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Bueno, he llegado al final de este cuaderno, y, por falta de más renglones, el final de este barato cuaderno de almacén (con alguna que otra gota de grasa), coincidirá con el final de un día que no le va en zaga, quiero decir que también mi día está manchado.

Viernes – El que no llora no mama, bien dicen, hay que luchar por todo en este mundo. Un destello de inteligencia resplandeció en las tinieblas de mi mente y se me ocurrió el argumento que convenció a mi padre: si para ir al colegio me dejan tomar dos colectivos y el tren todos los días a la hora de entrada al trabajo que está todo lleno y me tengo que apretujar contra esos cuerpos pestilentes de suciedad y lujuria ¿por qué no me iban a dejar tomar el tren al centro para ir el domingo que los trenes están vacíos y a más tardar a las nueve ya volvería a casa? Todo con la condición de que me acompañaran a casa, pero Héctor me acompañará, un ángel llamado Casals disco el número (lo sé, lo sé… Belgrano 6479), y después de charlar un rato con la condición de que yo no lo escuchara (vaya a saber las chiquilladas que de mí cuenta Casals a Héctor) otro sí se sumó a los anteriores, y por ellos me voy trepando hacia lo alto, esos sí que son los andamios de un ensueño.

El viernes según dicen no es día de suerte, día en que empiezo este nuevo diario, se acabaron las libretas sucias de almacén, total con diez centavos tengo cuaderno para un mes… Ni quiero pensar lo que habré de escribir en él en los días a venir, que serán días a volver… en lo que respecta al recuerdo. Y Casals, el mocoso, me pregunta si me besó alguna vez algún muchacho, y no me quería creer hasta que le juré por mi madre que el único fue el chico que baja en la estación de Ramos Mejía cuando el tren estaba lleno que nos agarrábamos la mano sin que nos vieran entre la gente apretada de la lata de sardinas.

«Tengo que decirte una cosa, tengo que decirte una cosa» -¿de qué? ¡decímela de una vez!- «Tenes que tener cuidado de una cosa? -¿de qué cosa?- «¿Es muy oscura la cuadra de tu casa?» – bastante ¿por qué? – «¿y tu casa cómo es? ¿tiene zaguán o es de esas que tiene el jardín delante con un portón?» – mi casa tiene un pasillo largo y ahí están las puertas de los departamentos, pero no hay zaguán, hay como un jardín delante, y un portoncito, claro- «tenes que tener cuidado, Esther» -¿de Héctor? ¿por qué decís eso? ¿no es un caballero acaso?- «no es eso ¡y no le vayas a decir nada!» -¿qué es entonces?- «vos no sabés lo que te puede pasar con un muchacho en el oscuro» -¡vuelta a lo mismo!- no sólo lo tratas de sinvergüenza a él sino que también de… milonguita a mí! ¿estás loco o qué te pasa? Y en eso quedamos.

Ya se ocupó el banco de Umansky, por suerte es una chica, parece simpática, es hija de rusos, pero no judía, el padre era cosaco del zar y se escaparon con la madre cuando la revolución. ¿Qué le habrá hecho la madre a Cobito Umansky? Ahora estará ya en Paraná, el asqueroso, voy a poder estar tranquila si se me subió la pollera o no, que no está ese repugnante mirando. Yo creo que no hay vergüenza más grande que ser expulsado de un colegio, pero escupirle la ropa al celador y ponerle heces en los zapatos sólo se le podía ocurrir a Umansky. Hasta mañana, cuadernito de hojas flamantes, blancas, pudorosas (guay de que te lean, sé que no te gustaría, lo sé, lo sé, y por eso te escondo entre un gordo texto de Zoología y una carpeta de Castellano), hasta mañana… mi cuaderno, hasta mañana… amigo.

Sábado – Todo se acabó. No pudo ser.

Mi barrio está quedo en la noche, estas humildes cortinas de cretona me dejan ver la calle a través de sus flores tan extravagantes como descoloridas. Papá dice que en la fábrica no se puede pasar cerca de las máquinas donde imprimen la cretona por el olor de esas tintas ordinarias, sin agregar que todos los desperdicios los usan para cretona. Todo es cuestión de destino en la vida, a una tela tan ordinaria yo no me explico para qué le hacen dibujos tan locos de flores que si existen deben ser de especies tropicales muy raras, pero los colores salen, todos borroneados y una tela tan finita que se transparenta lo que hay del otro lado: la calle y las casas de enfrente. De acá veo un portón, dos ventanas, la pared medianera, después otra casa, un zaguán con una ventana al lado, dos o tres más, otra casa, esta última con verja, pero todas casitas bajas de un solo piso, y si el techo fuera corredizo como en el cine de enfrente a la plaza al irnos a dormir toda la cuadra estaría mirando el mismo jirón de firmamento, y mis vecinos cerrarían los ojos cada noche confiados, sin saber que tan imposible como tocar esas estrellas remotas sería cumplir aquello que más anhelan… Mirando a una estrella, mirándolo a él, en mí nació mi anhelo el día que lo vi por vez primera, y ese anhelo loco quiso volar a lo alto, un barrilete loco, se me escapó el piolín de la mano y se fue el barrilete alto, vano, pretencioso, quiso tocar las estrellas. Hoy sábado te vi barrilete… y estás hundido en el barro… Barro la vida, barro la ilusión, barro el parque de mi colegio después de cada lluvia. Debe haber sido por los chaparrones que faltó la de Castellano. Cada vez que falta un profesor Casals siempre aprovecha a escribir una carta a la casa o preparar las lecciones de mañana, mas hoy, durante la larga interminable hora de 10 a 11 me pidió sentarse junto a mí.

Vislumbré enseguida una sombra, pero inerte en ese banco sólo atiné a escucharlo. Empezó a contarme la película Cuéntame tu vida, casi toda, para él es la mejor película del año pasado, y de éste ¡y a mí qué me importa! ¡Ay, Casals, te creí incapaz de matar a una mosca y me mataste a mí! empezaste hablando de cine pero de repente cambiaste de tema: «Tenemos que volvernos temprano el domingo, sin ir a Adlon» dijo -«¿por qué?» respondí- «Es que el tiempo no alcanza, yo te tengo que acompañar con Héctor hasta tu casa y llegar a tiempo al colegio antes de las nueve y media» dijo – entonces no vayamos al cine, vamos a Adlon más temprano repliqué – «no, al cine vamos de todos modos, y Adlon además está vacío antes de las seis» añadió – «Pero no hay necesidad de que me vengas a acompañar vos también: vos volvés al colegio y Héctor me acompaña» añadí yo – «¿estás bromeando?» – «no, qué tiene de malo…, es mejor para todos, y vos la ves a tu Lau-rita» – «no, si yo no te acompaño a tu oasa no vamos ni al cine ni a ninguna parte» agregó rotundamente – «Es por capricho tuyo ¿para qué tenés que venir? yo me sé cuidar, seguro que Héctor prefiere salir con una chica sin llevarte a la rastra» – «¿qué decís?» – «Sí, vos sos muy chico para estar siempre entre los más grandes» – y ahí se me acercó y me dijo despacio «sos una porquería, no tendrías que estar en este colegio ¡chusma!… ¡anda con los chusmas de tu barrio a Adlon!» – y yo se lo dije «me alegro de pelearme con vos, porque me tenías cansada con tus disparates… de pretender chicas grandes y compararte con Adhemar, y tenés coraje de criticar a tu primo que es tan bueno con vos», y no me quería dejar hablar pero yo seguí: «te crees gran cosa y sos un mocosito maricón todo el día metido entre las chicas ¿ya qué tanto hablar de Adhemar? ¿estás enamorado de él acaso? anda sabiendo que nunca vas a ser como Adhemar, porque no sos más que un ma-riconcito charlatán» Se me fue la lengua, después me arrepentí y me dio miedo de que fuera a quejarse al regente del internado, que es el que lo protege. Pero se quedó mudo, al rato se levantó del banco y pidió permiso para ir al baño.

De vuelta, dándome la espalda no la dejó tranquila a la chica nueva, claro, ella es hija de extranjeros, de rusos nobles, y la madre cantante de ópera, Casals tuvo suerte de tenerla en el banco de adelante, porque Laurita o Graciela no le habrían dado charla. A la rusa le empezó con que si había visto Por quién doblan las campanas.

Me dan lástima los pupilos los sábados, cómo quedan solos, nos vamos los alumnos externos y sin clases por la tarde, pobres diablos, no saben qué hacer para que se les pase el día. Casals no la dejaba en paz a la chica nueva: «por favor queda-te, el director me va a decir que sí si le pido permiso para que te quedes a comer con los pupilos. Así te quedas y después de comer estamos en el parque y te termino de contar "Por quién doblan las campanas". La quería convencer a toda costa y se ve que me tomó rabia a muerte porque al irnos Laurita, Graciela y yo le dice a ellas «mañana las veo en Adlon».

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