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V

El corazón no sabe nada:
su reloj es de un polvo maltrecho
que el universo trenza.
Metal rojo
que olvidó el resplandor
de la mañana.

VI

Tuve un navío con las velas blancas.
Lo amarré a mi piel
cuando a barlovento
el atardecer arrojó
al mar sus velos de aire.
Como el Sol,
inventé la deriva de la luz.
Esa extraña distancia.

VII

La Luna se ha derrumbado
como un perro herido sobre los campos.
Pretende un silencio
de fondo de mar.
Se muere lentamente,
igual que las niñas
que no sueñan.

VIII

Clavo mi puñal en el paisaje,
y le pregunto al viento
por ése lugar exacto,
apenas una mancha
de luz, su cerco intransitable.
La fatalidad
también sigue sus tácticas.

XIX

El fulgor llena de mapas el espacio.
Arde y arrasa
con su fuerza de cristales y, gritos.
Y un sollozo se oxida
allá lejos,
encima de la sábana.

XX

La entraña de la nieve,
¿sueña con el estío?
El mundo es un jilguero
que no entiende.
Al alba,
canta su desaliento.

XXI

Mis ojos deambulan
bajo el anís de la Luna.
Miro el cielo,
que ya no enciende las ciudades.
Sus hebras de amor y muerte
son la piel ulcerada
de un muerto
al que nadie más besa.

XXII

Tú dijiste que siempre
nos amaríamos,
hasta sentir
la carne de los labios
hecha una madeja
de venillas
tronchadas de silencio.
Yo dije: interroguemos
al Sol
por sus asuntos de brasero.

XXIII

Cada día cuando amanece
se llena de sol el viento,
como un hombre joven
que hincha el pecho de nostalgia
y sacude la cabeza.
Las mañanas con frío
es delicioso
mirar hacia el océano,
y ver el agua enniñecida,
afrutada de luz,
indestructible.

XXIV

Ni brizna de infinito.
Rosa y gris a partes iguales.
Ni rastro de la mujer moribunda.
Mujer de labio cosido a su sollozo.
Noctámbula criatura
de intemperie
siempre buscando más allá.

Campesina europea en tiempos de guerra

(mediados del siglo XX)

Sé cultivar la tierra como un hombre.
He criado cinco hijos,
y todos fueron a la escuela
para aprender lo que está bien y mal.
Al mediodía, tengo la comida preparada,
hago ganchillo y vuelvo a los campos
tirando de la vaca,
con un cántaro de leche vacío
y un fardo de jaras secas a la espalda.
En la casa, cuido de los críos
cada atardecer.
Remiendo la ropa y doy
de comer a cerdos y gallinas,
cocino la cena, lavo los platos,
meto a los niños en la cama,
pongo un poco de orden.
Cuando él estaba,
esperaba a mi marido junto al fuego y,
si era necesario,
en el lecho saciaba su sed.
Ahora, él lucha lejos y,
si la guerra termina y sólo yo quedo con vida,
seré el caballo, si hace falta,
seré el buey y la esposa,
el hombre de la casa
y el cielo azul tras la ventana. [1]

Fortuna virginalis

Me abrasan los vestidos
de soltera.
Mi raza de amazona
no precisa caricias para sobrellevar la vida.
Soy joven, tuve un novio
alcohólico, pero nunca
consentí que me tocase.
Me regaló sombreros y golosinas,
y la iniquidad de su aliento
rozaba mi cuello desnudo.
Mi alma se va desvaneciendo
poco a poco
para que mi cuerpo salga adelante.
No frecuento las fiestas,
ni sé de qué están hechas
las estrellas.
Para mí, lo bueno es el misterio
de la carne.
вернуться

[1] Los últimos versos de este poema están inspirados en una canción rusa del siglo XX.

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