Aquí me tienen, señorías,
con la piel devastada y los labios mordidos,
en el Hospital-Prisión de Saint-Lazare, y
en el París de la ignorancia,
ciudad negra del pecado de fornicación
que se paga
con muerte y enfermedad venérea.
Mi padrastro me violó
a los catorce años:
así me hice mujer
y prostituta registrada.
Nací en los barrios bajos,
y viajé de hombre en hombre
sin tiempo de soñar.
El espéculo vaginal, con hojas de vidrio,
del médico
– «el pene del gobierno», decíamos nosotras-
me contagió la sífilis.
Qué fácilmente se rompió entonces
la pasión de mis amantes callejeros.
Nada puede dañarme en mi locura
ni siquiera el amor que nunca conocí.
Soy carne en cautiverio,
aliento de ramera insepulta
que un varón no usaría de buen grado.
Boca y manos me abandonan,
también ellos, a la
vieja luz de este lecho de hospital.