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– Sigue -dijo Belano-, alguna sabremos.

– ¿Qué es una catacresis? -dije.

– Ésa me la sabía, pero se me ha olvidado -dijo Lima.

– Es una metáfora que ha entrado en el uso normal y cotidiano del lenguaje y que ya no se percibe como tal. Ejemplos: ojo de aguja, cuello de botella. ¿Y una arquiloquea?

– Ésa sí que me la sé -dijo Belano-. Es la forma métrica que usaba Arquíloco, seguro.

– Gran poeta -dijo Lima.

– Pero en qué consiste -dije yo.

– No lo sé, te puedo recitar de memoria un poema de Arquíloco, pero no sé en qué consiste una arquiloquea -dijo Belano.

Así que les dije que una arquiloquea era una estrofa de dos versos (dístico), y que podía presentar varias estructuras. La primera estaba formada por un hexámetro dactilico seguido de un trímetro dactilico cataléctico in syllabam. La segunda… pero entonces comencé a quedarme dormido y me escuché hablar o escuché mi voz que resonaba en el interior del Impala diciendo cosas como dímetro yámbico o tetrámetro dactilico o dímetro trocaico cataléctico. Y entonces escuché que Belano recitaba:

Corazón, corazón, si te turban pesares

invencibles, ¡arriba!, resístele al contrario

ofreciéndole el pecho de frente, y al ardid

del enemigo oponte con firmeza. Y si sales

vencedor, disimula, corazón, no te ufanes,

ni, de salir vencido, te envilezcas llorando en casa.

Y entonces yo abrí los ojos con gran esfuerzo y Lima preguntó si aquellos versos eran de Arquíloco. Belano dijo simón y Lima dijo qué gran poeta o qué poeta más chingón. Después Belano se dio vuelta y le explicó a Lupe (como si a ella le importara) quién había sido Arquíloco de Paros, poeta y mercenario, que vivió en Grecia alrededor del 650 antes de Cristo, y Lupe no dijo nada, lo que me pareció un comentario muy apropiado. Después me quedé medio dormido, la cabeza apoyada en la ventana, y escuché que Belano y Lima hablaban de un poeta que escapaba del campo de batalla, sin importarle la vergüenza y el deshonor que tal acto acarreaba, al contrario, vanagloriándose de él. Y entonces yo empecé a soñar con un tipo que atravesaba un campo de huesos y el tipo en cuestión no tenía rostro o al menos yo no podía verle el rostro porque lo observaba desde lejos. Yo estaba bajo una colina y apenas había aire en ese valle. El tipo iba desnudo y tenía el pelo largo y al principio pensé que se trataba de Arquíloco pero en realidad podía ser cualquiera. Cuando abrí los ojos aún era noche cerrada y ya habíamos salido del DF.

– ¿Dónde estamos? -dije.

– En la carretera de Querétaro -dijo Lima.

Lupe también estaba despierta y miraba con ojos que parecían insectos el paisaje oscuro del campo.

– ¿Qué miras? -le dije.

– El carro de Alberto -dijo ella.

– No nos sigue nadie -dijo Belano.

– Alberto es como un perro. Tiene mi olor y me va a encontrar -dijo Lupe.

Belano y Lima se rieron.

– ¿Cómo te va encontrar si desde que salimos del DF no he bajado de los ciento cincuenta kilómetros? -dijo Lima.

– Antes de que amanezca -dijo Lupe.

– A ver -dije-, ¿qué es una albada?

Ni Belano ni Lima abrieron la boca. Supuse que estaban pensando en Alberto, así que yo también me puse a pensar en él. Lupe se rió. Sus ojos de insecto me buscaron:

– A ver, sabelotodo, ¿sabes tú qué es un prix?

– Un toque de marihuana -dijo Belano sin volverse.

– ¿Y qué es muy carranza?

– Alguien que es viejo -dijo Belano.

– ¿Y lurias?

– Déjame que conteste yo -dije, pues todas las preguntas en realidad iban dirigidas a mí.

– Bueno -dijo Belano.

– No lo sé -dije tras pensar un rato.

– ¿Tú lo sabes? -dijo Lima.

– Pues no -dijo Belano.

– Loco -dijo Lima.

– Eso es, loco. ¿Y jincho?

Ninguno de los tres lo sabíamos.

– Si es muy fácil. Jincho es indio -dijo Lupe riéndose-. ¿Y qué es la grandiosa?

– La cárcel -dijo Lima.

– ¿Y quién es Javier?

Un convoy de cinco camiones de transporte pasó por el carril de la izquierda en dirección al DF. Cada camión parecía un brazo quemado. Durante un instante sólo se escuchó el ruido de los camiones y el olor a carne chamuscada. Después la carretera se sumió otra vez en la oscuridad.

– ¿Quién es Javier? -dijo Belano.

– La policía -dijo Lupe-. ¿Y la macha chaca?

– La marihuana -dijo Belano.

– Ésta es para García Madero -dijo Lupe-. ¿Qué es un guacho de orégano?

Belanoy Lima se miraron y sonrieron. Los ojos de insecto de Lupe no me miraban a mí sino a las tinieblas que se desplegaban amenazantes por la ventana trasera. A lo lejos vi las luces de un coche, luego las de otro.

– No lo sé -dije, mientras imaginaba el rostro de Alberto: una nariz gigantesca que venía tras nosotros.

– Un reloj de oro -dijo Lupe.

– ¿Y un carcamán? -dije yo.

– Un carro, pues -dijo Lupe.

Cerré los ojos: no quería ver los ojos de Lupe y apoyé la cabeza en mi ventana. Vi en sueños el carcamán negro, imparable, en donde viajaba la nariz de Alberto y uno o dos policías de vacaciones dispuestos a rompernos la madre.

– ¿Qué es un rufo? -dijo Lupe.

No le contestamos.

– Un carro -dijo Lupe y se rió.

– A ver, Lupe, contéstame ésta, ¿qué es el manicure? -dijo Belano.

– Fácil. El manicomio -dijo Lupe.

Por un momento me pareció imposible que yo hubiera hecho el amor con esa mujer.

– ¿Y qué quiere decir dar cuello? -dijo Lupe.

– No lo sé, me rindo -dijo Belano sin mirarla.

– Lo mismo que dar caña -dijo Lupe-, pero distinto. Cuando a alguien le dan cuello lo eliminan, cuando a alguien le dan caña puede que lo eliminen, pero también puede que se lo estén cogiendo. -Su voz sonó igual de siniestra que si hubiera dicho antibaquio o palimbaquio.

– ¿Y qué es dar labiada, Lupe? -dijo Lima.

Pensé en algo sexual, en el sexo de Lupe que sólo había tocado pero no visto, pensé en el sexo de María y en el sexo de Rosario. Creo que íbamos a más de ciento ochenta por hora.

– Pues dar una oportunidad -dijo Lupe y me miró como si adivinara mis pensamientos-: ¿Qué te creías tú, García Madero? -dijo.

– ¿Qué significa de empalme? -dijo Belano.

– Algo divertido, pero que viene a cuento -dijo Lupe implacable.

– ¿Y un chavo giratorio?

– Pues uno que fuma mota -dijo Lupe.

– ¿Y un coprero?

– Uno que le entra a la cocaína -dijo Lupe.

– ¿Y echar pira? -dijo Belano.

Lupe lo miró y luego me miró a mí. Sentí cómo los insectos saltaban de sus ojos y se posaban en mis rodillas, uno en cada una. Un Impala blanco idéntico al nuestro pasó como una exhalación en dirección al DF. Cuando desapareció por la ventana trasera tocó la bocina varias veces, deseándonos suerte.

– ¿Echar pira? -dijo Lima-. No lo sé.

– Cuando varios hombres abusan de una mujer -dijo Lupe.

– Una violación múltiple, sí señor, te las sabes todas, Lupe -dijo Belano.

– ¿Y sabes tú lo que quiere decir que has entrado en la rifa? -dijo Lupe.

– Claro que lo sé -dijo Belano-. Quiere decir que ya te metiste en el problema, que estás inmiscuido quieras o no quieras. También puede entenderse como una amenaza velada.

– O no tan velada -dijo Lupe.

– ¿Y tú que dirías? -dijo Belano-. ¿Nosotros hemos entrado en la rifa o no?

– Nosotros tenemos todos los números, chavo -dijo Lupe.

Las luces de los coches que nos seguían desaparecieron de pronto. Tuve la impresión de que éramos los únicos que deambulaban a aquella hora por las carreteras de México. Pero pasados unos minutos, a lo lejos, las volví a ver. Eran dos coches y la distancia que nos separaba parecía haber disminuido. Miré hacia adelante, sobre el parabrisas había varios insectos aplastados. Lima conducía con las dos manos en el volante y el carro vibraba como si hubiéramos entrado en una carretera no asfaltada.

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