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Me siento aquí y empiezan a venir los recuerdos, y me parece mentira que me hayan pasado a mí tantas cosas, y que yo haya estado en esos sitios tan lejanos, en el mar Negro y en Siberia, en el Círculo Polar Ártico, pero también aquí estoy lejísimos, aunque me encuentre en Madrid, porque Madrid está muy lejos de Moscú, y además yo la conozco mucho menos, y me da miedo salir a la calle, con tantos coches y tanta gente, me da miedo perderme y no acordarme del camino de vuelta, y también me quedé muy asustada cuando me atracaron, nada más salir al portal, me tiraron al suelo y me quitaron el bolso, visto y no visto, y me quedé tirada en la acera y dando gritos, al ladrón, al ladrón, sin que se me acercara nadie, aunque ahora que lo pienso a lo mejor grité en ruso, por el lío que tengo con las dos lenguas, que hablo en una y estoy pensando en otra, o quiero decir una palabra en español y me sale otra rusa. En ruso sueño siempre, y siempre sueño con cosas de allí, o de hace muchísimos años, de cuando yo era niña, antes de que nos mandaran a la Unión Soviética, para unos meses, nos decían, y luego hasta que termine la guerra, pero la guerra terminó y a nosotros no nos devolvieron, y enseguida empezó la otra guerra y ya sí que fue imposible, parecía que se iba a acabar el mundo, porque nos evacuaron lejísimos, yo no sé cuántos días estuvimos viajando en tren, días y semanas, siempre entre la nieve, y yo pensaba, cada vez me voy más lejos de España, y de mi padre y mi madre, aunque de ellos casi no me acordaba, incluso les había empezado a tomar un poco de rencor, me avergüenza decirlo, pensaba que no hubieran debido dejar que me fuera en aquel barco, y les reprochaba que me hubiesen dejado otra vez sola, como cuando se iban a sus reuniones del sindicato o del partido y mi hermano y yo nos quedábamos solos la noche entera, mi hermano pequeño llorando porque tenía miedo o estaba hambriento y yo acunándolo en mis brazos aunque no era mucho mayor que él, lo asustadizo que era de niño y lo encanijado, de lo mal que comíamos, y lo fuerte y lo bravo que se hizo después, que con doce años salía conmigo a vender Mundo Obrero, cuando ya vivíamos en Madrid, y me decía, tú no tengas miedo de los señoriítos fachas, que si vienen por nosotros yo te defiendo, y luego, con veinte años recién cumplidos ya era piloto del Ejército Rojo, iba a verme y me levantaba en volandas al abrazarme, tan guapo, con su uniforme de aviador y su estrella roja en la gorra, fue a despedirse de mí porque a su escuadrilla la mandaban al frente de Leningrado y no paró de reírse y de cantar canciones españolas conmigo y revolucionó a todas las chicas de la escuela de enfermeras de guerra, y esa noche lo acompañé a la estación y cuando el tren ya estaba arrancando dio un salto del estribo y volvió a abrazarme y a besarme y saltó de nuevo al tren y se agarró a la barandilla como si se montara en un caballo, me hizo adiós con la gorra en la mano y ya no volví a verlo nunca, eso es lo más raro de la vida, a lo que no me puedo acostumbrar, que tengas cerca de ti a alguien que quieres mucho y que ha estado contigo y un minuto después desaparezca y ya sea como si no hubiera existido. Pero mi hermano sé que murió como un héroe, que siguió peleando con los cazas alemanes cuando su avión ya tenía un motor incendiado y fue a estrellarse contra las baterías enemigas, un héroe de la Unión Soviética, en Pravda publicaron su foto, tan guapo que parecía un actor de cine. Me siento aquí y me acuerdo de él, me viene el recuerdo sin que yo haga nada, como si se abriera la puerta y entrara tranquilamente mi hermano, con aquel aplomo risueño que tenía, le veo enfrente de mí con su cazadora de piloto y me imagino que hablamos y hablamos y nos acordamos de tantas cosas antiguas, y yo le cuento las que me han pasado después de su muerte, hace más de cincuenta años, cómo ha cambiado el mundo, cómo se ha perdido todo lo que defendíamos, por lo que él y tantos como él dieron sus vidas, pero él no pierde nunca el buen humor, se rasca la cabeza debajo de la gorra y me da golpes en la rodilla, me dice, venga, mujer, que tampoco es para tanto, algunas veces estoy despierta y lo veo delante de mí con la misma claridad con que lo veo en los sueños, y lo que me parece más raro no es que haya vuelto o que siga siendo un muchacho de veinte años, sino que me hable en ruso tan rápido, y tan perfectamente, sin ningún acento, porque a él el ruso se le daba muy mal, peor que a mí, al principio, cuando me hablaban y no entendía liada, y no entender era peor que tener frío y que pasar hambre. Y ahora es al contrario, que lo que no entiendo a veces es el español, y no me acostumbro a lo alto que habla la gente, lo alto y lo brusco, como si tuvieran siempre mucha prisa o estuvieran muy enfadados, como el señor que aquel día del atraco me ayudó por fin a que me levantara, y hasta me sostuvo, porque me dolía mucho la cadera, y yo pensé, mira que si se me ha roto, si me tienen que enyesar la pierna y no puedo salir a la calle ni valerme, quién vendrá a ayudarme, y el hombre me decía, joder, señora, la acompaño a la comisaría a poner una denuncia, que hay que meter en cintura a todos esos cabrones, seguro que era uno de esos moros que rondan por aquí, y yo le di las gracias pero también me mantuve muy digna, no señor, no era moro el que me ha atracado, sino bien blanco, y además no se les llama moros, sino marroquíes, y lo de la denuncia tendrá que esperar, porque ahora lo que más me urge es llegar a la manifestación, que es Primero de Mayo. El hombre me miraba como si estuviera loca, pues usted misma, señora, lo que usted diga, y yo le di las gracias y me fui a la manifestación, cojeando pero me fui, y cuando terminó unos camaradas me llevaron en su coche a la comisaría y puse la denuncia, pero yo un Primero de Mayo no me lo pierdo, aunque ya no sea lo mismo y cada vez vayan menos personas y sea todo tan desangelado, que no hay casi banderas rojas ni puños cerrados y ni los que van en la cabecera detrás de la pancarta se saben la Internacional.

Ya no es como cuando salíamos con mi padre y mi madre y mi hermano y yo los mirábamos de soslayo para levantar el puño igual que ellos, antes de la guerra, por la calle de Alcalá, que era un mar de gente y de banderas rojas, y luego en la Unión Soviética, en la plaza Roja, el Primero de Mayo del año en que acabó la guerra, no cabía más gente, más gritos, más banderas, más canciones, más entusiasmo, millones de personas aclamando a Stalin, y yo apretujada entre la multitud, aclamándole también, emocionándome al pensar que esa figura diminuta que se veía al fondo, en la tribuna sobre el mausoleo de Lenin, era él, llorando de alegría, y de agradecimiento, porque él nos había guiado en la victoria contra Alemania, que tantos millones de muertos soviéticos costó, mi pobre hermano entre ellos, aunque ahora parece que aquella guerra la ganaron los americanos, que sólo ellos lucharon, y la gente sabe lo que fue el desembarco en Normandía y no sabe que fue en Stalingrado donde por primera vez se derrotó al ejército alemán, en la batalla más sangrienta y más heroica de la guerra, y ni siquiera saben que había una ciudad que se llamaba Stalingrado, buena prisa se dieron en cambiarle el nombre, igual que a Leningrado, qué vergüenza, que se llame ahora como en tiempos de los zares, San Petersburgo, y que quieran canonizar a Nicolás II, que mandó que las ametralladoras disparasen contra el pueblo delante del Palacio de Invierno. Pero veo que usted pone mala cara, aunque quiera disimular, no crea que no sé lo que está pensando, todas esas historias sobre los campos de concentración y los crímenes de Stalin, como si Stalin no hubiera hecho otra cosa que asesinar, o como si todos los que cumplieron condena en los campos hubieran sido inocentes. Claro que hubo errores, el mismo Partido lo reconoció en el XX Congreso, y se denunció el culto a la personalidad, y se hizo lo posible por remediar injusticias y por rehabilitar a quienes no tenían culpa, pero cómo no iba a haber culto a la personalidad si Stalin había hecho tanto por nosotros, por el pueblo soviético y por los trabajadores de todo el mundo, si había dirigido el salto inmenso del atraso a la industrialización, los planes quinquenales, que eran la envidia y la admiración del mundo, si en veinte años la Unión Soviética había dejado de ser un país atrasado y campesino y se había convertido en una potencia mundial. Y todo eso en las peores circunstancias, después de una guerra provocada por los imperialistas, en medio del cerco y del bloqueo internacional, en un país en el que faltaba todo, en el que la inmensa mayoría de la población era analfabeta, esclava del zar y de los popes. Mire usted lo que fueron, o lo que fuimos, porque yo he sido ciudadana soviética, y mire cómo está ahora el país, cómo han destruido en unos pocos años lo que costó varias generaciones construir, el país más grande del mundo roto en pedazos y Rusia entregada a la Mafia y gobernada por un borracho, dígame si ahora están mejor que en los tiempos de Stalin, o en los de Breznev, cuando dicen que el pueblo padecía tanta opresión. Y no dicen que había saboteadores y espías por todas partes, que el imperialismo empleaba los métodos más sucios para destruir la Revolución, y que muchos judíos se habían apoderado de puestos clave en el gobierno y conspiraban a favor de los Estados Unidos y de Israel.

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