– Muy bien, pues que se tome uno y…
– Ah, no: no ha consentido: se me ha ocurrido llevarle una pastilla a la biblioteca con un vasito de agua y no te puedes imaginar lo grosero que se ha puesto: que «qué es eso», ¿sabes?, con esa cara de bull-dog que se le pone, «Pues qué va a ser, Valentín: un Valium es con agüita mineral», «Pues no pienso tomármelo, así que ya te lo puedes llevar de vuelta a la cocina». Imagínate: a la cocina…
– Bueno, no te apures: ya te ha dicho el doctor Caudet que es normal. Lo que tienes que hacer es procurar no llevarle la contraria. Y si no quiere que salgas de casa sé un poco comprensiva y no salgas. Ya sé que es muy pesado, pero serán sólo un par de días, ¿de acuerdo?
– Pablo José: ¿se puede saber qué es lo que te pasa a ti también? ¿No irás a decirme que has tomado en serio sus paranoias?
– No,…
– Ah, ¿no? ¿Y desde cuándo te parece oportuno seguir los deseos de tu padre?
– Mamá, escucha…
– … además estaría bueno que a estas alturas tuviéramos que seguir todos los caprichos del señor sólo porque se ha torcido un tobillo y no puede reconocer haberse despistado mientras andaba por la calle…
– Mamaaaaaá…
– … porque estoy segura de que es eso: no vio al coche que hacía maniobras y él solito se le echó encima, como si lo viera. ¿Sabes que últimamente lo he sorprendido mirando de reojo a las muchachas que pasan?; como lo oyes: el domingo pasado volviendo de misa a poco se come una farola… Me duele decirlo, Pablo José, pero tu padre se está volviendo un viejo verde: un viejo-verde. Pero ah, no: don Valentín Miralles no puede reconocer que se ha despistado siguiendo un escote, ¡cómo se va a despistar don Valentín Miralles!: si alguien lo atropella es que lo ha hecho a posta…
– Mamá, espera, espera un momento: es que hay algo que tú no sabes.
Eso sí que la paró en seco. Mi Señora Madre quiere enterarse siempre de todo.
– Ah sí: ¿y se puede saber qué es eso que yo no sé?
Vacilé un poco, como el que no sabe qué contestar:
– No te lo puedo decir.
– ¡Pablo José: te ordeno que me digas inmediatamente qué es lo que está pasando o me va a dar algo!»Eusebia, tráeme un Valium y un poco de agua; deprisa que me desmayo.»Pablo José: haz el favor de explicarte ahora mismo.
– No es nada, mamá, no te pongas nerviosa…
– Ah ¿no?, y si no es nada por qué no me lo explicas, ¿eh?, contesta.
– Porque no puedo. No quiero que se entere papá de que te lo he contado.
– ¿Cuándo le he contado yo algo a tu padre?
– Muy bien, de acuerdo… ¿Está por ahí?
– No. Está en la biblioteca, puedes hablar tranquilo.
Aquí empecé a improvisar sobre la base prevista:
– Verás: es un asunto que viene de lejos. ¿Te acuerdas de Fincas Ibarra?
– No.
No era extraño. El apellido procedía del bote de mayonesa que me había dejado el día anterior sobre la nevera y que alcanzaba a ver desde la sala. Suerte que no había comprado Kraft.
– Sí, tienes que acordarte, Fincas Ibarra, una pequeña inmobiliaria, ¿te acuerdas de cuando papá empezó a invertir en pisos?
– Hijo, no sé: tu padre acaba invirtiendo en casi todo, no me marees con detalles.
– Bueno, el caso es que se enfrentó a Fincas Ibarra en una serie de juicios, ¿no recuerdas siquiera los juicios?
– ¿Que si me acuerdo?: durante diez años todo el mundo nos puso demandas, no sé qué diantres pasaba pero todo eran abogados llamando a cualquier hora.
– Bueno, pues los de Ibarra fueron unos de tantos contra los que litigó papá. Y en el rifirrafe salieron perdiendo ellos. Por lo visto papá alquiló pisos a través de terceros en los edificios de Fincas Ibarra que le parecieron más destartalados, después contrató a un equipo técnico que los revisó con lupa y, cuando tuvo material suficiente, demandó a los propietarios por incumplimiento de todas las normas que una vivienda puede incumplir. Total, Ibarra no pudo hacer frente a la sentencia condenatoria, subastó la mayor parte de los edificios a precio de solar y disolvió la sociedad dejando un montón de impagados. Por supuesto papá procuró quedarse con la mayor parte del lote y acabó ganando dinero: no me preguntes cómo, pero re cuperó lo que había invertido en la investigación y aún se llevó un buen pico revendiendo más caro.
– No me hables… No sé cómo se apaña tu padre para acabar siempre ganando dinero. Juan Sebastián ha salido a él en eso. En cambio tú te le pareces más físicamente. Y en lo cabezota…, aunque en eso sois los tres iguales. En fin… pero ¿se puede saber qué tiene que ver todo eso con que Eusebia y yo no podamos salir de casa?
La introducción había tenido al menos el efecto de tranquilizarla perdiéndola en detalles. Hay que decir que no todos eran estrictamente inventados, había oído a SP relatar tantas hazañas parecidas que no era difícil componer una nueva a base de retales de verdad. Sólo quedaba rematarla de forma adecuada, y ya había cogido el ritmo:
– Verás, el tal Ibarra acabó en la cárcel. A raíz de que papá le removiera los trapos sucios salieron a la luz otros chanchullos: estafas, fraudes a la Seguridad Social y no sé cuántas cosas. Le cayeron diez años de los que cumplió apenas un par en régimen abierto, pero el tipo se lo tomó fatal y atribuyó todos sus males a lo que le hizo papá. Juró vengarse en cuanto se hubiera rehecho, y el caso es que salió de la cárcel no hace ni cinco años y ya vuelve a tener varias sociedades a nombre de su mujer. ¿Me sigues?
– Te sigo, pero no acaban de interesarme las andanzas de ese señor tan maleducado.
Si mi Señora Madre consideraba a Ibarra un maleducado es que se había creído al personaje. Para SM, estafar a la Seguridad Social es sobre todo una falta de educación, como poner los codos sobre la mesa.
– Bueno, ¿te acuerdas que te dijeron que papá había llamado a Sebastián desde el hospital después del atropello?
– Sí.
– Pues no. Cuando Sebastián llegó al hospital a papá todavía le estaban haciendo radiografías y no había tenido oportunidad de llamar a ningún sitio. A Sebastián le enteró por teléfono del accidente precisamente Ibarra.
Esperé un momento su reacción, a ver si lo había entendido.
– ¿El señor maleducado?
– El mismo.
– ¿Y cómo sabía él lo que había ocurrido?
– Bueno, eso es precisamente lo que le preocupa a papá.
– No lo entiendo. Si ese señor le tiene tanta manía a tu padre, ¿por qué se molesta en avisar a Juan Sebastián de que ha tenido un accidente?
Mi Señora Madre ha sido siempre aún más torpe que yo para seguir los argumentos de las películas. A veces pienso que una incapacidad tan específica tiene que ser hereditaria. En cambio a los dos se nos da bien inventar historias, no hay más que considerar las excusas que le he oído darle a SP para justificar vaciados de VISA que darían para construir un buen tramo de autopista.
– No llamó por cortesía, mamá: llamó para dejarle bien claro a papá que el accidente no había sido tal y que él andaba detrás del asunto.
– ¡Je-sús!: ¿quieres decir que el coche lo conducía él?
– Noooo: quiero decir que debió contratar a un par de matones para darle un susto a papá.
Oí el ruidito que hizo al aspirar aire bruscamente. Estaba francamente asustada y no era para menos. Pero desde luego hubiera sido mucho peor contarle la verdad… «Pues mira, mamá: no sólo han atropellado a papá sino que alguien ha secuestrado a Sebastián y a su amante, pero como no podemos llamar a la policía porque se iban a cachondear de lo lindo, tendré que ser yo, tu hijo tarambana, con la ayuda de tu nuera -que por cierto es sexualmente inapetente, probablemente alcohólica y le mete a tu impecable hijo mayor las amantes en la cama- el que intente averiguar qué demonios está pasando…» No: decididamente era mucho mejor mentir. Convenía que estuviera lo suficientemente asustada como para quedarse en casa durante un par de días, pero no podía dejarla en la cuerda floja y sin red o no habría Valiums en el mundo capaces de tranquilizarla.