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Como amantes, Rieks y él llevaban casi tres años, pero en secreto. Rieks tenía esposa e hijos, su madre, tres hermanos, todos millonarios… Hasta ese momento, Víctor había trabajado a sueldo, pero en un par de meses la empresa firmaría con él un contrato por el que iba a ganar un millón y medio de dólares anuales. Pero ahora, muerto Rieks, lo más probable era que anularan su proyecto de los galeones, y hasta que lo despidieran de la empresa. Se quedaría sin nada. Con las manos vacías.

– ¿Y eso por qué?

– Por oposición de la familia: una historia larga que no es el momento de contarte…

Víctor vuelve a pararse y camina lentamente por la sala. Alicia lo observa. Ha decidido tener paciencia. Por la actitud preparatoria y el tono de recuento con que Víctor le ha hablado, ella intuye que todavía no acabaron sus sorpresas.

Por fin, tras una larga pausa, Víctor se agacha para volver a tapar el cadáver, y hace un comentario escalofriante:

– Y sin embargo, a este cadáver se le pueden sacar fácilmente tres millones de dólares.

Alicia lo mira escéptica. Pero los tres millones se adhieren a su oídos, tintinean, resuenan límpidos como un cristal de Baccarat; siguen tañendo, como esas campanas que para acallarlas tienes que ponerles una mano encima. Y entre tan halagüeños ecos, la propia Alicia advierte que su temor inicial cede paso en su nimo, a un vigoroso interés.

Sonríe; pero su sonrisa expresa que no quiere ser objeto de burlas. Malhumorada, encara a Víctor. Se le para a dos centímetros. La frente de ella queda a la altura de sus labios. Lo mira a los ojos desafiante y respira su aliento de nicotina y alcohol:

– Chico… ¿habré oído bien? ¿Tú… 'tás hablando de tres millones de fulas…?

– Su familia pagará lo que les pidamos. Si tú cooperas, claro…

– ¿Tres millones por un cadáver?

– Es un plan bien sencillo, sin riesgo… O sea, sin más riesgo del que uno asume todos los días al salir a la calle… Yo voy a estar adentro, enterado de todo lo que suceda. Pero necesito un partner que actúe desde afuera, y sólo tú podrías serlo.

– ¿Y por qué yo?

– Porque no tengo a nadie más: eres la única que conoce lo que ocurría en estas dos casas…

Ella permanece unos instante absorta. Digiere con calma el razonamiento de Víctor y asiente involuntariamente con la cabeza ladeada. Se detiene en medio de la sala y lo mira con frialdad.

– ¿Y qué me ofreces?

– Lo justo, partes iguales: un millón y medio para cada uno. Con eso podríamos comprarnos la libertad definitiva.

Ella sigue mirándolo, pero ya no lo enfoca fijo. Sus ojos se mueven inquietos. Piensa.

– De lo contrario, te toca volver a pedalear y a menear el culo por la calle. Y te despides del carro, y de los tres mil dólares mensuales. Sin una orden de Rieks, yo no podría disponer de él… La empresa me lo va a retirar…

Alicia suspira entrecortado, como los niños después del llanto. Ya vislumbra los alcances del desastre, y algo que le dice que tiene que contrarrestarlo, tomar medidas. Sí, tal vez…, pero…, no sabe qué pensar de Víctor.

Su percepción, su sentido común, una lógica de los hechos más recientes, le indican que no puede ser un asesino. Sería insensato suponer que ha matado a Groote para sacarle dinero a un cadáver. En todo caso, lo mataría después de cobrar el dinero. Y en ese caso, no la buscaría a ella como cómplice, después del crimen. No no, imposible. Víctor puede ser un bandido, un cínico, un inmoral; pero no es un asesino ni el psicópata que acometiese un plan tan estúpido.

– ¿Y si no acepto tu propuesta?

– Sin tu ayuda, yo no puedo hacer nada. No podría cobrar el rescate…

– ¿Y qué harías, entonces?

– Llamar hoy mismo a la policía; enfrentar durante algunos días las sospechas, interrogatorios, etc., hasta que todo se aclare. Lo del cadáver no me preocupa; no tengo nada que temer. Lo malo es que cuando inspeccionen la casa van a descubrir lo que ocurría aquí.

– ¿Qué cosa?

Alicia vuelve a mirar la espesa cortina roja que cubre la pared divisoria de un extremo al otro y del piso al techo…

Como si adivinara su pensamiento, y sin dejar de hablar, Víctor descorre las cortinas, coge una llave de una gaveta y abre de par en par las puertas del armario.

– Todo esto -señala con un amplio ademán-: la pantalla entre las dos casas…

Ella contempla boquiabierta la sala del estanque. El fauno sigue sonriendo, tumbado boca arriba…

– …y cuando me interroguen, inevitablemente, saldrás a relucir tú. Por eso te llamé, para que me ayudes a pensar.

– En eso estamos… ¿Y cuál es tu otra alternativa?

– Acelerar el coche a doscientos y reventarme contra un pinche rbol.

Ella lo escruta pensativa.

– ¿Sentías algo por Rieks?

– Sí, gratitud, simpatía… Como amigo, fue excelente. Él se enamoró de mí…

– Tiene buen gusto… ¿Y en la empresa lo sabían?

– Hasta ahora, no. Pero si no desaparezco el cadáver, lo van a saber mañana mismo.

– ¿Y cómo lo van a saber?

– ¿Y qué carajos iba a estar haciendo conmigo, disfrazado de negra, con esa pinche peluca y con mi semen adentro?

– Cierto -admite ella.

Él solloza y se tapa los ojos.

Aquella brutal sinceridad de Víctor y su llanto, indiscutiblemente sincero, la animan. La propuesta del secuestro comienza a adquirir corporeidad, peso. Alicia siente que pisa un terreno más firme.

Se acerca a él y le acaricia la nuca. Se sienta a su lado y lo sigue acariciando. Espera a que se desahogue.

– El problema nos afecta a los dos -dice él, mientras se seca las mejillas con el dorso de la mano-. Por eso tenemos que decidir juntos.

Alicia vuelve a pensar en la dimensión del escándalo.

– No me siento bien aquí -le dice de pie-. ¿Por qué no pasamos a la otra casa?

– ¿Tienes las llaves de atrás?

Ella coge su bolso de la mesa, lo abre y le muestra las llaves.

Salen juntos al patio. Las últimas estrellas de la madrugada se apagan hacia occidente. De algún lugar no muy lejano les llega la música de un danzón, y de los frutales del fondo, un olor a trópico maduro.

Víctor quita la traba a la puertecita de hierro que comunica los dos traspatios. Penetran un poco agachados, atraviesan una pequeña colina de grama, siguen un senderido empedrado, bordean la piscina y al llegar a la vivienda, con una segunda llave, Alicia abre la puerta corrediza del ventanal.

– Tengo sed. Voy por un refreso. ¿Quieres?

– Mejor una cerveza…

Mientras ella va a la cocina, él levanta el fauno tumbado y lo pone de pie. Sonríe. La sonrisa del fauno es contagiosa.

– ¿Te gustó lo de ayer?

– Absolutamente genial…

– Pero ya es historia vieja -Alicia le alcanza la cerveza-. Never more… Vamos a lo nuestro, ahora.

Toma un trago largo de cocacola, acomoda sobre la mesa una libreta y un bolígrafo y se sienta como para una reunión de negocios.

– Explícamelo todo con calma -y traza una raya en el bloc.

A las 07:15, Víctor termina su exposición.

Alicia está casi convencida.

Sí: el plan para librarse del cadáver no ofrece dificultad. Bueno…, a menos que se les atraviese un infortunio muy improbable, todo lo que Víctor propone parece factible… El aspecto más complejo es el cobro del rescate; pero tal como lo ha concebido Víctor, que conocerá al detalle y de antemano todo lo que decidan los Groote y sus empleados ¿qué peligro puede haber?

Víctor hace una pausa para ir al baño, y Alicia aprovecha para caminar un poco sobre el césped del patio. Abre una pila que hay junto al garaje y se moja la nuca y las sienes.

Cuando Víctor regresa, ella dobla las dos hojas que ha llenado de notas, las guarda en un bolsillo de sus jeans y coge el llavero.

– Necesito estar sola para decidir -le dice por fin y avanza hacia la salida-. Espérame aquí si quieres. Dentro de un rato vuelvo a darte la respuesta.

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