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Llamé al ático I ª y esta vez abrió la propia Lady First. Le costó casi cinco segundos reconocerme.

– Vengo de incógnito. ¿Te gusta el disfraz?

– Estás muy… guapo.

– No creo que «guapo» sea la palabra. Para ser precisos habría que decir «guay». ¿No te enseñaron en la escuela a adjetivar con propiedad, señorita escritora?

– No sé, chico, pero das el pego.

– Eso ya está mejor. Lo fundamental es tener aspecto de haber despertado alguna vez en ti el deseo de casarte conmigo. A ver: de haberme conocido así, ¿te hubieras casado conmigo?

– Inmediatamente.

– Estupendo. Oye: ¿qué te parece si pasamos al salón y hablamos un poco más cómodamente?

– Perdona, es que me has dejado parada; pasa…

De pronto pareció que éramos amigos de toda la vida. Hay que joderse con lo que hace un cambio de imagen. Así que, una vez en el salón, me fui directo al sofá y me desparramé sobre él. Ella se paró en el mueble bar y me ofreció algo de beber.

– Ponme uno de esos que tomas tú. Pero será mejor que no abusemos, hay que estar alerta para la entrevista.

Se sirvió un güisqui con hielo y me tendió otro. Como no había mucho tiempo que perder fui directamente al grano.

– He quedado con un tal Enric Robellades, detectiv privado. Me he presentado como Pablo Molucas, así que puede que él te llame «Señora Molucas», no te extrañes si lo hace. Se supone que tu hermana (o sea mi cuñada) ha desaparecido hace dos días y estamos preocupados. Y procuraré llevar el peso de la conversación, tú sólo sígueme la corriente. Como es de suponer que tú conozcas mejor que yo a tu propia hermana es probable que trate de hacerse una idea de qué tipo de persona es preguntándote detalles sobre ella. No te apures, me dijiste que os conocíais desde niñas, ¿no?, pues contesta la verdad sobre cualquier cosa que te pregunte, ¿de acuerdo?, sobre cualquier cosa menos una, esto es importante: sabes dónde trabaja pero no tienes ni la más remota idea de que tenga un lío con su jefe.

Asintió mientras daba un sorbito corto a su güisqui.

– Otra cosa: se supone que tú y yo estamos casados, así que nuestra actitud ha de confirmar esa suposición. No hace falta que exageremos el papel, pero hay que estar atentos a no meter la pata. Por ejemplo, no se te ocurra referirte a mi casa, o algo parecido. Para nosotros será fácil pero más vale que mientras él este aquí los niños no salgan, al salón, ¿de acuerdo?, podrían estropearlo todo.

Volvió a asentir.

– Tu nombre es Gloria, tu apellido es…, ¿cómo se llama tu amiga de apellido?

– Robles.

– Robles. No quieres avisar a tus padres por no asustarlos, y tampoco a la policía porque entonces se enterarían tus padres. Hemos contratado a un detective porque no la encuentras ni en su casa ni en el trabajo. En el trabajo no saben nada de ella, simplemente dejó de acudir ayer por la mañana. Y con tus padres no está, ya te has molestado en comprobarlo.

Me miraba fijamente, sin dejar de dar sorbitos al güisqui, como si estuviera concentrada en retener cuanto yo decía.

– ¿Tienes alguna foto reciente de ella?

– Sí.

– Bueno, seguro que te la pedirá. ¿Qué más? Ah: ¿a qué hora se va el portero?

– A las siete y media.

– Perfecto. A ver, creo que no se me olvida nada. Repíteme lo que te he dicho.

– Mi hermana Lali ha desaparecido hace dos días. No está en su casa, no ha ido al trabajo y no logro localizarla en ningún sitio. Tú, que eres mi marido, me has visto preocupada y has pensado en contratar a un detective para que investigue. No queremos que se enteren mis padres, así que le pediremos que sea discreto en eso. ¿Me dejo algo?

– Sólo una cosa: queremos que sea discreto no sólo ante tus padres sino en general, ¿comprendes?, tampoco queremos que en el trabajo o entre sus amistades se sepa que andamos buscándola.

– ¿Qué hago si me pregunta por la gente que frecuenta, o por sus relaciones con hombres?

– ¿Conoces a sus amistades, o a algún novio descontando a Sebastián?

– Pues no sé. Hace años teníamos amigas comunes, pero ahora…

– Bueno, pues si te pregunta contestas eso mismo. Ya te digo que es mejor que seas completamente franca en todo excepto en el lío con Sebastián. Y si en algún momento no sabes cómo reaccionar finge estar desorientada, no sé, date media vuelta como si quisieras ocultar que estás llorando y yo te tomaré el relevo.

– ¿No puedo tomarme otro whisky antes de que llegue?

Pensé que casi era preferible que se lo tomara. Cuanto menos ansiosa estuviera, mejor.

– Tómatelo.

– ¿Quieres tú otro?

– No suelo beber antes de que anochezca. Oye: ¿te importaría que bajara un momento a la portería y le diera la vuelta a la tarjeta del buzón? Es por si se le ocurre comprobar el nombre o algo así… Mientras tanto tú advierte a Verónica de que no salgan los niños.

Se mantuvo de espaldas sirviéndose el segundo vasó pero asintió. Se me hacía raro que aquella Lady First fuera la misma que apenas cruzaba conmigo la mirada en 1as cenas de Nochebuena de mis Señores Padres. Se había bandonado a mí como una niña obediente que confía en papá y le pide permiso para tomar güisqui. En eso pensa ba mientras esperaba el ascensor, pero cuando se abrieron las puertas y me vi en el espejo solté una carcajada que resonó en el rellano: ahí estaba yo, disfrazado de Conseje de Urbanismo y a punto de suplantar a mi Estupend Hermano. Menuda broma.

El cartelito del buzón me dio un poco de lata. Estaba sujeto con un tornillo que me costó aflojar ayudándo con el llavero de la Bestia. Pensé que mejor que darle vuelta era retirarlo, parecía más natural que no hubiera tarjeta a que estuviera girada, y lo dejé escondido enci del mueble de los buzones.

Para cuando volví a subir eran ya las ocho menos cinco en el reloj del salón. Creo que Lady First había hecho trampa y se había servido un güisqui de más, su vaso estaba demasiado lleno para ser la primera copa estándar. No dije nada y me fijé en los objetos del salón pensando en que los vería Robellades. Destacaba en un estante alto de la librería una foto enmarcada de Lord y Lady First diez años más jóvenes y vestidos de novios. Supongo que The First y yo debemos de parecernos, pero no hasta el punto de poder pasar el uno por el otro.

La tumbé panza abajo.

– No conviene que vea esto -dije.

– Tengo miedo -soltó ella inesperadamente.

– ¿Miedo de qué?

– De meter la pata. ¿Estás seguro de que no nos olvidamos de nada?

– En el mentir conviene dejarle espacio a la improvisación. Cuando uno dice la verdad también duda, ¿no?, y se equivoca, y corrige. Pues mintiendo, igual. Créeme, tengo experiencia.

Me senté de nuevo en el sillón a apurar el culillo de mi güisqui. Lady First volvió a sentarse delante de mí, en la misma posición que el día anterior.

– ¿Sabes?, eres un tío muy raro… Me gustaría saber quién eres en realidad.

Cielo santo: confidencias a media luz. Me encogí de hombros:

– Soy el que ves.

– Pero hoy pareces otro. Y no sé, siempre he tenido la sensación de que tienes… un doble fondo.

– Pues no le des más vueltas. Todo el mundo vive en el mundo que él mismo construye, y en el tuyo yo tengo un doble fondo, ya está.

Se quedó un momento pensando, mirándome fijo.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que la realidad es siempre inventada.

Levantó una ceja en señal de disconformidad, pero me salvó la campana, concretamente el sonido afónico del interfono. Le hice un gesto para que contestara y la acompañé hasta la puerta. «¿El señor Molucas, por favor; soy Enric Robellades», oí que le decía la voz a Lady First. Ella se limitó a pulsar el botón. La vi un poco tensa y le suministré una última inyección de confianza:

– Tranquila. Sígueme la corriente y no te extrañes de mi comportamiento. Todo saldrá perfectamente.

Entreabrí la puerta y me quedé esperando a que llegar el ascensor como el perfecto anfitrión. Salieron de él dos hombres indecisos sobre la dirección que debían tomar el descansillo. El que avanzaba en primer lugar tenía todo aspecto de ser Robellades padre: bajito, gordezuelo, sexagenario y con el escaso cabello que le nacía tras las entradas peinado hacia atrás. Le seguía un joven de unos tres ta, más alto y delgado y con las mismas entradas pero estado incipiente. Los dos vestían traje oscuro y corbata el mayor de marrón y el joven de azul.

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