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Duane fijó la mirada en la línea de campos que se extendían hacia el norte, y siguió avanzando. Más allá de aquella valla estaban los pastos de Johnson… y más allá, hacia el norte y el este, los bosques que llegaban hasta la Taberna del Arbol Negro. Allí había colinas. Y una profunda hondonada por la que discurría el riachuelo.

«Otras diez hileras y miraré hacia atrás.»

Sudaba copiosamente y sentía que el sudor se mezclaba con la sangre y el polvo, causándole una terrible picazón entre las paletillas. UIT se agitó una vez, movió las patas como hacía desde pequeño cuando soñaba que cazaba conejos o algo así. Y entonces se relajó, como si quisiera que su dueño hiciese todo el trabajo.

«Ocho hileras. Nueve.» Duane apartó el maíz de una patada y miró atrás.

El camión se había desatascado y se movía de nuevo. Pero hacia atrás. Se estaba retirando del campo, a saltos y sacudidas. Pero sin duda en marcha atrás.

Duane no se detuvo. Continuó dando bandazos en dirección a la valla, que ahora estaba a menos de treinta metros de él, mientras oía el chirrido de las ruedas, el zumbido del diferencial y el crujido de la grava al acelerar el camión.

«Por aquí no puede pasar. No puede alcanzarme. Podré ir hasta nuestros pastos si avanzo por el bosque, lejos de las carreteras y los caminos.»

Duane llegó a la valla, depositó suavemente a Witt al otro lado y perdió un poco más de piel al pasar sobre el alambre espinoso, antes de permitirse un momento de descanso.

Se puso en cuclillas junto a su perro, con las muñecas sobre las rodillas arañadas, jadeando ruidosamente y oyendo los latidos de su propio corazón. Levantó la cabeza y miró atrás.

La torre del agua se veía claramente. Otro medio kilómetro hacia el sur y podría ver los árboles oscuros de Elm Haven. La carretera estaba desierta. No se oía el menor ruido. Sólo una nube de polvo que se estaba posando lentamente y la destrozada valla al otro lado del campo daban fe de que Duane no había soñado todo aquello.

Se agachó al lado de Witt y le acarició el costado. El collie no se movió. Tenía los ojos vidriosos. Duane acercó la mejilla a las costillas del perro y contuvo el aliento para que su respiración no amortiguase cualquier otro sonido.

No oyó ningún latido. Probablemente el corazón de Witt se había parado incluso antes de que cruzasen la primera valla. Sólo el afán del viejo collie de permanecer junto a su dueño había hecho que siguiese respirando y debatiéndose durante tanto rato.

Duane tocó la estrecha cabeza de su viejo amigo, le acarició la fina piel y trató de cerrarle los ojos. Pero los párpados no quisieron bajarse.

Duane se arrodilló. Sentía un fuerte dolor en el pecho y en la garganta que nada tenía que ver con los cortes o las contusiones. Se debía a una terrible emoción, que no podía contener ni desahogar en lágrimas. Amenazaba con sofocarle cuando boqueaba para respirar, levantando la cara al cielo ahora azul.

Arrodillado allí, golpeando el suelo con las ensangrentadas manos Duane prometió a Witt y al Dios en quien no creía que alguien pagaría por aquello.

Mike O'Rourke y Kevin Grumbacher fueron los únicos que asistieron a la reunión de la Patrulla de la Bici que había convocado Mike. Kevin estaba nervioso, paseando de un lado a otro del gallinero y jugueteando con una cinta de goma; pero Mike sólo se encogió de hombros. Se daba cuenta de que Dale y los otros tenían cosas mejores que hacer que acudir a tontas reuniones en una mañana de verano.

– Levantaremos la sesión, Kev -dijo, tumbado en el desvencijado sofá-. Hablaré con los muchachos cuando me encuentre con ellos.

Kevin se detuvo e iba a decir algo, pero guardó silencio cuando Dale y Lawrence entraron de golpe por la pequeña puerta.

Era evidente que algo le había ocurrido a Dale: tenía los ojos enloquecidos y los cabellos revueltos. Lawrence también estaba inquieto

– ¿Qué? -dijo Mike.

Dale se agarró a la jamba de la puerta y jadeó unos instantes para recobrar aliento.

– Duane acaba de telefonear… Van Syke ha tratado de matarlo.

Mike y Kevin le miraron fríamente.

– Es verdad -jadeó Dale-. Me llamó cuando la poli iba para allá. Tuvo que telefonear a la Taberna de Carl para que su padre volviese a casa, y entonces llamó a Barney, y pensó que tal vez vendría Van Syke mientras él estaba esperando en casa; pero Van Syke no se presentó y su padre volvió a casa, aunque en realidad no le cree. Pero el perro está muerto… Van Syke no lo mató exactamente, pero en cierto modo sí porque…

– Para -dijo Mike.

Dale se interrumpió.

Mike se levantó del sofá.

– Empieza por el principio, tal como cuentas las cosas cuando acampamos. Primero de todo, si Duane está bien, y cómo trató Van Syke de matarlo

Dale se dejó caer en el sofá del que acababa de levantarse Mike. Lawrence encontró un cojín en el suelo. Kevin permaneció de pie en el sitio donde había interrumpido su paseo, inmóvil, salvo por el movimiento de las manos al formar inconscientemente intrincadas formas con la cinta de goma.

– Está bien -dijo Dale, y esperó unos segundos-. Duane acaba de llamarme. Hace media hora aproximadamente, Van Syke…, él cree que era Van Syke, aunque en realidad ni le vio…, bueno, alguien que iba en el camión de la basura de Van Syke trató de atropellarlo en la Jubilee College Road, no muy lejos de la torre del agua.

– ¡Dios mío! -dijo Kevin en voz baja.

Mike le impuso silencio con una mirada.

Dale asintió con la cabeza. Tenía los ojos ligeramente desenfocados al concentrarse en lo que estaba diciendo, para que todos comprendiesen su verdadero significado.

– Duane dijo que el camión trató de atropellarlo en la carretera, y que después derribó la valla y lo persiguió dentro del campo. Dice que entonces se murió el perro…, de un ataque de miedo.

– ¿Witt? -dijo Lawrence.

Había dolor en la voz del chiquillo. Cada vez que Dale y él iban de visita a la casa de Duane, Lawrence jugaba durante horas con el viejo collie.

Dale asintió de nuevo con la cabeza.

– Duane tenía que cruzar el campo de los Johnson, el de Corpse Creek, y el bosque para ir a su casa. Y lo extraño es…

– ¿Qué? -dijo Mike a media voz.

– Lo extraño es que Duane dijo que había llevado el perro hasta su casa. No lo dejó en el campo donde había muerto para ir a buscarlo después.

Lawrence asintió con la cabeza, como si lo comprendiese perfectamente.

– ¿Es esto todo lo que dijo? -le apremió Mike-. ¿Dijo por qué podía quererlo matar Van Syke?

Dale sacudió la cabeza.

– Dijo que lo único que hacía era dar un paseo por allí. Yo llamé para informarle de la reunión. Me explicó que aquello no era una broma…, como cuando J. P. Congden o uno de esos cabro… -Dale miró a su hermano menor-. Bueno, que no era como cuando uno de esos viejos estúpidos dan un golpe de volante para asustarte. Duane me aseguró que fuera quien fuese el que conducía el camión de la basura, realmente estaba tratando de matarlo a él y a Witt.

Mike asintió, visiblemente sumido en sus pensamientos.

Dale se alisó los mechones con los dedos.

– Tenía que quedarse allí, porque esperaban a Barney.

Kevin estropeó la cuna que estaba haciendo con la cinta de goma entre los dedos.

– ¿Y te llamó desde su casa?

– Sí.

Kevin miró a Mike.

– ¿Tiene todo esto algo que ver con el asunto del que querías hablarnos?

El chico más alto salió de su ensimismamiento.

– Tal vez. -Miró hacia el sitio donde estaban tiradas las bicicletas-. Vamos.

– ¿Adónde? -preguntó Lawrence

Había estado mordiendo la visera de su gorra de lana, algo que solía hacer siempre que estaba nervioso o distraído. Mike sonrió ligeramente.

– ¿Dónde creéis que va Duane a llevar a Barney y a su padre? Si el camión le persiguió dentro del campo de maíz, tiene que haber muchas huellas de neumáticos y otras cosas parecidas.

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