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– Bueno, creo que es asunto resuelto.

Pero no parecía muy convencido.

– ¿Por qué el domingo por la mañana? -preguntó Dale-: ¿Por qué no mañana, el sábado por la mañana? ¡U hoy?

Mike se pasó la mano por el pelo.

– El domingo es el único día que el padre de Kevin se queda en casa. Y tiene que ser temprano, porque por la tarde hay demasiado bullicio. La hora mejor es después de salir el sol. A menos que alguno de vosotros quiera hacerlo de noche.

Dale, Kev, Lawrence y Harlen se miraron sin decir nada.

– Además -prosiguió Mike-, el domingo parece lo más adecuado. -Miró a su alrededor, como un sargento revisando a su tropa-. Mientras tanto, podremos prepararnos.

Harlen chascó los dedos.

– Esto me recuerda que tengo una sorpresa para vosotros. -Los condujo hacia el sitio donde estaba tirada su bici sobre el césped. Una bolsa de la compra colgaba del manillar; Harlen sacó dos walkie-talkies de ella-. Tú dijiste que esto podría ser conveniente -dijo a Mike.

– ¡Oh! -dijo éste, cogiendo uno de los aparatos. Pulsó un botón y sonaron los parásitos-. ¿Cómo los has conseguido de Sperling?

Harlen se encogió de hombros.

– Volví un momento a la fiesta la noche pasada. Todos estaban fuera, comiendo pasteles. Sperling había dejado esto sobre una de las mesas. Pensé que si una persona no tiene cuidado con algo, es que en realidad no le interesa. Además, sólo es un préstamo.

– Ya -dijo Mike.

Abrió un resorte y comprobó las pilas.

– Las he puesto nuevas esta mañana -dijo Harlen-. Estos aparatos funcionan muy bien hasta una distancia de un kilómetro y medio. Lo comprobé con mi madre esta mañana.

Kevin arqueó una ceja.

– ¿Y dónde le dijiste que los habías conseguido?

Harlen sonrió.

– Como un premio en la fiesta de los Staffney. Ya sabéis cómo son los ricos. Grandes fiestas, grandes premios…

– Hagamos una prueba -dijo Lawrence, cogiendo uno de los walkie-talkies y saltando sobre su bici.

Un minuto después se había perdido de vista en la Segunda Avenida.

Los muchachos se tumbaron sobre la hierba.

– De la Base a Explorador Rojo -dijo Mike por la radio-. ¿Dónde estás? Cambio.

La voz de Lawrence sonó débil y mezclada con parásitos, pero era perfectamente audible.

– Acabo de pasar por delante de la cooperativa. He visto a tu madre trabajando allí, Mike.

Harlen agarró el walkie-talkie.

– Di «cambio». Cambio.

– ¿Cambio-cambio? -dijo la voz de Lawrence.

– No -gruñó Harlen-. Sólo cambio.

– ¿Por qué?

– Dilo sólo cuando acabes de hablar, para que sepamos que has terminado. Cambio.

– Cambio -dijo Lawrence, resoplando.

Por lo visto estaba pedaleando de firme.

– No, estúpido -dijo Harlen-. Di algo más, y después di «cambio»

– Bueno, vete a la porra, Harlen. Cambio.

Mike cogió de nuevo la radio.

– ¿Dónde estás?

La voz de Lawrence se estaba debilitando.

– Acabo de pasar por delante del parque y sigo hacia el sur por Broad. -Y después de un momento de silencio-: Cambio.

– Es casi un kilómetro y medio -dijo Mike-. Muy bien. Ahora puedes volver a la base, Explorador Rojo. -Miró a Harlen-. Diez-cuatro.

– ¡Maldita sea! -dijo la vocecilla del niño.

Dale agarró el walkie-talkie.

– No maldigas, ¡maldita sea! ¿Qué pasa?

La voz de Lawrence era muy débil. Más que afectada por la distancia, parecía como si hablara en voz muy baja.

– ¡Eh…! Acabo de descubrir dónde está el camión de recogida de animales muertos.

Tardaron menos de media hora en terminar de llenar las botellas de Coca cola con gasolina. Dale había traído los trapos.

– ¿Y qué pasa con el contador de la bomba? -dijo Mike-. ¿No lleva tu padre la cuenta de los litros que gasta?

Kevin asintió con la cabeza.

– Como soy yo quien acostumbra a llenar el camión, soy quien lo anoto. No se dará cuenta de estos pocos litros.

Pero no parecía gustarle el engaño.

– Está bien -dijo Mike. Se agachó para dibujar en el polvo de detrás del cobertizo, mientras Dale y Lawrence depositaban cuidadosamente las botellas de Coca cola en una caja de leche que había traído Kev-. Así está la cosa -dijo Mike. Dibujó Main Street y después Broad por delante del parque. Utilizó la ramita que tenía en la mano para trazar el paseo circular de la vieja mansión Ashley-Montague-. ¿Estás seguro de que el camión estaba allí detrás? -preguntó a Lawrence-. ¿Y de que era el de recogida de animales muertos?

Lawrence pareció indignado.

– ¡Claro que estoy seguro!

– ¿Entre esos árboles? ¿En el viejo huerto de detrás de las ruinas?

– Sí, y está todo cubierto de ramas y de una red y de porquería. Como eso que usan los soldados

– Camuflaje -dijo Dale.

Lawrence asintió enérgicamente con la cabeza.

– Bueno -dijo Mike-. Ahora sabemos dónde ha estado. Y tiene sentido, aunque parezca extraño. La cuestión es si estamos todos de acuerdo en hacer algo hoy.

– Ya lo hemos votado -saltó Harlen.

– Sí -dijo Mike-, pero sabéis lo peligroso que es.

Kevin cogió un puñado de gravilla y de tierra, dejando que el polvo se filtrase entre sus dedos.

– Creo que sería más peligroso dejar al camión tranquilo hasta el domingo. Además, en cualquier caso, si esperamos, el camión podrá intervenir.

– Y también las cosas subterráneas -dijo Mike-. Sean lo que sean.

Kevin pareció pensativo.

– Sí, pero no podemos hacer nada al respecto. Si el camión se ha ido, una variable importante queda eliminada.

– Además -dijo Dale con una voz tan seca como un ruido de pedernal sobre el acero-, Van Syke y aquel maldito camión trataron de matar a Duane. Probablemente fue allí donde él murió.

Mike utilizó la ramita con la que dibujaba para rascarse la frente.

– Muy bien, lo votamos. Estuvimos de acuerdo. Ahora hay que hacerlo. La cuestión es dónde y quién. Dónde esperaremos los demás y quiénes serán los señuelos.

Los cuatro muchachos se juntaron más para mirar el tosco plano del pueblo que había dibujado Mike.

Harlen bajó la mano ilesa sobre el punto que representaba la mansión Ashley-Montague.

– ¿Y si nos limitásemos a atacarlo donde está? La casa se encuentra allí casi totalmente quemada.

Mike utilizó la ramita para ahondar el agujero en el polvo.

– Sí, eso está muy bien si el camión está vacío. Pero, ¿y si hace lo que creemos que podría hacer?

– Podemos atacarlo allí -dijo Harlen.

– ¿Podemos? -Los ojos grises de Mike se fijaron en los de su amigo-. Hay árboles delante y el huerto atrás, pero, ¿podríamos montarlo a tiempo? ¿Cómo entraremos…? ¿Por la vía del tren? Tenemos que llevar muchos trastos. Además, las ruinas están en el borde del pueblo, sólo a una manzana del cuartel de los bomberos. Siempre hay un par de voluntarios hablando en la puerta.

– Entonces, ¿dónde? -preguntó Dale-. Tenemos que pensar en los señuelos.

Mike se mordió un momento la uña del pulgar.

– Sí, tiene que ser un lugar lo bastante privado para que Van Syke haga su maniobra. Pero lo bastante cerca del pueblo para que podamos retirarnos fácilmente si las cosas se ponen mal.

– ¿El Arbol Negro? -preguntó Kevin.

Dale y Mike sacudieron enérgicamente la cabeza al mismo tiempo.

– Demasiado lejos -dijo Mike.

El recuerdo de la mañana anterior, en que habían escapado por los pelos, aún parecía fresco en su memoria.

Lawrence alargó con el dedo la línea de la Primera Avenida hacia el norte. Dibujó un bulto en el lado oeste de la calle, precisamente en la confluencia de Jubilee County Road.

– ¿Qué os parece la torre del agua? -dijo-. Podríamos cruzar el campo de béisbol y subir por esta línea de árboles de aquí. Sería fácil volver atrás.

Mike asintió con la cabeza, pensó un momento y después la sacudió.

– Demasiado descubierto -dijo-. Tendríamos que cruzar el campo de béisbol despejado para volver, y el camión podría hacerlo fácilmente, y mucho más deprisa.

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