. Pero Ryan todavía tenía una mano libre y la utilizó para deslizar un dedo por la pechera de su camisa hasta llegar al cuello.
– Ryan, deberías acostarte.
Podía oír el deseo velado en el tono rugoso de su voz. Podía sentir el pulso acelerado de Pierce bajo la yema del dedo. Su propio corazón empezó a desbocarse hasta acompasar el ritmo con el de él.
– Nadie me había besado así nunca -murmuró Ryan justo antes de dirigir los dedos hacia el botón superior de la camisa. Lo desabrochó y lo miró a los ojos-. Nadie me había hecho sentirme así. ¿Hiciste magia, Pierce? -preguntó después de desabrocharle los dos siguientes botones.
– No -Pierce levantó el brazo para frenar la curiosidad de aquellos dedos que lo estaban volviendo loco.
– Yo creo que sí -Ryan se giró y le dio un mordisquito delicado en el lóbulo de la oreja-. Sé que hiciste magia -añadió con un susurro que no hizo sino avivar el deseo que estaba gestándose en las entrañas de Pierce. Echaba chispas y estaba a punto de explotar. La agarró por los hombros y empezó a apartarla, pero Ryan posó las manos sobre su torso desnudo. Luego dejó caer la boca sobre su cuello. Pierce apretó los puños tratando de ganarla batalla intestina que estaba librando contra el deseo.
– Ryan… ¿qué intentas hacer? -preguntó, incapaz de serenar su ritmo cardiaco a pesar de su experiencia en controlar la mente.
– Intento seducirte -respondió con descaro ella mientras llevaba la boca hacia el pecho de Pierce-. ¿Lo estoy haciendo bien?
Ryan bajó las manos hacia las costillas y viró luego hacia el centro. Notar la excitación de Pierce la envalentonó.
– Sí, lo estás haciendo muy bien -admitió él casi sin aliento.
Ryan soltó una risotada. Fue un sonido gutural, casi burlón, que aumentó las palpitaciones de Pierce. Aunque él no la tocaba, ya no se resistía; ya no era capaz de seguir poniéndole freno. Sus manos lo acariciaban con libertad mientras le lamía provocativamente el lóbulo de la oreja.
– ¿Estás seguro? Quizá estoy haciendo algo mal -susurró Ryan al tiempo que le bajaba la camisa de los hombros. Trazó un reguero de besos hasta su barbilla y luego apoyó los labios fugazmente sobre la boca de Pierce-. Quizá no te gusta que te toque así… o así -añadió después de bajar el dedo hasta el cinturón de los vaqueros y, luego, tras darle un mordisquito en el labio inferior sin dejar de mirarlo a los ojos.,
No, se había equivocado. Eran negros: tenía los ojos negros, no grises. El deseo la consumía hasta tal punto que temía acabar devorada por él. ¿Cómo podía sentir un deseo tan intenso?, ¿tan potente como para que el cuerpo entero le doliese y vibrase y amenazase con estallar?
– Te deseé cuando bajaste del escenario esta noche -murmuró ella-. Allí mismo, cuando todavía me medio creía que eras un hechicero más que un hombre. Y ahora… ahora que sé que eres un hombre te deseo todavía más. Claro que quizá tú no me desees. Quizá no te excito -añadió para provocarlo. Lo miró fijamente a los labios y luego alzó la vista para encontrarse de nuevo con los ojos de Pierce.
– Ryan -dijo éste. Había perdido por completo la capacidad de controlar la cabeza, el pulso o la concentración. Había perdido hasta la voluntad por recuperar el control-. Ten cuidado. Si sigues así, no voy a poder aguantar más. De un momento a otro no habrá vuelta atrás.
Ella rió excitada, embriagada por el deseo. Puso los labios a un solo centímetro de los de Pierce.
– ¿Me lo prometes?
Ryan se deleitó en la fogosidad del beso. La boca de Pierce cayó sobre la de ella con fiereza, posesivamente.
De pronto se vio debajo de él a tal velocidad que no sintió siquiera el movimiento, sólo el peso de su cuerpo encima. Pierce la estaba despojando de la blusa, impaciente por deshacerse de los botones. Dos saltaron por los aires y aterrizaron en algún lugar de la moqueta antes de que Pierce se apoderase de uno de sus pechos con la mano. Ryan gimió y arqueó la espalda, desesperada por sus caricias. La lengua de Pierce no tardó en abrirse paso entre sus labios y enlazarse con la lengua de ella.
El deseo la abrasaba, era un azote sofocante de calor y color. La piel le quemaba allá donde Pierce la tocaba. Se encontró desnuda sin saber cómo había llegado a estarlo. Piel contra piel, notó que le mordisqueaba un pezón con suavidad. Ryan estaba a punto de perder el control cuando sintió su lengua acariciándole la punta, gimió y se apretó contra él.
Pierce notaba el martilleo de su pulso, el frenesí con que latía el corazón de Ryan. Casi podía saborearlo mientras giraba la cabeza para colmar de atenciones el otro pecho. Sus gemidos y los tirones suplicantes de sus manos lo estaban enloqueciendo. Estaba atrapado en un horno y esa vez no habría escapatoria. Sabía que su piel se derretiría con la de Ryan hasta que no hubiese nada separándolos. El calor, su fragancia, su sabor, todo le daba vueltas en la cabeza. ¿Excitación? No, aquello era mucho más que excitación. Era una obsesión.
Introdujo los dedos dentro de ella. La encontró tan suave, tan cálida y húmeda que no pudo contenerse un segundo más.
La penetró con un salvajismo que los asombró a los dos. Pero Ryan reaccionó enseguida y empezó a moverse con él, agitada y violenta. Pierce sintió el dolor de un placer imposible, convencido de que esa vez era él el encantado y no el encantador. Estaba totalmente entregado.
Ryan notó su aliento entrecortado contra el cuello. El corazón de Pierce seguía corriendo. Y era ella quien había conseguido que latiese así de rápido, pensó con una expresión soñadora en la cara mientras flotaba en el limbo posterior al orgasmo. Pierce era de ella, pensó de nuevo, al igual que cuando había marcado el territorio con la rubia en el casino. ¿Cómo había adivinado Bess lo que sentía antes de darse cuenta ella misma? Ryan suspiró, cerró los ojos y siguió fantaseando.
¿Cómo reaccionaría Pierce si le decía que se había enamorado de él? Por otra parte, debía de notársele, como si lo llevase escrito con letras de neón en la frente. ¿Sería muy pronto para decírselo?, ¿estaría precipitándose? Lo mejor sería esperar, decidió mientras le acariciaba el pelo. Se daría un poco de tiempo a acostumbrarse a ese amor tan novedoso antes de proclamarlo. En ese momento, tenía la sensación de disponer de todo el tiempo del mundo.