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Luis Sebastián Rosado, cafetería La Rama Dorada, colonia Coyoacán, México DF, abril de 1976. Monsiváis ya lo dijo: Discípulos de Marinetti y Tzara, sus poemas, ruidosos, disparatados, cursis, libraron su combate en los terrenos del simple arreglo tipográfico y nunca superaron el nivel de entretenimiento infantil. Monsi está hablando de los estridentistas, pero lo mismo se puede aplicar a los real visceralistas. Nadie les hacía caso y optaron por el insulto indiscriminado. En diciembre del 75, poco antes de navidad, tuve la desgracia de coincidir con unos cuantos de ellos, aquí, en La Rama Dorada, su dueño don Néstor Pesqueira no me dejará mentir, fue muy desagradable. Uno de ellos, el que los comandaba, era Ulises Lima, el otro era un tipo grande y gordo, moreno, llamado Moctezuma o Cuauthémoc, al tercero le decían Piel Divina. Yo estaba sentado aquí mismo, esperando a Alberto Moore y a su hermana y de improviso esos tres energúmenos me rodean, se sientan uno a cada lado y me dicen Luisito, vamos a hablar de poesía o vamos a dilucidar el futuro de la poesía mexicana o algo por el estilo. Yo no soy una persona violenta y por supuesto me puse nervioso. Pensé: qué hacen aquí, cómo han dado conmigo, qué cuentas vienen a saldar. Este país es una desgracia, eso hay que reconocerlo, la literatura de este país es una desgracia, eso también hay que reconocerlo, en fin, estuvimos hablando unos veinte minutos (nunca como entonces odié tanto la impuntualidad de Albertito y de la presumida de su hermana) y al final llegamos incluso a coincidir en varios puntos. En el fondo estábamos de acuerdo en un noventa por ciento en lo que atañía a nuestras fobias. Por supuesto, en el panorama literario yo defendí en todo momento lo que hacía Octavio Paz. Por supuesto, a ellos sólo parecía gustarles lo que hacían ellos mismos. Menos mal. Digo: entre lo malo, lo menos malo, peor hubiera sido que se declararan discípulos de los poetas campesinos o seguidores de la pobre Rosario Castellanos o adláteres de Jaime Sabines (con Jaime ya hay suficiente, creo yo). En fin, lo que decía, hubo puntos en donde pudimos coincidir. Y luego llegó Alberto y yo todavía estaba vivo, había habido un par de gritos, un par de expresiones indecorosas, una cierta actitud que desentonaba en el ambiente de La Rama Dorada, don Néstor Pesqueira no me dejará mentir, pero nada más. Y cuando llegó Alberto yo creía que había salido airoso del encuentro. Pero entonces Julia Moore va y les pregunta a bocajarro quiénes son y qué piensan hacer esa tarde. Y el que llamaban Piel Divina ni tardo ni perezoso va y le dice que nada, que si tiene alguna idea que la diga y que él está puestísimo para lo que sea. Y entonces Julita, sin percatarse de las miradas que su hermano y yo le echamos, va y dice que podríamos ir a bailar al Priapo's, un local descabelladamente vulgar en la colonia 10 de Mayo o en Tepito, sólo he ido una vez y esa única vez he intentado con todas mis fuerzas olvidarla, y como ni Alberto ni yo somos capaces de decirle que no a Julita, allá vamos, en el coche de Alberto, con éste, Ulises Lima y yo en el asiento delantero y Julita, Piel Divina y el tal Cuauhtémoc o Moctezuma en el trasero. Con sinceridad, yo estaba temiéndome lo peor, esa gente no era de fiar, una vez me contaron que a Monsi lo habían arrinconado en Sanborns, en la casa Borda, pero, bueno, Monsi fue a tomar un café con ellos, les concedió una audiencia, se podría decir, y parte de culpa la tenía él, todo el mundo sabía que los real visceralistas eran como los estridentistas y todo el mundo sabía lo que Monsi pensaba de los estridentistas, así que en el fondo no se podía quejar de lo que le pasó, que por otra parte nadie o muy pocos saben qué fue, en alguna ocasión estuve tentado de preguntárselo, pero por discreción y por que no me gusta remover en las heridas no lo hice, en fin, algo le había pasado en su cita con los real visceralistas, eso todo el mundo lo sabía, todos los que querían y todos los que odiaban a Monsi en secreto, y las cábalas y suposiciones eran para todos los gustos, en fin, eso pensaba yo mientras el auto de Alberto se desplazaba como un bólido o como una cucaracha, dependía de los tramos de circulación, en dirección a Priapo's, y en el asiento trasero Julita Moore no paraba de hablar y hablar y hablar con los dos caifanes real visceralistas. Ahorraré la descripción de la mencionada discoteca. Juro por Dios que pensé que de allí no saldríamos con vida. Sólo diré que el mobiliario y los especímenes humanos que adornaban su interior parecían extraídos arbitrariamente de El Periquillo Sarniento, de Lizardi, de Los de abajo, de Mariano Azuela, de José Trigo, de Del Paso, de las peores novelas de la Onda y del peor cine prostibulario de los años cincuenta (más de una fulana se parecía a Tongolele, que entre paréntesis creo que no hizo cine en los cincuenta, pero que sin duda mereció hacerlo). Bueno, como decía, entramos al Priapo's y nos sentamos en una mesa cerca de la pista y mientras Julita bailaba un chachachá o un bolero o un danzón, no estoy muy al día en el acervo de la música popular, Alberto y yo nos pusimos a hablar de algo (por mi honor que no recuerdo de qué) y un camarero nos trajo una botella de tequila o matarratas que aceptamos sin más ni más, tal era nuestra desesperación. Y de repente, en menos tiempo del que uno se tarda en decir «otredad», ya estábamos borrachos y Ulises Lima recitaba un poema en francés, a santo de qué, no sé, pero el caso es que lo recitaba, yo ignoraba que supiera francés, inglés, puede, me parece que había visto en alguna parte una traducción suya de Richard Brautigan, pésimo poeta, o de John Giorno, que vaya a saber uno quién es, tal vez un heterónimo del propio Lima; pero francés, en fin, me sorprendió un poquito, buena dicción, pronunciación pasable, y el poema, cómo diré, me sonaba, me sonaba, pero tal vez debido a la borrachera en ciernes, a los boleros implacables, no lograba identificarlo. Pensé en Claudel, pero ni yo ni ustedes nos imaginamos a Lima recitando a Claudel, ¿verdad? Pensé en Baudelaire, pensé en Catulle Mendés (algunos de cuyos textos yo traduje para una revista universitaria), pensé en Nerval. Me avergüenza un poco reconocerlo, pero ésos fueron los nombres en los que pensé; a mi favor debo decir que rápidamente, entre las brumas del alcohol, me pregunté a mí mismo qué tenía que ver Nerval con Mendés, claro, y que luego pensé en Mallarmé. Alberto, que al parecer jugaba a lo mismo que yo, dijo: Baudelaire. Por supuesto, no era Baudelaire. Éstos eran los versos, a ver si ustedes lo adivinan:

Mon triste coeur bave á la poupe,

Mon coeur couvert de caporal:

ils y lancent des jets de soupe,

Mon triste coeur bave a la poupe:

Sous les quolibets de la trouppe

Qui pousse un rire general,

Mon triste coeur bave a la poupe,

Mon coeur couvert de caporal!

Ithyphalliques et pioupiesques

Leurs quolibets I′on deprave!

Au gouvernail on voit des fresques

Ithyphalliques et pioupiesques.

Ó flots abracadabrantesques,

Preñez mon coeur, qu'ilsoit lavé!

Ithyphalliques et pioupiesques

Leurs quolibets Ion depravé

Quand ils auront tari leurs chiques,

Comment agir, ó coeur volé?

Ce seront des hoquets bachiques

Quand ils auront tari leurs chiques:

J'aurai des sursauts stomachiques,

Moi, si mon coeur est ravalé:

Quand ils auront tari leurs chiques

Comment agir, ó coeur volé?

El poema es de Rimbaud. Una sorpresa. Quiero decir, una sorpresa relativa. La sorpresa era que lo recitara en francés. Bueno. Me dio un poco de coraje no haberlo adivinado, conozco la obra de Rimbaud bastante bien, pero no me lo tomé a mal, otro punto de coincidencia, tal vez pudiéramos salir con vida de aquel antro. Y después de recitar a Rimbaud contó una historia sobre Rimbaud y sobre una guerra, no sé qué guerra, la guerra es un tema que no me interesa, pero había algo, una ligazón entre Rimbaud, el poema y la guerra, una anécdota sórdida, seguramente, aunque para entonces mis oídos y luego mis ojos registraban otras pequeñas anécdotas sórdidas (juro que mataré a Julita Moore si vuelve a arrastrarme a un antro similar al Priapo's), escenas dislocadas en donde jóvenes maleantes sombríos danzaban con jóvenes sirvientas desesperadas o con jóvenes putas desesperadas en un torbellino de contrastes que, lo confieso, acentuó si eso es posible mi borrachera. Después hubo una pelea en alguna parte. No vi nada, sólo oí gritos. Un par de matones emergieron de las sombras arrastrando a un tipo con la cara ensangrentada. Recuerdo que le dije a Alberto que mejor nos fuéramos, que aquello podía empeorar, pero Alberto estaba escuchando la historia de Ulises Lima y no me hizo caso. Recuerdo haber contemplado a Julita bailando en la pista con uno de los amigos de Ulises, después me recuerdo a mí mismo bailando un bolero con Piel Divina, como si fuera un sueño, pero bien, tal vez sintiéndome bien por primera vez esa noche, seguro que sintiéndome bien por primera vez esa noche. Acto seguido, como quien despierta, recuerdo haberle susurrado al oído a mi pareja (de baile) que nuestra actitud seguramente iba a enardecer a los demás bailarines y espectadores. Lo que siguió a continuación es confuso. Alguien me insultó. Yo estaba, no sé, como para meterme debajo de una mesa y quedarme dormido o como para meterme en el pecho de Piel Divina y quedarme, igualmente, dormido. Pero alguien me insultó y Piel Divina hizo el ademán de dejarme y encararse con el que había proferido el insulto (no sé qué me dijeron, zaraza, puto, me cuesta acostumbrarme, aunque debería, lo sé), pero yo estaba tan borracho, mis músculos estaban tan desmadejados que no pudo dejarme solo -si me deja me hubiera derrumbado- y se limitó a devolver el insulto desde el centro de la pista. Yo cerré los ojos tratando de sustraerme de la situación, el hombro de Piel Divina olía a sudor, un olor ácido muy extraño, no un olor rancio, ni siquiera un mal olor, sino un olor ácido, como si acabara de salir indemne de una explosión en una fábrica de productos químicos, y luego lo escuché hablar, no con una, con varias personas, al menos más de dos, y las voces eran de riña. Entonces abrí los ojos, Dios mío, y no vi a los que nos rodeaban sino a mí mismo, mi brazo en el hombro de Piel Divina, mi brazo izquierdo en su cintura, mi mejilla en su hombro, y vi o adiviné las miradas aviesas, miradas de asesinos natos, y entonces saltando aterrorizado por encima de mi borrachera quise desaparecer, tierra trágame, supliqué ser fulminado por un rayo, deseé, en una palabra, no haber nacido nunca. Qué bochorno más grande. Estaba rojo de vergüenza, tenía ganas de vomitar, había soltado a Piel Divina y mi equilibrio era precario, me di cuenta de que era objeto de una broma cruel y de una afrenta, todo a la vez. Mi único consuelo era que el bromista también era objeto de la afrenta, que era más o menos como si, tras ser derrotado a traición en el campo de batalla (¿de qué batallas, de qué guerras hablaba Ulises Lima?), le suplicara a los ángeles de la justicia o del Apocalipsis la aparición, el milagro de una gran ola que nos barriera a ambos, a todos, que pusiera fin al escarnio y a la injusticia. Pero entonces, a través del lago helado que eran mis ojos (la metáfora no es buena, la temperatura en el interior del Priapo's era altísima, pero no encuentro nada mejor para decir que estaba a punto de llorar y que en ese «a punto» me había arrepentido, había reculado, pero sobre mis pupilas había quedado una capa líquida distorsionadora), vi aparecer la figura mirífica de Julita Moore enlazada con el tal Cuauhtémoc o Moctezuma o Netzahualcóyotl, y entre éste y Piel Divina se enfrentaron a los que armaban el mitote, mientras Julita me cogía de la cintura y me preguntaba si me habían hecho algo esos gandallas y me sacaba de la pista y del espantoso antro. Ya afuera caminé, guiado por Julita, hasta el coche y en medio del camino me puse a llorar y cuando Julita me instaló en la parte trasera le dije, no, le rogué, que nos fuéramos solos, que nos fuéramos Alberto, ella y yo y dejáramos a los otros aquí, en compañía de los demonios de su misma calaña, por tu mamacita, Julita, le dije, y ella dijo carajo, Luisito, me chingas la noche, no te pongas pesado, y yo entonces recuerdo que dije o grité o aullé: lo que me han hecho a mí es peor que lo que le hicieron a Monsi, y Julita me preguntó qué demonios le habían hecho a Monsi (y también me preguntó a qué Monsi me refería, dijo Montse o Monchi, no recuerdo) y yo le dije: Monsiváis, Julita, Monsiváis, el ensayista, y ella dijo ah, no pareció en absoluto sorprendida, qué fuerza interior tiene esta mujer, Dios mío, pensé, y entonces creo que vomité y me puse a llorar o me puse a llorar y luego vomité, ¡dentro del coche de Alberto!, y Julita se puso a reír y ya para entonces salían los otros del Priapo's, vi sus sombras recortadas por la luz de un farol, y pensé qué he hecho, qué he hecho, tanta era la vergüenza que sentí que me derrumbé sobre el asiento y me ovillé y me hice el dormido. Pero los oí hablar. Julita dijo algo y los real visceralistas respondieron, en sus tonos había algo jovial, nada agresivo. Luego Alberto entró al coche y dijo pero qué chingado es esto, cómo apesta, y yo entonces abrí los ojos y buscando sus ojos en el espejo retrovisor le dije perdona, Alberto, ha sido sin querer, me siento muy mal, y luego entró Julita en el asiento del copiloto y dijo por Dios, Alberto, abre las ventanas, esto hiede, y yo le dije perdona, Julita, no seas exagerada, y Julita dijo: Luisito, parece como si llevaras una semana muerto, y yo me reí, no mucho, ya me empezaba a sentir mejor, en el fondo de la calle, bajo el letrero luminoso del Priapo's se movían sombras errátiles, pero no en dirección a nuestro auto, y entonces Julita Moore bajó su ventana y les dio un beso a Piel Divina y a Moctezuma o Cuauhtémoc, pero no a Ulises Lima, que se mantenía apartado del coche mirando el cielo, y luego Piel Divina asomó su cabeza por la ventana y me dijo qué tal te encuentras, Luis, y yo creo que ni respondí, hice un gesto como diciéndole bien, me encuentro bien, y luego Alberto puso en marcha el Dodge y dejamos atrás Tepito con todas las ventanas bien abiertas, en dirección a nuestros barrios.

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