¿Se extingue el horizonte,
sus gotas de sal cubiertas de invierno?
¿Qué vendrá tras la lluvia?,
¿días enteros que jamás
recuerden sus mañanas?
Deja ya de ordenarle a la rosa
que se recline frente al hacha.
Observa los bordados
que la noche ha tejido en mi lecho.
Miro a lo lejos y mis ojos
son el redil oscuro
que un confín acoge esperando
verlos hundirse para siempre en la tierra.
Mis ojos desnudos
que el viento se llevaba
allende el amanecer con su canción
más delicada, al relente del cielo.
Silenciosa aliada de la Luna,
confieso que aguardo tu regreso
como un niño que espera
a sus recuerdos para
encerrarlos en un barril de oro,
y jugar con ellos al morir.
Yo también fui un guerrero.
Con mi locura y mi sonrisa
partí por la mitad
esta vida desdichada.
¿Qué dios vendió mis manos
a una tumba vacía en la batalla?
¿Qué honor de dios agreste
proclamó impunemente
que el mundo es mi final,
mi pequeña sentencia?