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INVESTIGACIÓN DE ÍNDOLE PERSONAL

• INFIDELIDAD CONYUGAL Para la interposición de demandas de separación o divorcio.

• CUSTODIA HIJOS

Con este fin se intentará demostrar el punto anterior, la no debida dedicación y la incapacidad del cónyuge para tal fin, si la hubiese.

• INFORMES PRE-MATRIMONIALES

Obtención de la información necesaria acerca del pasado y presente de la persona en cuestión, con el fin de ayudar a tomar tan importantísima decisión.

• COMPORTAMIENTO HIJOS, PREVENCIÓN DROGAS, SECTAS

Determinación real de la situación y diseño de un plan de actuación.

• BÚSQUEDA DE PERSONAS

Localización de familiares, tanto en territorio nacional como extranjero.

• ANÓNIMOS, AMENAZAS

• INCAPACIDADES, PRODIGALIDADES Y HERENCIAS

• INFORMES PRE-LABORALES DEL PERSONAL DOMÉSTICO

Esto me dejó completamente convencido. Retrocedí hasta la página principal y busqué alguna seña de contacto. Encontré la dirección, teléfono, fax y correo electrónico. Imprimí la página, desconecté y me lié otro porro antes de llamar. En cuanto lo tuve encendido marqué el número.

– Robellades, buenas tardes.

Era una voz de mujer, no demasiado joven. No sé por qué me imagine a la mismísima señora de Robellades haciendo de secretaria-recepcionista.

– ¿Podría hablar con el señor Robellades?

– ¿Cuál de ellos?

– Enric, Enric Robellades.

– ¿Padre o hijo?

La familia que trabaja unida permanece unida. Me decidí por el padre.

– ¿De parte de quién?

– Soy un cliente.

– ¿Su nombre, por favor?

Estuve a punto de presentarme como Pablo Miralles, pero afortunadamente me di cuenta a tiempo de que no era conveniente.

– Molucas, Pablo Molucas.

Lo mismo podía haber dicho Pablo Mármol, lo importante es soltar el nombre con naturalidad, pero usaba a menudo éste en concreto, y no conviene andar cambiando constantemente de nombre falso. La voz femenina me pidió que esperara un momento. Poco después estaba al habla con el patriarca:

– ¿ Sí?

– ¿El señor Robellades?

– Yo mismo, dígame.

– Verá: he encontrado su referencia como detective privado y quisiera contratar sus servicios, es decir: en caso de que pueda atenderme hoy mismo. Es un caso urgente.

– ¿De qué se trata?

– Una desaparición.

– ¿Quién es el desaparecido?

– Mi cuñada.

– ¿Cuánto hace?

– Dos días.

– Eso no es mucho tiempo, señor…

– Molucas: Pablo Molucas. No: no es mucho tiempo, pero tengo razones para pensar que puede haberle ocurrido algo grave.

– Bien, si usted me pusiera al tanto de los detalles…

– Desde luego, pero no quisiera tratar el asunto por teléfono. ¿Podemos vernos esta misma tarde?

– Es posible…, ¿a qué hora le va bien?

– Sobre las ocho. ¿Tiene inconveniente en pasar por mi casa? Vivo cerca de su oficina, en la calle Numancia. Quisiera que mi mujer pudiera asistir a la entrevista, pero ha de permanecer en casa con los niños.

– No hay problema. Si me da usted la dirección y el teléfono…

A estas alturas había detectado ya un marcado acento catalán, quizá de alguna comarca de Tarragona, que convertía el sonido de la Z en una S sonora y añadía T's finales a algunos infinitivos. Consulté el número del portal y del teléfono de The First en la agenda y se lo di.

– ¿A las ocho entonces?

– Ocho en punto.

Cayó otro porro mientras comprobaba mentalmente que no se me escapara ningún detalle. No había pensado en la necesidad de contratar al detective bajo nombre falso y temí que eso fuera a generar alguna incoherencia. Es de suponer que un detective privado se fija en los detalles, no sé, quizá se entretuviera en mirar el buzón de la portería de Lady First, o algo así. Seguí dándole vueltas al asunrto mientras me vestía para salir a la calle y durante todo el camino hasta las galerías comerciales de la Illa. No sabía en qué lío me estaba metiendo pero sí tenía clara una cosa: antes de que The First reapareciera había que sacarle el máximo provecho a su tarjeta, aunque sólo fuera para joder. Y además convenía disfrazarme un poco, tal como solía vestime resultaba inverosímil que Lady First se hubiera casado conmigo.

Una vez en las galerías, me metí en la primera butic que encontré con aspecto de tener ropa informal para un tipo de treinta y muchos, con mujer y dos hijos, ático de 150 metros cuadrados en lo alto de la calle Numancia y Bestia Negra en el garaje. La única dependienta que estaba libre me vio entrar como el torero al que le sueltan un Miura de seiscientos kilos: el chicle que estaba mascando se le quedó inmovilizado entre las mandíbulas. Impávido, comprobé con toda la discreción que pude que no se me hubiera bajado la bragueta y me fui hacia ella sin importarme que puerilmente tratara de simular que no me había visto poniéndose a buscar algo bajo el mostrador.

– Hola. Necesito camisas, pantalones y zapatos.

– ¿Camisas, pantalones…?

– Y zapatos.

En cuanto comprendió que ya nada la libraría de mi dejó de jugar al escondite.

– ¿Cómo quería las camisas?

– Grandes.

– Grandes… ¿ve alguna que le guste?

Me señalaba una pared, recorrida en toda su longitud por estantes llenos de camisas. Vi un grupito de ellas de colores lisos, bastante llamativos, rojo, esmeralda, violeta, también gris y negro… Me gustaron. Eran del tipo que uno esperaba que llevaran los gánsteres de Guys and Dolls.

– Me gustan éstas. ¿son grandes?

– Eh…, hay tallas grandes, sí. ¿De qué color?

– Ponme una de cada.

Se quedó parada un momento a medio camino de los estantes, pero no se atrevió a llevarme la contraria y se limitó a escoger una de cada e ir amontonándolas sobre su mano derecha.

– Hay nueve diferentes…

– Muy bien: pues nueve. ¿Seguro que son grandes?

– XXL: es lo más grande que nos llega…

– Bueno; ahora necesito dos pares de pantalones.

– Dos pares… Si quiere mirar los que tenemos…

Me señaló la pared contraria, donde alternaban los jeans de colores apilados sobre estanterías con cortes más serios que se exponían colgados en perchas. No soporto los jeans, no encuentra uno hueco para meter dentro la barriga. Además tiendo a los accesos de priapismo, y si no llevas el pijo perfectamente colocado las erecciones resultan muy molestas, con los vaqueros. Así que me fui hacia las perchas y me entretuve en los modelos que parecían más holgados, de algodón y algo acrílico. Señalé unos gris marengo y otros gris perla que combinaban bien con cualquiera de las camisas.

– Como éstos pero de mi talla, por favor.

– Qué talla tiene…

Ni flauers.

– Ni flauers.

Me examinó el contorno abdominal casi de reojo, como si le pareciera obsceno detener la mirada en esa parte de mi anatomía. Yo levanté los brazos y di una vuelta para mostrarme completo. La chica tendría que curtirse tarde o temprano, y más valía que perdiera la vergüenza conmigo que con cualquier desaprensivo que pasara por allí.

– ¿No vas a medirme con la cinta?

Se me quedó mirando con unos ojos azul celeste que expresaban todo el terror de la niña enjaulada por el ogro; pero asintió, se dio media vuelta y huyó hacia los probadores donde otra de las dependientas atendía a un tipo políticamente correcto que había venido a comprar con su pareja a juego. Volvió con una cinta métrica enredada entre las manos. Me aseguré otra vez la bragueta y me quedé a la espera con los codos alzados:

– Soy todo tuyo.

Se me acercó y trató de rodearme la cintura con los brazos. Pero abarcar todo mi perímetro la hubiera obligado a abrazarme, y guardando las distancias los brazos se le quedaron cortísimos. Procuré ponérselo fácil, ya tenía su ficiente para un solo día:

– Espera, verás; yo te aguanto la cinta aquí y tú mides.

Me sujeté un extremo de la cinta bajo el ombligo y 1a guié con la otra mano para que diera la vuelta en torno a mí hasta completar un círculo que agotó completamente el metro. Hubo que empalmar desde el punto que ella se ñalaba con el índice sobre mis ijares.

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