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Pero no me había dado cuenta de que el aire seco me había secado tanto el cerebro; Toto se asombra de que no me gusten los compositores modernos. Él hace muy mal en reírse de los románticos, una petulancia propia de sus pocos años, y descarta de plano a un Chopin, un Brahms, un Liszt. Tiene rabia de haberse quedado en Vallejos, con todos los exámenes para preparar por su cuenta en vez de ir pupilo otro año más.

Claro que es posible que hace tanto que no escucho música nueva que los discos que trajo me chocan. Vallejos tiene la culpa, -porque ni siquiera la radio se puede escuchar, fuera de las estaciones tangueras que pueden pagarse antenas fuertes para que el pueblo se eduque escuchando cómo el compadrito le dio una puñalada a la negra de al lado.

Sin querer me he ido por las ramas. Quería solamente señalar uno de los días antes de mi examen final, luchando con los trémolos de «Tannhäuser» que no salían limpios, y los acordes en octavas y novenas que realmente son para manos de hombre, y pese a la tos que me había venido a hacerle compañía en la agitación de pecho acostumbrada, yo seguía encorvada sobre el piano, y de repente al toser me cayó saliva con sangre sobre las teclas y la pollera. No alcancé a llevarme el pañuelo a la boca y escupí sin querer. Como susto fue suficiente, ya me sentía tuberculosa encima de todo lo demás. En realidad se trataba de una falsa alarma, un derrame debido a una irritación laríngea, los pulmones no tenían nada que ver, pero en ese momento me decidí por dentro a dejar Buenos Aires.

Ahora bien, a las manchas de sangre en las teclas las limpié enseguida, y a las manchas de la pollera las refregamos bien en la batea y también desaparecieron. Pero en mi recuerdo están intactas, me basta pensar en aquel momento para ver de nuevo la saliva veteada de sangre. Materialmente la mancha tuvo una existencia corta, mientras que en mi espíritu sigue viva como entonces. Claro que yo, como profesora de piano, a los noventa me voy a morir lo mismo y ahí terminaré con mis trémolos y mi mancha, pero señor Hansen, permítame presentarle este pequeño triunfo de lo espiritual.

Nada de lo que he leído sobre los sueños me satisface plenamente. Todas las suposiciones de los espiritistas y astrólogos baratos son completamente inatendibles y las interpretaciones de Sigmund Freud, por lo poco que me ha llegado de él, me suenan un poco acomodaticias, cataloga todo de modo de confirmar sus teorías. Modestamente se me ocurre que todo es mucho más complicado de lo que ellos pretenden, aunque algún significado debe haber en el soñar.

Hacía tiempo que no soñaba tan fuertemente como anoche. Me veía en mi cama en una noche de calor y me estaba por aplastar una locomotora, pero que me caía del techo, y caía despacio como si no tuviera peso, se me iba acercando infinitamente despacio, como a veces se ve una hoja caer lentamente de un árbol, y meciéndose en el aire, pero de más está decir que al tocarme me iba a aplastar. Y esa visión se repetía y repetía, me despertaba y al dormirme volvía a soñar lo mismo. Hasta que me di cuenta de que estaba durmiendo del lado del corazón y cambié de posición, poniendo fin así a la pesadilla. Gracias a Dios pude volver a dormirme porque no tenía el pecho muy congestionado.

Me gustaría consultar a un médico, tuve la ocurrencia de que al dormir del lado izquierdo, oprimiendo el corazón, la sangre corre con dificultad y al lograr salir del corazón se abre paso de a chorros, y al irrigar la corteza cerebral lo hace con tanta potencia, no sé si me explico, que alcanza a las zonas más escondidas, esas especies de surcos o circunvoluciones ennegrecidas. Ahí pienso yo que están como arrinconadas en un sótano todas las reminiscencias malas que la gente logra olvidar por un tiempo.

Ahora bien, me gustaría interpretar mi sueño, pero durante todo el día he pensado y pensado sin resultado, aun durante las lecciones de la mañana y de la tarde. Después del último alumno me sentí abrumada y pensé en que me haría bien un baño, y me decidí a calentar dos ollas de agua y después encender un poco el brasero para calentar el aire, pues si se toma frío a la noche se cierra el pecho y prefiero cualquier pesadilla a no poder dormir. Es terrible no tener un cuarto de baño, bañarse en una tina de madera es una tortura.

Al final me decidí por lavarme la cabeza e higienizarme un poco en general pero sin meterme en la tina y sin esperar más de una hora hasta que se calentaran las dos ollas. Me miré al espejo antes de lavarme la cabeza y no podía creer lo sucio que tenía el pelo. Me he vuelto abandonada, tenía el pelo untado de la propia grasitud del cuero cabelludo y realmente me dio asco. Si no me miro al espejo no me doy cuenta de lo sucia que ando. Todo se debe en realidad a la falta de comodidad. Es muy difícil vivir en una pieza y no tener más que un excusado al fondo del patio y una canilla de agua fría, al aire libre, sobre todo ahora en invierno. Mamá no lo siente tanto porque está tan viejita y ya a esa edad se transpira menos y se aceptan las cosas de otro modo. Esta es la suerte que me trajo el amor a la música. Hubo una frase que papá dijo tal vez una sola vez pero que a mí me volvió a la mente infinidad de veces cuando estudiaba en el Conservatorio: «La vida de Schubert tiene un significado sublime.» No creo que papá me engañara cínicamente, él estaría convencido de lo que decía. En cambio para mí Schubert fue un músico excelso pero que murió sin tener el menor reconocimiento, después de pasar sus pocos años de vida en buhardillas heladas y lavando las tinas que quedan con una capa grasosa gris de suciedad después de un baño. Schubert sí murió tuberculoso, y quién sabe si no habrá empezado por tomar un frío al bañarse. Yo creo que el sueño de la locomotora tiene un significado, con alguna relación a dormir del lado izquierdo. Ayer todo el día fue malo, en parte probablemente por la noticia del compromiso de Paquita. Yo nó soy envidiosa en general, pero saber que esa chica de diecisiete años, pero que para mí es una criatura, ya está construyendo su vida, con un muchacho que parece excelente persona, me dejó mal. Toto me dijo que al principio pensó que el muchacho sería casado, como la mayoría de los empleados del Banco que llegan trasladados a Vallejos, pero ahora que vino la futura suegra a conocer a Paquita, quedó todo aclarado. No digo que no le esperen en la vida disgustos, etc, pero es tan distinto teniendo un compañero, y que tiene buen empleo, además Paquita se recibe de maestra el año que viene, y puede emplearse también.

Si yo hubiese estudiado para maestra en vez de darme entera al piano, al menos tendría un empleo fijo. Yo no le echo la culpa a papá, debe ser que él amaba más que yo la música en realidad, la amaba de veras, como buen milanés. Lo que me pone de mal humor es que mamá repita como un loro lo que él decía: «mi hija por la música deja todo». Pensar que cuando gané la Medalla de Oro Paquita sería recién nacida. No debería decir esto, pero cómo envidio a papá que se haya muerto. La última vez que soñé con él, lo veía leyendo un diario de Milán, y me decía que la guerra estaba por terminar. Mejor todavía habría sido que se hubiese muerto antes de la caída de Mussolini y de tantas derrotas italianas. Pero por lo menos ahora está en paz.

El único significado que le encuentro al sueño de la locomotora es que vivo bajo el peso de la pobreza. Porque no hay dinero para ropa voy mal vestida, aunque podría por lo menos ser más prolija para peinarme y cuidarme las uñas, pero aun cuando más joven la vista siempre rojiza se deberá a la irritación por la fatiga del pecho siempre latente, me causa ese efecto en vez de darme color a los pómulos, grises como velas de iglesia.

La locomotora era negra como todas las locomotoras y pensándolo bien, la madera de mi piano es del mismo color renegrido, puede ser que la locomotora era el símbolo del piano. No debería decirlo porque gracias al piano me gano el pan, pero aunque mal esté decirlo, odio al piano.

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