Qué dulce el presagio de los años.
Buscando el eterno misterio de la vida,
mis pasos nublan la calma del otoño.
Soy una tierra abandonada
que destila
su corazón de sal cautiva
en la pútrea frescura de los días.
Broto entre las viñas,
mientras la Luna roja pace
por el jardín helado.
Vamos hacia el brezal celeste
de otro tiempo.
– Ya las tardes son tristes como heridas-.
Peregrinan las aves,
se van hacia la noche.
Hacia la noche, sin cesar,
la que nunca termina.
Se han desprendido
azores de río y cereales negros
del tejado de luz
que es la mañana. Un rastrojo de
cielo puro vibra a mi alrededor
y dice:
«oh, vagabundo,
cierra los ojos y escucha la
dulce sinfonía de las esferas».