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Mike sentía una terrible impresión de… no sólo de pérdida, aunque ésta existía, sino de desequilibrio. Era como si él y Duane McBride hubiesen estado juntos en un columpio desde que eran pequeños y asistían al jardín de infancia de la señora Bleckwood, y ahora hubiese desaparecido uno de los contrapesos, rompiéndose él equilibrio.

Sólo había quedado el chico estúpido.

La lluvia no mantuvo lejos al Soldado. Ni las rascaduras de debajo del suelo.

Mike no era tonto; dijo a su padre que algún tipo raro estaba vigilando la casa. Incluso le habló de los túneles en el hueco de debajo del edificio.

El señor O'Rourke estaba aquellos días demasiado gordo para meterse debajo de la casa, pero envió a Mike allí con una cuerda para sondear los túneles, y con veneno para rociar diversas formas de cebo, como si residiese allí alguna zarigüeya gigantesca. Mike se introdujo debajo de la casa con el corazón en la garganta, pero su miedo era infundado. Los agujeros habían desaparecido.

Su padre le creía en lo tocante al hombre misterioso de uniforme militar -no recordaba que Mike le hubiera mentido alguna vez-, pero pensaba que debía de ser algún tonto adolescente que rondaba a una de las chicas. ¿Qué podía decir Mike a esto? ¿Que era otra cosa, algo que perseguía a Memo? Bueno, tal vez era un soldado que Peg o Mary habían conocido en Peoria y estaba rondando por aquí. Las chicas lo negaron: no conocían a ningún soldado, salvo a Buzz Whittaker, que se había incorporado al Ejército hacía ocho meses. Pero Buzz Whittaker estaba de servicio en Kaiserslautern, Alemania, como decía orgullosamente su madre a todo el mundo, mostrando sus rimbombantes cartas y alguna que otra postal en color.

No era Buzz Whittaker. Mike conocía a Buzz, y la cara del Soldado era diferente. Hablando con propiedad, el Soldado no tenía cara.

Mike había oído un ruido a últimas horas del día cuatro -en realidad lo había sentido- y había bajado la escalera, empuñando el bate, esperando encontrar a Memo acurrucada en la cama, en posición fetal, con la lámpara encendida y mariposas repicando en la ventana tratando de acercarse a la llama. Así había sido, pero el Soldado también estaba en la ventana, con la cara apretada contra el cristal.

Mike se quedó plantado, mirando.

Llovía con fuerza en el exterior; la ventana estaba cerrada, salvo por una pequeña abertura en la parte de abajo, por donde entraba el fresco olor de los campos mojados; pero el Soldado había ejercido presión sobre la tela metálica hasta que se había doblado hacia dentro y tocado el cristal. Mike pudo ver que goteaba agua del ala del sombrero de campaña, y vio también la mojada camisa caqui iluminada por la lámpara de Memo, a sólo tres palmos de distancia, y el cinturón Sam Browne y las hebillas de metal.

«El agua no gotea del sombrero de un fantasma.»

El Soldado tenía la cara apretada contra la ventana; no contra la tela metálica, sino contra el cristal. Boquiabierto, con el bate de béisbol colgando flojamente de su mano, Mike se interpuso entre Memo y la aparición. Estaba a menos de un metro de aquella forma que estaba en la ventana.

La última vez que Mike había visto al Soldado, había pensado que la cara de aquel joven era brillante, grasienta; más que una cara real, parecía una cara de cera blanda. Ahora, la cara de cera blanda había pasado a través de la tela metálica y se aplastaba y ensanchaba sobre el cristal como el seudópodo de un caracol de color de carne.

Mientras Mike le observaba, el Soldado levantó las manos y las puso planas contra la fina tela metálica. Los dedos y las palmas pasaron a través de aquélla, como una vela que se fundiese a gran velocidad. De nuevo adquirieron forma sobre el cristal, como dedos céreos con la palma de la mano brillante. La mano salió de la manga caqui como una fuente de cera en movimiento retardado, y se deslizó hacia abajo sobre el cristal de la ventana. Mike levantó la mirada para observar la cara que trataba de tomar forma, con los ojos flotando en aquella masa como pasas en un pudín. Las manos seguían bajando.

Hacia la abertura.

Entonces Mike se puso a llamar a gritos a su padre y a su madre. Avanzó un paso y golpeó con el bate de béisbol la parte superior de la hoja móvil de la ventana de guillotina, cerrándola de golpe, en el instante en que los diez dedos medio fundidos se acercaban a la abertura. Los brazos y las manos, fundidos ahora en más de un metro, se desviaron hacia los lados, como tentáculos carnosos, buscando algún boquete.

Mike oyó la voz de su madre, y a su padre que se levantaba haciendo crujir los muelles de la cama. Peg se puso a gritar y Kathleen empezó a llorar. El padre gruñó algo y sonaron las pisadas de sus pies descalzos en el vestíbulo.

Los dedos y la cara del Soldado se apartaron del cristal, pasaron hacia atrás a través de la tela metálica y volvieron a adquirir una forma parecida a la humana, con la rapidez de una película en movimiento invertido. Mike gritó de nuevo, dejó caer el bate y se inclinó hacia delante para cerrar mejor la ventana, haciendo caer la lámpara de queroseno de encima de la mesa. El tubo se hizo añicos, pero la lámpara cayó de pie y Mike se arrodilló para agarrarla antes de que se derramase el combustible sobre la alfombra y se prendiese fuego.

En aquel instante, apareció su padre en la puerta y la forma de la ventana desapareció, con los brazos colgando, hundiéndose rápidamente, como si descendiese en un montacargas.

– ¿Qué diablos pasa? -gritó Jonathan O'Rourke.

Su esposa entró corriendo y se acercó a Memo, que yacía allí, pestañeando furiosamente bajo la vacilante luz.

– ¿Le has visto? -gritó Mike, levantando la lámpara con la llama al descubierto. La sostuvo peligrosamente cerca de las viejas cortinas-: ¿Le has visto?

Su padre miró con expresión ceñuda la lámpara rota, la desordenada mesa, la ventana cerrada y el bate de béisbol tirado en el suelo.

– ¡Esto ya está pasando de castaño oscuro! -Descorrió las cortinas con tanta brusquedad que saltó la barra y todo fue a caer detrás de la mesa. El alto rectángulo de la ventana sólo mostró la noche y el agua que goteaba de los aleros-. ¡Ahí fuera no hay nadie!

Mike miró a su madre.

– Él estaba tratando de entrar.

Su padre levantó la hoja de la ventana. La fresca brisa era agradable, después del olor del queroseno y del miedo en la habitación. La mano pesada del padre golpeó el antepecho.

– El pestillo está cerrado en la contraventana. ¿Cómo iba a poder entrar? -Miró a Mike como si su hijo estuviese perdiendo la cabeza-. ¿Trataba ese… soldado de arrancar la tela metálica? ¡Lo habríamos oído!

Ahora que estaba encendida la luz eléctrica, Mike apagó la lámpara de queroseno y la puso sobre la mesa con manos temblorosas.

– No; pasaba a través de ella…

Se interrumpió, comprendiendo lo mal que sonaba lo que estaba diciendo.

Su madre se le acercó y le tocó los hombros y la frente.

– Estás calenturiento, querido. Tienes fiebre.

Mike se sentía febril. La habitación parecía inclinarse y nivelarse de nuevo a su alrededor, y el corazón no se calmaba. Miró a su padre con el mayor aplomo que le fue posible.

– Oí algo y bajé, papá. El estaba… apoyándose con fuerza sobre la tela metálica, que se combaba hacia dentro, a punto de romperse. Te juro que no miento.

El señor O'Rourke miró a su hijo durante unos momentos, dio media vuelta sin decir palabra y volvió al cabo de un minuto, con los pantalones puestos sobre el pijama y calzando sus botas de trabajo.

– Quedaos aquí -dijo suavemente.

– ¡Papá! -gritó Mike, agarrándole de un brazo y tendiéndole el bate de béisbol.

La madre de Mike acarició los cabellos de Memo, envió arriba a las muchachas y cambió las fundas de las almohadas mientras esperaban. Hubo una sombra de movimiento en el exterior. Mike se apartó de la ventana. Su padre estaba allí, con una linterna en la mano; el borde inferior de la ventana casi le llegaba al pecho. Mike pestañeó; había visto la mayor parte del cuerpo del Soldado, y sin embargo su padre era mucho más alto que él, según había podido juzgar cuando le había visto en la Jubilee College Road. ¿A qué se debía que su padre pareciese estar a un nivel mucho más bajo? ¿Había estado el Soldado encima de algo allá fuera? Esto explicaría la manera en que había descendido verticalmente…

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